En tiempos donde las redes sociales condicionan gran parte de nuestras decisiones políticas y sociales, la neurociencia se convierte en un aliado crucial para entender por qué algunas personas deciden compartir desinformación. El acto de compartir desinformación se ha vuelto habitual, especialmente en grupos ideológicamente polarizados, pero lo que sucede en el cerebro en el instante de decidir difundir información falsa sigue siendo un misterio que apenas comienza a revelarse con claridad.
La neurocientífica Clara Pretus, profesora de métodos en ciencias del comportamiento de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), explora precisamente estos mecanismos en su reciente artículo titulado: «La neurociencia de la desinformación», publicado en el prestigioso portal académico The Conversation. Pretus investiga los procesos cerebrales que subyacen al comportamiento social y moral, enfocándose específicamente en fenómenos como el extremismo político y la propagación de noticias falsas, que hoy representan una amenaza real para el bienestar social y la estabilidad democrática.
Acerca de compartir desinformación
Uno de los aspectos más intrigantes destacados por Pretus es que el cerebro no responde igual ante todos los tipos de información falsa. A partir de experimentos realizados por su equipo, queda claro que compartir desinformación ocurre con mayor intensidad cuando los contenidos apelan a valores identitarios clave para ciertos grupos ideológicos, especialmente en votantes de extrema derecha. Pretus realizó estudios con grupos específicos en España y Estados Unidos, países donde la polarización política ha alcanzado cotas preocupantes.
Estos hallazgos contradicen en parte la suposición popular de que las personas con alta capacidad analítica son inmunes a la manipulación informativa. El trabajo de Pretus revela que incluso individuos altamente analíticos están dispuestos a compartir desinformación si esta refuerza sus valores identitarios. Esto se evidenció especialmente en mensajes sobre temas como inmigración o derechos de las mujeres, aspectos fundamentales para los grupos evaluados.

Nuestra necesidad de pertenencia
Cuando se observan las razones profundas detrás de compartir desinformación, emergen complejos procesos psicológicos y neurobiológicos relacionados directamente con nuestra necesidad de pertenencia. Las técnicas avanzadas de neuroimagen utilizadas por Pretus y su equipo permitieron observar qué áreas cerebrales se activan en esos momentos decisivos, mostrando mayor actividad neuronal en zonas asociadas a la cognición social y a la adaptación a las normas del grupo al que pertenecen los sujetos analizados.
Los datos obtenidos mediante resonancias magnéticas funcionales durante estas investigaciones sugieren que compartir desinformación no es únicamente un acto superficial de imprudencia o ignorancia, sino una acción socialmente motivada, fundamentada en procesos cerebrales sofisticados. Las regiones cerebrales involucradas incluyen circuitos relacionados con la teoría de la mente, esa capacidad que nos permite inferir las intenciones o deseos de otros, lo que indica que compartir desinformación podría estar asociado al deseo consciente o inconsciente de confirmar lealtades grupales.
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Disparan la actividad cerebral con más fuerza
Pretus explica que las menciones explícitas a valores identitarios en publicaciones falsas disparan la actividad cerebral con más fuerza que críticas menos relevantes, como la gestión económica o problemas cotidianos menores. Esto ocurre porque tales menciones generan una tensión cognitiva que obliga a los individuos a posicionarse de manera clara ante su audiencia. Compartir desinformación, entonces, se convierte en un mecanismo para reafirmar la identidad grupal, mostrando públicamente alineamiento ideológico y pertenencia.
Profundos sentimientos grupales
Sin embargo, Pretus advierte que la comprensión profunda de estos procesos cerebrales debería guiar nuevas estrategias para mitigar el impacto social de compartir desinformación. Si bien iniciativas como la promoción del pensamiento crítico y el contraste de fuentes son útiles, resultan insuficientes en poblaciones altamente polarizadas o extremas en sus posturas ideológicas. Aquí radica la verdadera importancia de la investigación neurocientífica aplicada al fenómeno de la desinformación: proporcionar pistas sobre cómo abordar eficazmente a quienes difunden estos mensajes motivados por profundos sentimientos grupales y partidistas.
En este punto es clave entender que el acto de compartir desinformación no puede atribuirse únicamente a la falta de conocimiento o formación educativa. Los procesos neuronales descubiertos por Pretus demuestran que decisiones aparentemente sencillas de interacción social esconden profundidades cognitivas complejas que deben ser consideradas para diseñar intervenciones efectivas. Ignorar estos factores podría llevar a respuestas incompletas que perpetúen la polarización y la difusión de mensajes engañosos.

Variables de mucho interés
Los estudios realizados por Pretus son particularmente relevantes dado que la desinformación continúa afectando gravemente a sociedades democráticas alrededor del mundo. Ejemplos claros incluyen la interferencia electoral, la pandemia de COVID-19 y la reciente crisis provocada por la DANA en España, escenarios en los que compartir desinformación ha generado caos, desconfianza y enfrentamientos sociales significativos.
Comprender que las personas tienen motivaciones partidistas específicas para compartir desinformación, como confirma Pretus con sus estudios, lleva a cuestionar las tradicionales campañas educativas que apuntan únicamente a la promoción de habilidades críticas generales. La intervención efectiva requiere abordar los fuertes vínculos emocionales y sociales que las personas mantienen con sus grupos, trabajando específicamente en la reducción del miedo y la desconfianza que fomentan la aceptación acrítica y la propagación de mensajes falsos.
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Cómo logran calar
Pretus recalca que no se trata solo de cambiar la mentalidad individual, sino de transformar dinámicas grupales y sociales profundas. La neurociencia aporta valiosas herramientas para entender cómo estos mensajes logran calar en ciertos grupos, guiando intervenciones más empáticas y efectivas. Los hallazgos podrían orientar futuras políticas públicas destinadas a reducir la difusión de información falsa, considerando los factores emocionales, sociales y neurobiológicos involucrados.
Finalmente, el trabajo de Pretus abre una puerta fascinante hacia una comprensión más precisa y humana del fenómeno de compartir desinformación, alertando que el futuro de la lucha contra las noticias falsas depende en gran medida de cómo integremos estos conocimientos neurocientíficos en nuestras estrategias políticas, educativas y sociales. Frente a un panorama global donde la desinformación crece imparablemente, comprender la dimensión neurobiológica y social de este problema es más urgente que nunca. Es en esta nueva visión científica del fenómeno donde reside la esperanza de combatir eficazmente la pandemia informativa que sigue poniendo en riesgo el bienestar social y los cimientos democráticos de nuestras sociedades.