En un giro inesperado que reaviva tensiones geopolíticas, la reciente votación en la Asamblea General de la ONU ha puesto de manifiesto una fractura significativa entre Estados Unidos y Europa respecto a la guerra en Ucrania. En el centro de esta controversia, una figura conocida vuelve a protagonizar el escenario internacional: Trump sigue su juego. La administración estadounidense, bajo la influencia directa del expresidente Donald Trump, se sorprendió al mundo al votar en contra de una resolución que condenaba la agresión rusa en Ucrania, alineándose con países como Rusia, Irán, Corea del Norte y otros aliados del Kremlin. La decisión no solo ha estremecido los cimientos de la diplomacia internacional, sino que también ha generado una profunda preocupación entre los aliados tradicionales de Estados Unidos, que ven con inquietud cómo Washington adopta una postura cada vez más distante de la unidad occidental.
Este episodio fue expuesto por Karen DeYoung y John Hudson, periodistas destacados de The Washington Post, en su artículo titulado: “EE.UU. vota contra resolución de la ONU que condena a Rusia por la guerra en Ucrania”. DeYoung, editora asociada y corresponsal senior de seguridad nacional, con más de tres décadas de experiencia cubriendo política exterior y temas de inteligencia, y Hudson, especialista en el Departamento de Estado y seguridad nacional, quien ha reportado desde zonas de conflicto como Ucrania y Afganistán, trazó un análisis detallado del impacto de esta decisión. El reportaje revela cómo este cambio de postura no solo desafía a los aliados europeos, sino que también marca un intento deliberado de la administración Trump por acercarse nuevamente a Moscú, en una jugada que ha dejado desconcertada a la comunidad internacional.
Donald Trump sigue su juego
La votación, que coincidió con el tercer aniversario de la invasión rusa a Ucrania, mostró a Estados Unidos del lado opuesto a la mayoría de las potencias occidentales. A pesar de que la resolución fue aprobada por una abrumadora mayoría, Washington se alineó con un bloque reducido de países que incluyen regímenes autoritarios y gobiernos aliados de Moscú. Trump sigue su juego al impulsar una política exterior que desafiaba la línea tradicional estadounidense de apoyo a la soberanía ucraniana, favoreciendo en cambio una narrativa que culpa a Kiev por el inicio del conflicto. En un gesto aún más provocador, calificó al presidente ucraniano Volodymyr Zelensky de “dictador” y dejó entrever que las sanciones impuestas a Rusia podrían ser revisadas, lo que ha generado alarma entre los aliados europeos.

La reacción en Europa no se hizo esperar. Líderes como Emmanuel Macron y Keir Starmer manifestaron su decepción ante la postura estadounidense durante sus reuniones con Trump en la Casa Blanca. Mientras tanto, la votación reveló un patrón preocupante: países tradicionalmente alineados con Occidente, como Israel y Hungría, también se unieron a Estados Unidos en su rechazo a la resolución. Este cambio radical en la política exterior de Washington ha desatado críticas incluso dentro del propio país, donde diplomáticos y analistas consideran que esta postura podría debilitar la posición global de Estados Unidos en el futuro. Sin embargo, Trump sigue su juego, defendiendo su enfoque con el argumento de que está protegiendo los intereses económicos estadounidenses, incluso insinuando que Ucrania debería ceder derechos sobre el 50% de sus recursos minerales a cambio del apoyo militar recibido.
Contra su propia iniciativa
La Asamblea General de la ONU se convirtió en el escenario de una confrontación diplomática sin precedentes. Mientras que Europa se mantuvo firme en su respaldo a Ucrania, con países como Francia, Alemania y el Reino Unido liderando el apoyo a la resolución, Estados Unidos se mostró renuente a respaldar incluso su propia iniciativa cuando fue enmendada por los europeos con un lenguaje más firme contra Rusia. Trump sigue su juego al impulsar un discurso que no solo minimiza la responsabilidad de Moscú en el conflicto, sino que también propone un acercamiento directo con Vladimir Putin. Durante la sesión, el embajador ruso, Vasily Nebenzya, aprovechó la oportunidad de agradecer públicamente el respaldo de Washington, señalando que este cambio en la política estadounidense podría allanar el camino para futuras negociaciones favorables a los intereses rusos.
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La decisión de la administración Trump de presionar a países aliados para que voten en contra de la resolución o se abstuvieran demuestra una estrategia diplomática agresiva y desconcertante. Un funcionario ucraniano, que habló bajo condición de anonimato, calificó la presión estadounidense como “una sorpresa realmente desagradable” y advirtió sobre el impacto que esta postura podría tener en países más vulnerables, como Haití, que también votó en contra de la resolución. La movida ha sido interpretada por algunos analistas como una señal clara de que Trump sigue su juego de redefinir el papel de Estados Unidos en el escenario global, alejándose de su tradicional liderazgo moral y optando por una política exterior basada en intereses pragmáticos y negociaciones bilaterales con potencias adversarias.
Una fractura inmensa
Mientras tanto, la reacción de la comunidad internacional ha sido de desconcierto y preocupación. La votación en la ONU ha sido descrita por Richard Gowan, experto en la ONU del International Crisis Group, como la mayor fractura entre Estados Unidos y Europa desde la guerra de Irak. Esta divergencia no solo evidencia una ruptura política, sino también un distanciamiento ideológico entre Washington y sus aliados más cercanos. La negativa de Trump a respaldar la resolución impulsada por Ucrania pone en duda el compromiso estadounidense con la defensa de los valores democráticos en el ámbito internacional. A pesar de las críticas, Trump sigue su juego, justificando sus decisiones con argumentos centrados en la “protección de los intereses nacionales” y su promesa de evitar que Estados Unidos se involucre en conflictos que, según él, no benefician directamente al país.
En paralelo, la administración Trump continúa presionando en el ámbito económico. En redes sociales, el expresidente no solo reiteró su crítica a los líderes del G-7, especialmente al primer ministro canadiense Justin Trudeau, a quien llamó específicamente “Gobernador Trudeau”, sino que también insistió en que la guerra en Ucrania “nunca habría comenzado si yo fuera presidente”. Esta narrativa refuerza su enfoque de distanciarse de las políticas tradicionales estadounidenses y acercarse a potencias como Rusia, bajo la promesa de obtener beneficios económicos tangibles para Estados Unidos. Trump sigue su juego al proyectar una imagen de líder pragmático que prioriza los intereses comerciales por encima de las alianzas estratégicas.

Kiev no ha podido detener la guerra
El impacto de esta división se refleja en las tensiones crecientes dentro del propio G-7. Mientras Canadá, Francia, Alemania, Italia, Japón y el Reino Unido mantienen su apoyo incondicional a Ucrania, Estados Unidos parece alejarse cada vez más de esta coalición, dejando un vacío de liderazgo que podría ser aprovechado por otras potencias como China o Rusia. La embajadora interna de Estados Unidos ante la ONU, Dorothy Camille Shea, defendió la posición de Washington al argumentar que las resoluciones previas “no han logrado detener la guerra”, pero su mensaje fue recibido con escepticismo por parte de los diplomáticos europeos, que consideran que este cambio de postura podría socavar los esfuerzos internacionales para frenar la agresión rusa.
Al cierre de la jornada, la resolución de Ucrania fue aprobada por una mayoría contundente, con el respaldo de toda Europa Occidental, excepto Hungría, y otras naciones aliadas como Australia. No obstante, el voto en contra de Estados Unidos marcó un hito simbólico que podría redefinir el equilibrio de poder en el escenario internacional. Los intentos de Trump de acercarse a Moscú y renegociar los términos de la guerra a favor de Rusia podrían tener consecuencias profundas para la posición global de Estados Unidos, debilitando su influencia y generando nuevas incertidumbres sobre el futuro del orden internacional. Trump sigue su juego, desafiando las normas tradicionales de la diplomacia estadounidense y apostando por una política que prioriza los intereses inmediatos sobre las alianzas históricas.
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En este contexto, la división entre Estados Unidos y Europa se profundiza, mientras el conflicto en Ucrania sigue cobrando vidas y desestabilizando la región. La jugada de Trump, que se presenta como un intento de proteger los intereses estadounidenses, podría terminar por aislar Washington en el escenario internacional, dejando a Europa con la carga de enfrentar sola una amenaza que pone en peligro la estabilidad del continente. El futuro de las relaciones transatlánticas dependerá de cómo evolucione esta dinámica y de si los aliados de Estados Unidos estarán dispuestos a aceptar un liderazgo que parece haber cambiado su brújula moral por un cálculo geopolítico frío y pragmático.