Luis Ugalde, reconocido teólogo e historiador jesuita venezolano, ha sido un testigo agudo y crítico de la historia reciente de Venezuela. Su perspectiva se ha consolidado a través de años de análisis y comentarios, tanto en espacios académicos como en columnas de opinión en medios de comunicación. En su más reciente artículo publicado en El Nacional, titulado “Los Pueblos no se suicidan”, Ugalde aborda la dolorosa realidad que enfrenta el país, al que describe como una nación atrapada en una espiral de decadencia económica y social. Para él, el problema radica en la caída de una ilusión: la falsa creencia de que la riqueza petrolera podía sustentar indefinidamente el bienestar de toda una sociedad. Hoy, esa ilusión se ha desvanecido, dejando un legado de pobreza y frustración.
El artículo original de Luis Ugalde, publicado en El Nacional, se fundamenta en sus credenciales como exrector de la Universidad Católica Andrés Bello, posición que ocupó durante dos décadas, y como miembro de la Academia de Ciencias Políticas y Sociales de Venezuela. Además, fue galardonado con el Premio Nacional de Periodismo en 1997, un reconocimiento a su capacidad de diseccionar, con objetividad y precisión, la realidad del país. En su texto, Ugalde no solo analiza la situación actual, sino que traza un paralelismo histórico con los regímenes totalitarios del siglo XX, como la Alemania nazi y las dictaduras del proletariado en Europa del Este, sugiriendo que, al igual que esos sistemas, el proyecto político venezolano también se enfrenta a su ocaso.
Luis Ugalde: Educación y producción
La tragedia de Venezuela, según Luis Ugalde, se originó en la creencia de que los recursos naturales, y en particular el petróleo, podían garantizar un futuro de prosperidad sin necesidad de una transformación productiva y educativa. Esa visión errónea creó una sociedad dependiente de la renta petrolera y, con el tiempo, una estructura de poder que se sostuvo sobre promesas populistas y el reparto discrecional de esa riqueza. Ugalde explica que esta dependencia distorsionó la percepción de la realidad económica, convirtiendo al Estado en un aparato paternalista que suprimió la iniciativa privada y desincentivó el trabajo productivo. Al agotarse el boom petrolero, el país quedó sumido en la pobreza, con millones de venezolanos buscando oportunidades fuera de sus fronteras.
En su artículo, Luis Ugalde señala que la solución no puede provenir de un cambio superficial, sino de una profunda reestructuración del sistema educativo y productivo del país. La transformación debe centrarse en un nuevo contrato social basado en la educación, la productividad y un espíritu ciudadano comprometido. Para Ugalde, no basta con esperar el surgimiento de nuevos recursos naturales o la intervención de potencias extranjeras: la salida de la crisis depende de la capacidad de los venezolanos para reconstruir su nación desde el interior. Esta visión desafía directamente la narrativa oficial, que atribuye el colapso económico a factores externos como las sanciones internacionales, y propone, en cambio, un enfoque de autocrítica y responsabilidad.
Un paraje de post guerra
Luis Ugalde compara la situación venezolana con la Alemania de posguerra, donde, a pesar de la destrucción y el caos, la sociedad logró reconstruirse sobre la base del trabajo y la disciplina. Según el autor, Venezuela se encuentra en un momento similar, en el que la población debe decidir si seguir aferrada a un pasado de falsas esperanzas o dar un paso hacia un futuro de reconstrucción. La diferencia, advierte Ugalde, radica en que Alemania contaba con una población dispuesta a sacrificarse por el bien común, mientras que en Venezuela se ha instaurado una mentalidad de dependencia y victimismo. El reto, entonces, es recuperar el sentido de ciudadanía y compromiso con el país, una tarea que solo puede lograrse a través de una educación que forme individuos capaces de producir y generar riqueza.
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Para Luis Ugalde, el camino hacia la recuperación económica pasa inevitablemente por el fortalecimiento de un Estado de derecho que garantice la seguridad jurídica y atraiga la inversión privada. Sin estas condiciones, asegura, cualquier intento de revitalizar la economía está destinado al fracaso. Ugalde subraya la necesidad de atraer inversiones por miles de millones de dólares para revitalizar los sectores productivos del país, desde la agricultura hasta el turismo, pasando por la industria y los servicios. Esta inversión, sin embargo, solo llegará si Venezuela es capaz de demostrar que ha superado el caos y la corrupción que la han caracterizado en las últimas décadas.
Un país de placebos
El autor utiliza una metáfora poderosa para ilustrar la situación actual de Venezuela: un enfermo crónico que ha perdido la fe en su recuperación y prefiere seguir tomando placebos en lugar de someterse a un tratamiento doloroso pero efectivo. Según Ugalde, muchos venezolanos han optado por esperar la llegada de un salvador milagroso que restaure el país con facilidad, sin comprender que el cambio real solo puede surgir del esfuerzo colectivo. Para él, esta actitud es uno de los principales obstáculos para el renacimiento de la nación, y sugiere que, al igual que un paciente debe tomar responsabilidad por su propia salud, los venezolanos deben asumir su papel en la reconstrucción del país.
Luis Ugalde también advierte sobre los peligros de caer en falsas soluciones, como la búsqueda de un nuevo líder carismático que prometa soluciones rápidas. En su opinión, Venezuela no necesita más caudillos ni mesías, sino líderes que impulsen una verdadera transformación educativa y productiva. Solo así se podrá superar la cultura rentista que ha predominado por más de medio siglo y que ha dejado al país atrapado en un ciclo de pobreza y dependencia. La apuesta, según Ugalde, debe estar en formar ciudadanos con un alto sentido de responsabilidad y compromiso, capaces de tomar las riendas de su propio destino.
Venezuela adentro y afuera
En los últimos párrafos de su artículo, Luis Ugalde reflexiona sobre el impacto de la emigración masiva que ha vivido Venezuela en los últimos años. Para él, la salida de millones de venezolanos en busca de un futuro mejor es la consecuencia más trágica de la ilusión de riqueza que alguna vez impregnó al país. Esa ilusión, hoy rota, ha dejado a familias divididas y a una sociedad debilitada. Sin embargo, Ugalde insiste en que esta crisis también representa una oportunidad: la oportunidad de construir una nueva Venezuela sobre bases más sólidas, donde la riqueza no dependa del azar o de la explotación de un recurso, sino del trabajo y la creatividad de su gente.
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Luis Ugalde cierra su artículo con una advertencia y una esperanza. Advierte que, si no se logra un cambio profundo en la mentalidad y la estructura del país, Venezuela seguirá sumida en la pobreza y la desesperanza. Pero también expresa la esperanza de que el país pueda renacer, como tantas otras naciones lo han hecho a lo largo de la historia, si es capaz de aprender de sus errores y comprometerse con un proyecto de reconstrucción basado en la educación, la productividad y el respeto a la dignidad humana. Es un mensaje que, aunque duro, invita a la reflexión y a la acción, con la convicción de que, como afirma en su título, los pueblos no se suicidan.