Sistemas carcelarios como industria del crimen: ¿Por qué los fomentan? 

Los sistemas carcelarios han sido, históricamente, el mecanismo por excelencia para resocializar y castigar a aquellos que infringen la ley. Sin embargo, en muchos países de Latinoamérica, este sistema parece haber mutado en un monstruo que alimenta y fomenta el crimen, más que combatirlo. 

Tomemos como ejemplo a Colombia, México y Venezuela. En estos países, los recintos penitenciarios se han transformado en auténticas oficinas del crimen. Desde sus celdas se orquestan secuestros, extorsiones y asesinatos, operando «a control remoto» gracias a la permisividad y, en ocasiones, complicidad del sistema. 

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Observemos estos sistemas carcelarios 

Según datos de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, las cárceles en América Latina se encuentran entre las más sobrepobladas y violentas del mundo. Esta sobrepoblación, combinada con la falta de controles adecuados, ha permitido que líderes criminales operen con impunidad desde sus celdas. Es común encontrar a reclusos con acceso a telefonía celular las 24 horas, zonas de esparcimiento, visitas ilimitadas de meretrices y, por supuesto, una variedad de sustancias ilícitas. 

Pero, ¿por qué los gobiernos permiten que esto suceda? La respuesta podría encontrarse en la intersección del poder político con el criminal. Varios informes, incluyendo investigaciones de organismos internacionales como Transparencia Internacional, sugieren que muchos «empresarios» del crimen tienen lazos estrechos con figuras políticas de alto rango. Esta relación simbiótica permite que los delincuentes operen desde los sistemas carcelarios con cierto grado de protección, mientras los políticos reciben apoyo financiero y otros favores. 

Sistemas carcelarios
La mayoría de las naciones latinoamericanas luchan en menor o mayor medida con este problema. Ilustración MidJourney

No se habla de nada novedoso 

Esta relación no es nueva. Historiadores, como Juan Pablo Pérez, sostienen que la unión entre el poder político y el crimen ha sido una constante en la historia latinoamericana. «Desde tiempos coloniales, la élite gobernante ha utilizado y se ha beneficiado de redes delictivas para mantener y consolidar su poder», señala Pérez. 

No obstante, en el contexto actual, con el auge del narcotráfico y otros crímenes transnacionales, esta relación ha alcanzado niveles alarmantes. Carlos Mendoza, político y analista, comenta: «Lo que vemos en los sistemas penitenciarios es simplemente el reflejo de una realidad más amplia. Las redes criminales han infiltrado no sólo el sistema penitenciario, sino también otras esferas del poder. Esta penetración ha corroído las instituciones y debilitado el Estado de derecho». 

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Todos juegan el monopolio 

En este entramado, los carceleros, alcaides y fiscales se encuentran en una posición particularmente vulnerable. En muchos casos, son cooptados por los delincuentes, ya sea mediante sobornos o amenazas. Como resultado, se convierten en cómplices, aunque a menudo involuntarios, de la industria del crimen que prospera detrás de las rejas. 

Esta dinámica, además de perjudicar la seguridad ciudadana, tiene un impacto negativo en la reinserción de los reclusos. Las sistemas penitenciarios, lejos de ser lugares de rehabilitación, se convierten en escuelas del crimen donde los reos aprenden nuevas técnicas y establecen contactos que les serán útiles una vez en libertad. 

Sistemas carcelarios
Cauterizar políticamente este enrevesamiento es la forma de proceder. Ilustración MidJourney

¿Luz al final del túnel? 

La solución a este problema no es sencilla. Requiere una profunda reforma de los sistemas penitenciarios y una lucha frontal contra la corrupción. Sin embargo, el primer paso es reconocer la magnitud del problema y la necesidad de enfrentarlo. Como señala Mendoza, «Si no abordamos la raíz de la relación entre el poder político y el crimen, cualquier esfuerzo para reformar el sistema carcelario estará condenado al fracaso». 

El desafío es grande, pero la seguridad y el futuro de América Latina dependen de que se tomen medidas efectivas para desmantelar la industria del crimen que se ha enquistado en el corazón de sus sistemas carcelarios. 

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