Bolsonaro actuaría tras lo que pareció el robo electrónico electoral de Lula

Las tensiones en la política brasileña alcanzaron un nuevo punto crítico cuando el expresidente Jair Bolsonaro, envuelto en una serie de acusaciones legales que amenazaron con enterrar su carrera política, comenzó a gestar acciones tras lo que calificó como el “robo electrónico electoral de Lula”. La narrativa de fraude, impulsada por Bolsonaro desde mucho antes de las elecciones presidenciales de 2022, ha servido como motor para galvanizar a su base más radical, avivando un ambiente de polarización que sacude a Brasil desde los comicios que devolvieron a Luiz Inácio Lula da Silva al poder por tercera vez. La historia de Bolsonaro parece ahora entrelazarse con un entramado judicial que podría llevarlo a prisión, pero también con la posibilidad de consolidar su legado como mártir político frente a lo que él y sus seguidores consideran una persecución.

Este análisis se basa en la investigación de Anthony Pereira, destacado académico especializado en política brasileña, quien escribe para el portal The Conversation. Pereira, quien se graduó en Política en la Universidad de Sussex y obtuvo su maestría y doctorado en Gobierno en la Universidad de Harvard, ha dedicado décadas a estudiar la dinámica política y social en Brasil. En su artículo titulado: “Las acusaciones de golpe de Estado en Brasil podrían acabar con la carrera política de Bolsonaro, pero no extinguirán el bolsonarismo”, Pereira detalla cómo las recientes acusaciones formales presentadas por el fiscal general brasileño el 18 de febrero de 2025 han sacudido el escenario político. Entre las acusaciones más graves se encuentran conspirar para evitar que Lula asumiera la presidencia, planear su envenenamiento y fomentar el derrocamiento violento del estado democrático.

Robo electrónico electoral de Lula

Las acusaciones en contra de Bolsonaro y sus 33 coacusados, entre quienes figuran figuras clave de su antiguo gabinete, revelan una supuesta estrategia para impedir la transición pacífica de poder. Según las investigaciones, el expresidente y su círculo más cercano habrían urdido un plan para deslegitimar las elecciones y manipular a las fuerzas armadas para intervenir en lo que Bolsonaro calificó como el “robo electrónico electoral de Lula”. Esta narrativa de fraude, que nunca fue respaldada por pruebas concretas, fue promovidamente agresiva en redes sociales por el propio exmandatario, sembrando dudas sobre la transparencia del sistema de votación electrónica, utilizado en Brasil con éxito durante décadas.

La narrativa de fraude, impulsada por Bolsonaro desde mucho antes de las elecciones presidenciales de 2022, ha servido como motor para galvanizar a su base más radical, avivando un ambiente de polarización que sacude a Brasil desde los comicios que devolvieron a Luiz Inácio Lula da Silva al poder por tercera vez. Ilustración MidJourney

La gravedad de los cargos radica no solo en el intento de Bolsonaro de deslegitimar el proceso democrático, sino también en las acusaciones de haber conspirado para asesinar a figuras centrales del poder brasileño, como el vicepresidente Geraldo Alckmin y el juez de la Corte Suprema Alexandre de Moraes. Según los fiscales, las acciones de Bolsonaro y su círculo cercano pretendían crear un ambiente de caos institucional, incitando a las fuerzas armadas a actuar en defensa de una supuesta amenaza al orden democrático, lo que podría haber derivado en un golpe de Estado. El intento, sin embargo, fracasó gracias a la negativa de los altos mandos del Ejército y la Fuerza Aérea de sumarse a la conspiración, aunque se señala que el entonces comandante de la Marina mostró cierta disposición a cooperar.

Asaltos inspirados en otros asaltos

Las consecuencias inmediatas de este “robo electrónico electoral de Lula”, como lo han descrito Bolsonaro y sus seguidores, se reflejaron en el asalto a los edificios gubernamentales de Brasilia el 8 de enero de 2023. Inspirados por el asalto al Capitolio en Estados Unidos, los manifestantes bolsonaristas irrumpieron violentamente en las sedes de los tres poderes, dejando daños valorados en 20 millones de reales brasileños (equivalentes a 3,5 de dólares). Aunque Bolsonaro no se encontraba en el país en ese momento —había viajado a Orlando, Florida, días antes de la toma de posesión de Lula—, las autoridades aseguran que sus acciones y declaraciones previas jugaron un papel clave en incitar a sus simpatizantes.

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El proceso judicial que ahora enfrenta Bolsonaro es alimentado por testimonios cruciales, como el del teniente coronel Mauro Cid, quien habría aportado detalles comprometedores sobre las reuniones secretas donde se discutían los planes para evitar la transición del poder. Las pruebas apuntan, además, a una red de empresarios aliados al expresidente que financiaron el traslado de manifestantes a Brasilia. Aunque la defensa de Bolsonaro desestima las acusaciones como “ineptas” y sin sustento, el clima político parece inclinarse en su contra, especialmente considerando las recientes condenas a más de 370 personas por su participación en los ataques.

Los partidos y los contrasentidos

A pesar de la gravedad de las acusaciones, el bolsonarismo sigue vivo y bien arraigado en la política brasileña. Aun con la sombra del “robo electrónico electoral de Lula” sobre él, Bolsonaro mantiene un núcleo de apoyo que lo ve como víctima de una persecución política impulsada por el establishment. La posibilidad de que sea condenado a prisión podría, paradójicamente, fortalecer a su movimiento, convirtiéndolo en un símbolo de resistencia contra lo que sus seguidores consideran una dictadura judicial. La Corte Suprema Electoral ya ha impedido que Bolsonaro se postule a cargos políticos durante los próximos ocho años, pero su influencia, especialmente entre los votantes más conservadores y los sectores evangélicos, sigue siendo significativa.

El desafío que enfrenta ahora Brasil va más allá del destino judicial de Bolsonaro. La división ideológica entre los partidarios radicales del bolsonarismo y los conservadores pragmáticos ha creado un ambiente de tensión constante. Si Bolsonaro llega a ser condenado, su familia podría heredar su legado político, con figuras como su hijo Eduardo Bolsonaro o su esposa Michelle perfilándose como posibles sucesores. Sin embargo, también existe un sector de la derecha brasileña que busca distanciarse del extremismo y regresar a una política más institucionalizada, alejándose del discurso incendiario que caracterizó al expresidente.

A pesar de la gravedad de las acusaciones, el bolsonarismo sigue vivo y bien arraigado en la política brasileña. Aun con la sombra del “robo electrónico electoral de Lula” sobre él, Bolsonaro mantiene un núcleo de apoyo que lo ve como víctima de una persecución política impulsada por el establishment. Ilustración MidJourney.

Disputa con matices internacionales

El impacto internacional de este caso no puede ser subestimado. Al igual que el asalto al Capitolio en Estados Unidos, los disturbios del 8 de enero en Brasilia han sido observados de cerca por líderes y movimientos populistas de derecha en todo el mundo. Un juicio contra Bolsonaro podría convertirse en un evento mediático global, atrayendo la atención de simpatizantes y detractores por igual. Además, la reciente demanda presentada por la empresa de medios de Donald Trump contra el juez Alexandre de Moraes en un tribunal estadounidense añade una dimensión internacional a la disputa, en la que se cruzan intereses políticos y libertades civiles.

Las ramificaciones del llamado “robo electrónico electoral de Lula” no solo afectan la carrera política de Bolsonaro, sino que también desafiaban la estabilidad democrática de Brasil. La narrativa de fraude, aún sin pruebas, ha sido un arma poderosa en manos del exmandatario, capaz de movilizar a una base que se siente traicionada por el sistema. Si bien la justicia podría poner fin a las aspiraciones políticas directas de Bolsonaro, es improbable que logre desactivar el movimiento que ha creado. De hecho, una condena podría consolidar aún más su estatus como figura central de la derecha radical brasileña.

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Gobernar un país profundamente polarizado

Mientras tanto, el presidente Lula enfrenta su propio desafío: gobernar un país profundamente polarizado, donde el fantasma del bolsonarismo sigue influyendo en la vida política. Con la posibilidad de buscar un cuarto mandato en 2026, Lula deberá equilibrar las demandas de sus aliados progresistas con la necesidad de mantener la estabilidad en un escenario marcado por la tensión. El juicio contra Bolsonaro será clave para definir el rumbo de la política brasileña en los próximos años, pero, más allá de su desenlace, parece claro que el bolsonarismo no desaparecerá fácilmente.

En última instancia, el caso contra Bolsonaro se convierte en un símbolo de los desafíos que enfrentan las democracias contemporáneas frente al auge del populismo de derecha. La retórica del “robo electrónico electoral de Lula” no solo alimenta la narrativa de persecución política entre los seguidores del expresidente, sino que también pone en evidencia las grietas en el sistema democrático brasileño. Lo que está en juego no es solo el futuro de un líder caído en desgracia, sino la capacidad de Brasil para superar una era de polarización extrema y restablecer la confianza en sus instituciones democráticas.

 

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