¿María Corina Machado se arrepiente? Eso al menos eso parece entre líneas, en el comunicado que firmó junto a Edmundo González Urrutia, donde exigen a las autoridades de Estados Unidos evitar la criminalización de venezolanos deportados, y apelan al respeto del Estado de derecho. El texto, publicado en medio del escándalo por el traslado de migrantes a la cárcel de máxima seguridad CECOT, en El Salvador, junto a miembros del Tren de Aragua, representa un giro sutil en el discurso de quien, durante años, cimentó parte de su narrativa opositora en la construcción de una imagen radical del chavismo y de la criminalidad como un binomio indisoluble. El momento para la rectificación, aunque ambiguo, parece llegar justo cuando miles de venezolanos enfrentan la posibilidad de ser expulsados masivamente de Estados Unidos, víctimas de una política migratoria que ha adoptado a la banda criminal como comodín narrativo para justificar detenciones, deportaciones y aislamiento.
El periodista Alonso Moleiro, corresponsal en Venezuela del diario español EL PAÍS, fue quien encendió las alarmas sobre esta contradicción. En su artículo titulado: “Las deportaciones de Trump golpean a Venezuela: de la indignación del chavismo a los temores de la oposición”, publicado recientemente en la plataforma del diario, analiza la situación con la agudeza que lo caracteriza. Moleiro, con dos décadas de trayectoria en medios como El Nacional, Unión Radio, Globovisión y Vivoplay, y autor del libro Sólo los estúpidos no cambian de opinión, destaca cómo la narrativa de seguridad nacional del expresidente Donald Trump ha logrado permear la política migratoria actual, afectando incluso a quienes, sin culpa ni vínculos con el crimen organizado, han terminado recluidos en condiciones infrahumanas. Es en este contexto que se da el cambio de tono en el discurso de Machado, un líder cuya firmeza había sido invariable hasta ahora y para muchos, responsable, del destino que muchos inocentes sufren en la deleznable cárcel de El Salvador.
¿María Corina Machado se arrepiente?
El texto firmado por la “mesiánica opositora” no ha dejado a nadie completamente satisfecho. Muchos venezolanos dentro y fuera del país sienten que el comunicado no llegó lo suficientemente lejos, y que evitó un pronunciamiento directo hacia la administración estadounidense. Además; dejó muchos vacíos en cuanto a la protección real que pueden esperar los migrantes. María Corina Machado se arrepiente, no porque lo diga de forma específica, sino porque el contexto la obliga a matizar una narrativa nacida de su puño y letra, aunque popular entre algunos sectores, ha servido de justificación para atropellos cometidos fuera de nuestras fronteras. La criminalización del migrante ha encontrado terreno fértil en esa retórica dura que reduce la complejidad social a una fórmula de buenos y malos, y que ahora, con la realidad golpeando puertas, exige replanteamientos.

Resulta irónico que quienes han sido más duros con la diáspora durante años —el gobierno de Nicolás Maduro y sus voceros— se muestren hoy como defensores de los derechos humanos de los deportados. Jorge Rodríguez ha anunciado la contratación de bufetes internacionales para defenderlos, y Diosdado Cabello, en un gesto de empatía, los recibieron como «hermanos» al llegar de regreso desde México. La narrativa oficialista, que en el pasado utilizó a los migrantes como ejemplo de traición o de fracaso del capitalismo, se transforma ahora en una vitrina para criticar el proceder estadounidense. En contraste, la oposición democrática, que siempre se ha mostrado como el rostro compasivo y racional del país, parece haber sido superada por una realidad que los señala como responsables y que exige respuestas más humanas y menos rígidas. María Corina Machado se arrepiente, quizás, de haber caído en la trampa de una política simplista que no contempla las consecuencias humanas de las palabras cuando estas son asumidas como verdades absolutas.
Una ñoña irresponsable
El reportaje de Alonso Moleiro se sumerge también en los testimonios desgarradores de personas deportadas sin haber cometido delito alguno. Muchos de ellos no son parte del Tren de Aragua, pero han sido marcados por tatuajes, acentos o simplemente por el hecho de ser venezolanos. La famosa prisión salvadoreña, diseñada para albergar a mareros y criminales de alta peligrosidad, se ha convertido en una suerte de espectáculo punitivo donde los derechos individuales se disuelven ante el aplauso de sectores radicalizados de la opinión pública. María Corina Machado se arrepiente, aunque sea a regañadientes, al observar cómo sus “llamados de mano dura” han sido reinterpretados y distorsionados para servir intereses políticos ajenos, que no distinguen entre oposición y oficialismo, entre inocentes y culpables, entre personas con sueños y criminales de carrera.
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Ade Ferro, director del Caucus Venezolano-Americano, ha sido tajante en sus declaraciones. Denuncia que las deportaciones están siendo utilizadas como show mediático, con una lógica racial y de clase que afecta especialmente a los migrantes venezolanos. Ferro asegura que muchos de los detenidos nunca estuvieron detenido, ni pertenecen a ninguna organización criminal. Algunos incluso tenían estatus de protección. El activista señala que hay un esfuerzo deliberado por asociar a todos los venezolanos con el Tren de Aragua, una narrativa peligrosa que encuentra raíces en la propia oposición de Venezuela. María Corina Machado se arrepiente, quizás, al constatar que esa misma narrativa, que ella construyó para golpear al régimen, ahora golpea a la diáspora, a su electorado natural, a miles de ciudadanos que buscan una vida mejor y que se sienten traicionados por una dirigencia que no supo defenderlos a tiempo.
Sorpresa: Siempre fue un cálculo electoral
Dentro de Estados Unidos, las decisiones sobre Venezuela parecen cada vez menos influenciadas por consideraciones diplomáticas y más por cálculos electorales. Washington se mueve al ritmo del voto interno, y la figura de Trump resurge con fuerza, reeditando medidas que colocando a los migrantes en el ojo del huracán. La llamada «Ley de Enemigos Extranjeros», invocada para las deportaciones, ha sido criticada por juristas y organismos internacionales. Sin embargo, su aplicación se ha intensificado y los resultados están a la vista. María Corina Machado se arrepiente, si no por convicción, por cálculo político. La presión de los hechos, la indignación en redes sociales y el desconcierto de sus aliados más cercanos la obligan a hacer malabares con un discurso que hasta hace poco era inquebrantable.

Hay quienes sostienen que la oposición venezolana debería centrarse más en construir puentes que en dinamitar caminos. Carmen Beatriz Fernández, politóloga y consultora, argumenta que el comunicado firmado por Machado y González Urrutia llegó tan lejos como podía, dadas las circunstancias. Pero reconoce que ese tipo de respuestas ambiguas deja espacio para que el chavismo y otros críticos ocupen el vacío moral. En tiempos de crisis, la gente busca certezas, y cuando no las encuentra, el desencanto se convierte en un arma de doble filo. María Corina Machado se arrepiente, incluso si no lo admite, porque sabe que su capital político depende de la empatía que logre despertar en una población que hoy se siente más sola que nunca.
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Los ecos de este episodio se proyectan más allá del momento coyuntural. La figura del Tren de Aragua ha sido utilizada como símbolo del caos, pero también como excusa para políticas represivas. Desde Chile hasta Perú, pasando por Panamá y Colombia, los venezolanos enfrentan discriminación, redadas y medidas que no distinguen entre víctima y victimario. La historia se repite: los mismos que huyeron de la persecución terminaron siendo perseguidos. María Corina Machado se arrepiente, o empieza a comprender que su liderazgo no puede ser eficaz si no se reconcilia con la humanidad de su discurso. La firmeza es valiosa, pero la justicia no puede construirse sobre estigmas. El futuro político de Venezuela, si es que quiere ser distinto, necesitará algo más que narrativas de guerra. Necesitará verdad, compasión y coraje para reconocer errores. Incluso los propios.