En medio de uno de los conflictos más tensos en la historia reciente de Oriente Medio, la mirada estratégica de China se ha posado en la región con una calculada frialdad. Mientras Tel Aviv libra una feroz batalla política y militar en la región, China utiliza la ira de Israel como una herramienta más para avanzar en su ambicioso objetivo de consolidar el control sobre las principales rutas energéticas. El creciente antagonismo entre Israel e Irán, junto con las implicaciones geopolíticas de la guerra energética en el Golfo Pérsico, han generado el terreno perfecto para que Pekín refuerce su influencia, aprovechando las tensiones y conflictos para consolidar su dominio energético.
El artículo original que planteó la posibilidad de una guerra energética desencadenada por el apoyo de China a Irán fue escrito por Gordon G. Chang. En su pieza, publicada en The Hill , Chang señaló que la política exterior china en Oriente Medio tiene un fuerte componente de manipulación, basada en sus crecientes relaciones con Irán y su habilidad para jugar a ambos lados del conflicto regional. Chang, autor del libro “Plan Rojo: El proyecto de China para destruir a Estados Unidos y el inminente colapso de China”, ha advertido que la postura de Pekín podría desencadenar una serie de acontecimientos que culminen en un enfrentamiento energético a escala global, con el control de las principales rutas del petróleo en juego.
China utiliza la ira de Israel
La televisión estatal de Irán difundió una advertencia el 1 de octubre en la que el ejército iraní prometió atacar la infraestructura energética del Medio Oriente si Estados Unidos o sus aliados intensificaban su apoyo a Israel. Este tipo de declaraciones encajan perfectamente en el plan de Pekín. China utiliza la ira de Israel, avivada por los ataques iraníes y las amenazas constantes, para justificar su creciente presencia militar y económica en la región. La estrategia es clara: mientras la tensión escala y los mercados energéticos se ven afectados, China se presenta como un actor que puede garantizar la estabilidad de los flujos de crudo hacia Asia, especialmente hacia sus propias refinerías.

Los ataques con drones de 2019 que golpearon duramente las instalaciones de Saudi Aramco fueron un primer indicio de las vulnerabilidades en las rutas energéticas de la región. Aunque Teherán negó su responsabilidad, los indicios apuntan a que el ataque fue realizado por militantes hutíes, aliados clave de Irán. A pesar de estos precedentes, las refinerías asiáticas, particularmente en China, han mantenido la calma, confiando en que la guerra en el Oriente Medio no interrumpirá los flujos hacia Asia Oriental. Esta confianza podría explicarse en parte porque Pekín ha sabido aprovechar el caos para posicionarse como un interlocutor clave con todos los actores involucrados.
Acuerdos energéticos en Oriente Medio
China utiliza la ira de Israel no solo para aumentar su influencia sobre Irán, sino también para consolidar su relación con otros actores clave en la región. En 2021, Pekín firmó un acuerdo estratégico de 400.000 millones de dólares con Irán, lo que garantiza una cooperación a largo plazo que incluye, entre otras cosas, la inversión en infraestructura energética y militar. Además, en 2023, China fue mediador en un sorprendente acuerdo entre Irán y Arabia Saudita, dos de los rivales más acérrimos del Golfo Pérsico, lo que le permitió ganar aún más terreno en su papel de poder estabilizador en la región.
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Sin embargo, detrás de esta aparente búsqueda de estabilidad, el objetivo final de China es claro: el control de la energía, afirmó Gordon G. Chang. La dependencia china del petróleo del Golfo Pérsico ha sido creciente en los últimos años. En 2022, más del 54% de las importaciones de crudo de China provenían de la región, consolidando su papel como el principal comprador de los recursos energéticos de Medio Oriente. Este hecho coloca a Pekín en una posición de privilegio frente a otras potencias que también dependen del suministro de petróleo, como Japón y Corea del Sur.
Ganando el descuido
Mientras tanto, Estados Unidos, el principal productor de petróleo y gas del mundo en los últimos años, ha mostrado signos de alejamiento de la región. Este cambio de postura ha sido aprovechado por China para fortalecer sus lazos con los países productores de energía. Washington ha centrado sus esfuerzos en la producción doméstica, pero los recientes intentos de limitar la perforación y la suspensión de permisos para la exportación de gas natural han despertado inquietudes. Las señales son claras: la influencia de Estados Unidos en el mercado energético global podría estar en declive, mientras que China continúa expandiendo su poderío.
China utiliza la ira de Israel como una cortina de humo para avanzar en su verdadero objetivo: asegurar de que controla el flujo energético del Golfo Pérsico hacia Asia. Mientras Pekín sigue apoyando a Irán, Hezbolá, Hamás y otras facciones involucradas en la guerra contra Israel, lo hace con la convicción de que sus intereses energéticos no se verán afectados. Incluso si el conflicto se intensifica y los precios del petróleo aumentan, como ha sucedido en semanas recientes, China está lista para aprovechar el caos, asegurando que sea vista como una potencia estabilizadora, cuando en realidad su enfoque es de control absoluto, precisó Gordon G. Chang.

El Dragón de la diplomacia
Es importante destacar que China ha sabido jugar su carta diplomática con extrema precisión. A través de su Declaración de Beijing de julio de este año, el gobierno chino logró unir a 14 facciones palestinas, consolidando su influencia en el conflicto israelo-palestino. Esta jugada refuerza su papel en la región, posicionándose como un mediador que puede equilibrar las fuerzas en el juego. A medida que la guerra energética avanza, China ha asegurado que tendrá el control del «interruptor de la luz del mundo», como lo expresó Jonathan Bass de Argent LNG. Y es que Pekín ha demostrado una capacidad única para manipular los eventos a su favor, por o que China usa ira de Israel y las tensiones de la región como una herramienta para reforzar su control sobre los recursos energéticos.
La estrategia de China para controlar la energía en su hemisferio no es solo económica, sino también militar. Un funcionario de una refinería estatal china afirmó recientemente que, si Pekín enfrenta una interrupción en el suministro de crudo, no dudará en tomar «medidas muy duras», incluso de carácter militar. Esta amenaza resuena en el escenario internacional, donde cada vez es más evidente que la energía es una de las armas más poderosas en los conflictos geopolíticos actuales.
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En conclusión, mientras Oriente Medio sigue siendo un campo de batalla para múltiples intereses, China ha sabido jugar un rol clave en la guerra energética. Al utilizar la ira de Israel como catalizador para su propia estrategia, Pekín ha consolidado su dominio sobre las rutas energéticas del Golfo Pérsico. A medida que el conflicto continúa, el mundo observa cómo China se convierte en la fuerza principal detrás de las cortinas de esta compleja y volátil situación.