Demonios del crimen martirizan en Cúcuta a políticos y periodistas por igual

 En la ciudad de Cúcuta, la violencia se ha convertido en un elemento tan cotidiano como el aire que se respira. Las amenazas y los asesinatos contra políticos y periodistas han intensificado un clima de terror que afecta a todos por igual. La reciente muerte de Jaime Vásquez, un veedor ciudadano que utilizaba sus redes sociales para denunciar actos de corrupción, ha puesto de manifiesto la gravedad de la situación. Vásquez fue asesinado en circunstancias que aún se investigan, y su muerte ha suscitado una oleada de preocupación entre aquellos que, como él, intentan alumbrar las sombras de la ilegalidad en una de las urbes más peligrosas del mundo.

Paula Calderón B., periodista del diario EL PAÍS de España, ha cubierto de cerca estos sucesos en su reportaje titulado: “Los periodistas de Cúcuta enfrentan una oleada de violencia”. Calderón, quien ha seguido los eventos en Cúcuta con detenimiento, resalta que las amenazas no se limitan solo a periodistas y políticos. Incluso el alcalde de la ciudad, Jorge Acevedo, con menos de un mes en el cargo en enero, denunció haber recibido amenazas de muerte por parte de dos bandas criminales de origen venezolano, AK 47 y El Tren de Aragua, quienes ejercen un control alarmante sobre partes significativas de la economía ilegal en esta metrópoli de más de 800.000 habitantes.

Violencia en Cúcuta

Cúcuta es un terreno fértil para la violencia. La inseguridad reina en una atmósfera cargada de incertidumbre, donde los ciudadanos se ven obligados a convivir con la amenaza constante. Jonathan Bock, director de la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP), informó en una entrevista telefónica con EL PAÍS que solo este año se han registrado 17 agresiones a periodistas en Cúcuta, una cifra que supera considerablemente los eventos del año pasado. Estas estadísticas ponen en relieve no solo la frecuencia, sino también la intensidad del riesgo al que se enfrentan los trabajadores de los medios en esta región.

Cúcuta
Incluso el alcalde de la ciudad, Jorge Acevedo, con menos de un mes en el cargo en enero, denunció haber recibido amenazas de muerte por parte de dos bandas criminales de origen venezolano, AK 47 y El Tren de Aragua, quienes ejercen un control alarmante sobre partes significativas de la economía ilegal en esta metrópoli de más de 800.000 habitantes. Ilustración MidJourney

El caso de Estefanía Colmenares es particularmente revelador. Como directora del periódico La Opinión, Colmenares hizo públicas las amenazas recibidas en su celular, donde se le ponía precio a su cabeza y se la declaraba objetivo militar. Estos episodios de intimidación se han vuelto desgraciadamente comunes y son un claro indicativo de las represalias que enfrentan aquellos que se atreven a denunciar las irregularidades locales.

Otro periodista destacado en este ambiente de represión es Jhon Jácome, conocido como Manolesco. Pocos días antes del asesinato de Vásquez, Jácome había discutido con él cómo protegerse sin dejar de denunciar los hechos de corrupción. Manolesco, quien fue víctima de un atentado en 2012, sigue desafiando las amenazas gracias a un esquema de protección que incluye un escolta y un chaleco antibalas. Su compromiso con la verdad, a pesar del peligro, resalta la valentía requerida para ejercer el periodismo en esta región.

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Crimen organizado en la zona

La situación en Cúcuta es reflejo de un problema más amplio que afecta a todo el departamento de Norte de Santander, especialmente en áreas como el Catatumbo, donde la presencia de grupos armados y el cultivo de coca proporcionan un caldo de cultivo para la violencia y el crimen organizado. Los desafíos son enormes y las soluciones parecen estar lejos de alcanzarse mientras la comunidad internacional observa, muchas veces impotente.

Esta situación de inseguridad y violencia en Cúcuta es un llamado a la acción. Es imperativo que tanto las autoridades locales como las internacionales encuentren formas efectivas de proteger a quienes, con su labor diaria, buscan mantener una luz de esperanza en medio de las sombras del miedo. La ciudad se encuentra en una encrucijada crítica y la manera en que se maneje esta crisis podría definir su futuro por generaciones. Las voces de periodistas y políticos, aunque acalladas por la violencia, no deben desvanecerse en el vacío del olvido.

A medida que la ciudad continúa luchando contra estas fuerzas desestabilizadoras, el papel de la comunidad internacional y de los organismos de derechos humanos se vuelve aún más crucial. Es esencial establecer mecanismos de protección más robustos para aquellos que se encuentran en la línea de fuego, literalmente, por ejercer su derecho a informar y participar en la política.

El miedo se mudó al vecindario

La vida en Cúcuta es un constante ejercicio de supervivencia. El miedo ha permeado todos los aspectos de la vida diaria, lo que ha llevado a muchos a cuestionar si la situación actual es sostenible a largo plazo. La respuesta, tristemente, parece inclinarse hacia un no, a menos que se tomen medidas decisivas.

Cúcuta
Cúcuta es un terreno fértil para la violencia. La inseguridad reina en una atmósfera cargada de incertidumbre, donde los ciudadanos se ven obligados a convivir con la amenaza constante. Jonathan Bock, director de la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP), informó en una entrevista telefónica con EL PAÍS que solo este año se han registrado 17 agresiones a periodistas en Cúcuta, una cifra que supera considerablemente los eventos del año pasado. Ilustración MidJourney.

Es indispensable también que se fortalezcan las instituciones locales para que puedan enfrentar y desmantelar las redes de crimen organizado que operan con impunidad. Las bandas criminales como AK 47 y El Tren de Aragua han encontrado en la débil estructura estatal y en la corrupción rampante un aliado para sus actividades ilícitas, lo que complica aún más la tarea de restaurar la ley y el orden.

Además, la cooperación transfronteriza entre Colombia y Venezuela es fundamental. Muchos de los desafíos de seguridad en Cúcuta están vinculados con la situación política y económica en Venezuela, lo que hace imprescindible un enfoque regional para abordar estos problemas. La porosidad de la frontera ha facilitado no solo el flujo de migrantes en busca de mejores condiciones de vida, sino también el tráfico de armas, drogas y el movimiento de grupos criminales que operan a ambos lados.

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Periodismo y velentía

En este contexto, la sociedad cucuteña se muestra resiliente, aunque profundamente herida. Las historias de periodistas como Estefanía Colmenares y Jhon Jácome son testimonios de un coraje extraordinario en circunstancias casi insuperables. Su determinación de seguir informando, pese al riesgo personal, es un faro de esperanza para muchos que se sienten desamparados ante el avance del crimen.

El futuro de Cúcuta dependerá en gran medida de su capacidad para reconstruir el tejido social que ha sido desgarrado por años de violencia. La educación, el fortalecimiento del estado de derecho y el apoyo a la prensa libre son pilares fundamentales en este proceso de reconstrucción. Solo así se podrá empezar a curar las heridas de una ciudad que ha sufrido demasiado tiempo bajo el yugo de los «demonios del crimen» que la han martirizado.

Mientras tanto, la comunidad de Cúcuta sigue adelante, con la esperanza de que algún día la paz y la seguridad no sean solo un recuerdo distante, sino una realidad palpable para todos sus habitantes. La lucha por este cambio no solo es la lucha de los cucuteños, sino de todos aquellos que valoran la justicia y la dignidad humana en cualquier parte del mundo.

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