EE.UU. no ha hecho lo suficiente para asegurar su influencia en América Latina, y esto ha permitido que China se convierta en un actor dominante en la región. En un entorno cada vez más marcado por la competencia geopolítica y económica, las inversiones chinas en minería, infraestructura y tecnología en el hemisferio occidental se han multiplicado, desdibujando la supremacía que Estados Unidos ostentó durante gran parte del siglo XX. Esta realidad fue destacada recientemente por Alfredo Ferrero, embajador de Perú en Estados Unidos y exministro de Comercio Exterior y Turismo del gobierno de Alejandro Toledo, quien en un artículo de opinión publicado en el portal The Hill, titulado «Estados Unidos necesita una perspectiva diferente sobre América Latina», urgió a Washington a redefinir su enfoque y estrategia hacia el sur.
Ferrero, con su vasta experiencia en diplomacia y comercio, subrayó que las naciones latinoamericanas, especialmente aquellas con recursos naturales estratégicos y ubicaciones geográficas cruciales, están ahora considerando a China como una clave socioeconómica. Las cifras hablan por sí solas. A lo largo de la última década, la inversión china en la región ha sido constante y sólida, con especial énfasis en sectores que antes eran territorio exclusivo de capital estadounidense. Un ejemplo notable es el megapuerto de Chancay, en Perú, que, con una inversión inicial de 1.500 millones de dólares, está programado para ser inaugurado por el presidente chino, Xi Jinping, en noviembre. Este proyecto transformará el comercio transcontinental, posicionándose como el principal puerto del Pacífico para el comercio con China y otros países asiáticos. La influencia de Pekín se está afianzando con infraestructura que no solo facilita el comercio, sino que también asegura la presencia estratégica de China en el continente.
EE.UU. no ha hecho lo suficiente
Es evidente que EE.UU. no ha hecho lo suficiente para mantener su posición como principal socio económico y político de América Latina. Aunque hay tratados de libre comercio en vigor y acuerdos comerciales consolidados con varios países de la región, la falta de un enfoque cohesivo ya largo plazo ha creado vacíos que otras potencias están llenando rápidamente. De los 10 principales socios comerciales de Estados Unidos en América Latina, cuatro ya tienen un superávit comercial con Washington, lo que subraya el desequilibrio de relaciones que, por años, se dieron por sentado. Mientras tanto, el flujo comercial entre EE.UU. y la región en 2023 disminuyó un 1%, lo que, si bien no parece alarmante en el corto plazo, muestra un estancamiento en un área que debería estar en crecimiento.
Para América Latina, la alternativa china no es simplemente un asunto de conveniencia económica, sino de oportunidades concretas de desarrollo e infraestructura. En un escenario donde prevalece el pragmatismo, la inversión directa de China en proyectos que generan empleos y mejoras tangibles tiene un peso considerable. Desde Brasil hasta Argentina, pasando por Chile y Perú, el interés chino ha girado en torno a sectores que van desde la extracción de litio hasta la construcción de vías férreas y el establecimiento de líneas de suministro de energía. Los países latinoamericanos, cansados de promesas vacías y políticas de intervención del norte, están optando por relaciones que prioricen el desarrollo económico inmediato y las oportunidades comerciales con resultados palpables.
Solo es retórica
EE.UU. no ha hecho lo suficiente para revertir esta tendencia, y la retórica de políticas como el nearshoring y el friend-shoring no se ha materializado en inversiones que puedan contrarrestar el capital chino. Aunque la administración de Joe Biden ha mencionado la importancia de fortalecer la cadena de suministro y llevar la producción más cerca de casa, en la práctica, estas iniciativas están siendo implementadas de manera lenta y limitada. La falta de acciones concretas y la burocracia típica de las decisiones de política exterior estadounidense han frenado cualquier avance significativo en la región. Mientras Washington debate sus opciones, Pekín está construyendo puentes, fábricas y puertos que consolidan su influencia.
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El artículo de Ferrero advierte que si Washington no modifica su enfoque y continúa tomando a América Latina como una extensión de su periferia estratégica, podría perder un aliado crucial para enfrentar desafíos globales como la migración, el cambio climático y la seguridad transnacional. América Latina, a pesar de sus complejidades y desafíos políticos, es la segunda región con más flujos comerciales desde Estados Unidos, alcanzando más de 517.000 millones de dólares en 2023. Sin embargo, la presencia china está transformando estas dinámicas. Al igual que en África, donde China ha establecido su dominio a través de megaproyectos de infraestructura, en América Latina se está siguiendo un patrón similar.
Miopía: aliados o adversarios
EE.UU. no ha hecho lo suficiente para actualizar su perspectiva sobre la región, considerando que sigue basando sus políticas en una visión dicotómica de aliados y adversarios. En lugar de reconocer las particularidades de cada país y de ajustar sus estrategias, la política exterior estadounidense ha tendido a agrupar a las naciones latinoamericanas como un bloque monolítico. Esto ha contribuido a que socios tradicionales, como Colombia y Chile, exploren alternativas que, aunque no rompen su alineación histórica con Washington, sí diversifican sus relaciones hacia Asia. La reciente visita de representantes chinos a Chile para discutir inversiones en el sector energético es un ejemplo claro de cómo los países están recalibrando sus prioridades en función de sus intereses nacionales y no de alianzas geopolíticas fijas.
Ferrero sugiere que EE.UU. debe enfocarse en construir una red de acuerdos políticos y comerciales basados en la realidad económica y no solo en la afinidad ideológica. Si bien 28 países de la región son considerados hoy de ingresos medios, con capacidad de aportar recursos propios a desafíos comunes, la asistencia de Estados Unidos sigue siendo crucial en áreas como la creación de capacidad tecnológica y la cooperación en seguridad. No obstante, esta colaboración solo será posible si Washington decide priorizar a América Latina no como un escenario secundario de sus políticas, sino como un pilar estratégico para su propia prosperidad.
Dinero en las superestructuras
EE.UU. no ha hecho lo suficiente para cimentar un liderazgo que haga contrapeso a la creciente influencia china. La competencia en la región ya no es una cuestión de supremacía militar o control político; es un juego de inversión y desarrollo donde quien construya más y mejor, ganará aliados a largo plazo. En este contexto, proyectos como el puerto de Chancay no son solo un símbolo del avance chino, sino una advertencia de que la falta de acción y visión estratégica de Washington podría tener consecuencias profundas y duraderas para sus intereses en el hemisferio.
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A medida que se acerca la inauguración del megapuerto de Chancay, se hace evidente que América Latina está buscando alternativas que promuevan su desarrollo más allá de las tradicionales alianzas con Estados Unidos. Esta realidad subraya la necesidad de que Washington adopte un enfoque más dinámico y flexible, basado en la cooperación y en el respeto a las agendas de desarrollo de cada país. Solo así podrá ofrecer una propuesta que sea competitiva frente a la de China, evitando que el vacío que ha dejado en los últimos años se convierta en una distancia insalvable.
Con la creciente competencia por la influencia económica y política en América Latina, Estados Unidos se enfrenta a un desafío crítico: redefinir su relación con la región o aceptar el predominio de una potencia que, aunque geográficamente lejana, está cada vez más presente en su propio vecindario.