En un escenario donde el dinero se mezcla con el poder político, delinquir comprando votantes se ha convertido en una práctica que pone en jaque los principios de la democracia. Así lo expone Miguel Jiménez, corresponsal jefe de EL PAÍS en Estados Unidos, en su reciente artículo titulado «El hombre más rico del mundo quiere comprarse unas elecciones», donde aborda las controvertidas acciones del magnate Elon Musk. La conexión entre riqueza y política no es nueva, pero el enfoque directo de Musk a través de su organización America PAC ha despertado alarmas sobre el uso de incentivos económicos para manipular los resultados electorales. En una carrera para asegurarse de que Donald Trump regrese a la Casa Blanca, Musk parece dispuesto a empujar los límites de lo legal.
Miguel Jiménez, veterano periodista con décadas de experiencia en economía y política, ha trabajado en el prestigioso diario Cinco Días y ha sido una pieza clave en la redacción de EL PAÍS. En su pieza editorial, publicada en EL PAÍS, describe cómo el magnate nacido en Sudáfrica ha aportado 75 millones de dólares a América PAC, un movimiento que va más allá de la mera financiación de campañas electorales. Musk ha recurrido a sortear un millón de dólares diarios con el fin de motivar a los conservadores, una práctica que según Jiménez, bordea lo que la ley permite, pero que algunos ya califican de corrupción electoral encubierta.
Delinquir comprando votantes
El concepto de delinquir comprando votantes se evidencia en la estrategia de Musk: para participar en el sorteo millonario, los ciudadanos deben registrarse como votantes y firmar una declaración de apoyo a la Primera y Segunda Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos. Aunque los sorteos y premios están diseñados para atraer la participación electoral, muchos expertos cuestionan la legitimidad de estos incentivos. En el caso de Musk, la cercanía entre su fortuna y sus intereses políticos plantea la pregunta de si una persona con tantos recursos puede jugar limpio en un proceso que debería ser igual para todos.

No es casualidad que los primeros ganadores del sorteo de Musk hayan estado presentes en los mítines donde él participaba activamente. Aunque no se ha comprobado una manipulación directa, el hecho de que ambos ganadores aparecerán en los eventos del millonario en Pensilvania siembra dudas sobre la transparencia del proceso. El problema no radica solo en la posible manipulación, sino de la manera en que Musk usa su fortuna para influir en la política de forma que parece delinquir comprando votantes. Mientras entregaba los cheques de los sorteos, insistía en que “no hacía falta que votaran”, pero la realidad es que estos incentivos pueden cambiar el rumbo de las elecciones.
La ley del sufragio es clara
La ley estadounidense prohíbe explícitamente cualquier tipo de pago o incentivo monetario a los votantes o a quienes se registren para votar. Según el Departamento de Justicia, incluso «cupones de alimentos, licores o cualquier otra cosa de valor» está fuera de los límites permitidos para motivar a los electores. Sin embargo, la táctica de Musk juega en la zona gris de la legislación, buscando los resquicios legales que le permiten continuar con su estrategia sin enfrentar represalias. Algunos analistas sostienen que lo que Musk está haciendo es ilegal, mientras que otros consideran que su plan no infringe la ley de manera clara, pero de cualquier forma se percibe como un intento de delinquir comprando créditos bajo un disfraz aparentemente legítimo.
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El magnate no solo ha jugado con los límites de la ley ofreciendo sorteos, sino que también ha decidido pagar 47 dólares, en referencia al número del próximo presidente de los Estados Unidos, a cualquier persona que convenza a otro ciudadano de registrarse como votante conservador. Esta acción, que al principio mantenía un grado de distancia, pues no pagaba directamente al votante registrado, terminó escalando a una oferta de 100 dólares, tanto para el votante como para quien lo refería. En este escenario, delinquir comprando votantes se convierte en una estrategia que puede influir de manera significativa en los resultados en los llamados «estados decisivos».
Proteger sus negocios
El trasfondo de estas tácticas revela algo más profundo: una preocupación real por la regulación gubernamental. Musk, al igual que muchos otros empresarios multimillonarios, ha expresado su desacuerdo con las políticas de control y supervisión que podrían limitar el alcance de sus negocios. Si Trump logra regresar a la presidencia, Musk podría tener una oportunidad sin precedentes de reformar los organismos reguladores que, hasta ahora, le han puesto ciertas restricciones. Este enfoque calculador, donde la política se convierte en una inversión a largo plazo, pone de manifiesto un nuevo nivel de interés por parte de los magnates en manipular los sistemas democráticos a su favor.
La narrativa de Musk no es solo la de un hombre que hizo fortuna y ahora quiere protegerla. Es la historia de cómo, utilizando su poder económico, busca controlar no solo el futuro de Estados Unidos, sino también influir en el destino de la humanidad. Uno de los argumentos que usa en sus mítines es la necesidad de eliminar regulaciones para permitir la colonización de Marte, un proyecto que tiene en mente desde hace años. Sin embargo, detrás de esta visión futurista, se esconde una agenda política que muchos ven como peligrosa. Para e logro, el millonario es capaz de delinquir comprando votantes. Si logra su objetivo, Musk podría estar allanando el camino para que otros multimillonarios adopten la misma estrategia de delinquir comprando presión, perpetuando así un ciclo donde el dinero es el principal motor de la política.

El pantano proselitista
Las elecciones estadounidenses de 2024 se perfilan como uno de los eventos más polarizados de la historia reciente. Y mientras los demócratas confían en una maquinaria electoral robusta, los republicanos, con el apoyo de figuras como Musk, están apostando por tácticas más directas para movilizar a sus opuestos. La oferta de trabajos remunerados por hacer campaña puerta a puerta, que Musk ha ofrecido a través de America PAC, es una muestra más de cómo el dinero y el poder están entrelazados. Si bien pagar a los trabajadores de campaña es legal, el contexto en el que se da este incentivo, combinado con el sorteo del millón de dólares, sugiere una estrategia más amplia que busca alterar el resultado electoral.
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El caso de Elon Musk y America PAC ilustra cómo la riqueza no solo otorga poder, sino que también ofrece la capacidad de jugar al borde de la legalidad para lograr objetivos políticos. El uso de premios monetarios y trabajos remunerados para influir en el voto cuestiona la integridad del sistema electoral estadounidense. Y aunque Musk insista en que no está comprando votos, la realidad es que muchos perciben sus acciones como una forma moderna de delinquir comprando votantes. En un país donde la democracia se valora como uno de los pilares fundamentales, la intervención de multimillonarios como Musk plantea serios interrogantes sobre el futuro del proceso electoral y si este seguirá siendo un derecho igualitario o se convertirá en una herramienta al servicio de los más ricos.