EE.UU. votará para salvar de la muerte a la nación y no conoce a su verdugo

La polarización en Estados Unidos ha llegado a un punto crítico en la antesala de las elecciones de 2024, en las que los partidarios sienten que está en juego algo más que simples políticas o promesas electorales: perciben que el futuro de la democracia estadounidense y su identidad mismas están en riesgo. Esta sensación de urgencia es tal que muchos ven en estas elecciones la última oportunidad para “salvar de la muerte a la nación”, una frase que describe el tono de alarma y trascendencia que envuelve al proceso electoral. Al abordar esta tensión, el columnista del Washington Post, Shadi Hamid, quien también es profesor adjunto de estudios islámicos en el Seminario Fuller, ha resaltado el ambiente cargado que caracteriza esta época en su artículo titulado: «La polarización no es sólo una fase. Es nuestra nueva configuración predeterminada».

Hamid es un experto en cultura, religión y política exterior, con varios libros publicados sobre temas de democracia y política internacional, siendo su obra más reciente: El problema de la democracia. El tono de su análisis refleja su preocupación sobre una división ideológica que ya no se centra en diferencias políticas prácticas, sino en la existencia misma de la nación como la conocemos.

Salvar de la muerte a la nación

La declaración del presidente Joe Biden al inicio de la campaña, en la que preguntaba “¿quiénes somos?”, muestra el cambio profundo en el debate político estadounidense. Ya no se trata simplemente de elegir entre políticas de derecha o izquierda, sino de definir si el país podrá seguir siendo una democracia o si se hundirá en un pozo de hostilidad sin retorno. Como señala Hamid, en otros tiempos, los desacuerdos, aunque intensos, no ponían en riesgo la estructura democrática. A principios de la década de 2010, los debates giraban en torno a temas de salud pública, impuestos y otras cuestiones prácticas. Sin embargo, hoy la discusión se ha transformado en una lucha existencial, en la que ambos lados se ven como opuestos irreconciliables, y donde muchos creen que votar es una cuestión de salvar de la muerte a la nación.

Esta sensación de urgencia es tal que muchos ven en estas elecciones la última oportunidad para “salvar de la muerte a la nación”, una frase que describe el tono de alarma y trascendencia que envuelve al proceso electoral. Ilustración MidJourney

A medida que se acercan las elecciones, una encuesta de NBC News revela que aproximadamente el 80% de los estadounidenses, tanto demócratas como republicanos, consideran que el otro partido representa una amenaza existencial para el país. Esta percepción ha cambiado la dinámica de la política. Ya no se trata de aceptar una derrota y esperar una oportunidad futura, sino de impedir que el “enemigo” gane a toda costa, porque cualquier victoria del contrario se percibe como un golpe mortal para la nación. Para Hamid, esta visión de los otros como enemigos irreconciliables tiene efectos devastadores sobre la misma democracia. En una sociedad donde cada lado busca “salvar de la muerte a la nación”, el diálogo se convierte en una contienda y las elecciones se ven como batallas que no pueden dejar margen para la conciliación.

La desconfianza y el tribalismo

En el panorama actual, la situación ha empeorado debido a la desconfianza generalizada hacia los procesos electorales. La controversia por las elecciones de 2020 aún está presente, y una parte considerable de los republicanos sigue creyendo que hubo fraude. Pero no solo en la derecha existen estas dudas. Desde 2016, una porción de los demócratas también cuestiona la legitimidad del sistema, especialmente después de la elección de Donald Trump, a quien algunos consideran un “presidente ilegítimo”. Para Hamid, el rechazo a aceptar la legitimidad de los procesos electorales alimenta una “espiral de radicalización” en la que cada partido toma decisiones más extremas en reacción a los errores o excesos del otro, lo que incrementa la polarización y crea una atmósfera donde cada vez es más difícil “salvar de la muerte a la nación”.

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Otro factor que complica la situación es el creciente rechazo hacia la tolerancia de opiniones opuestas. Según una encuesta realizada en 2021 entre estudiantes universitarios, el 30% de los demócratas y el 71% de los republicanos afirmaron que no estarían dispuestos a mantener relaciones sociales o laborales con alguien que apoye al candidato opositor. Esta falta de tolerancia a las diferencias políticas plantea un reto adicional a la democracia. La diversidad de opiniones debería ser el pilar de un sistema democrático saludable, pero en lugar de eso, las lealtades y el tribalismo están llevándose al extremo. A medida que las divisiones ideológicas se agravan, la posibilidad de “salvar de la muerte a la nación” parece desvanecerse, sumergida en una fragmentación en la que cada grupo se identifica a partir de los enemigos que rechaza.

Necesidad de tener un enemigo

Hamid advierte que el trasfondo cultural de esta polarización no es un problema reciente ni superficial. En las últimas décadas, el secularismo ha ganado terreno, y el distanciamiento de una cultura cristiana compartida ha dejado un vacío ideológico que ha fragmentado aún más a la sociedad. El final de la Guerra Fría fue el comienzo de una nueva era en la que ya no existía una amenaza externa que uniera a los estadounidenses. Por el contrario, en esta época, el   parece ser interno, y la lucha se centra en una identidad fragmentada en la que cada grupo lucha por imponer su propia visión de lo que debería ser la nación. De este modo, cada elección se convierte en una contienda cultural en la que cada bando se aferra a su identidad y ve al otro como una amenaza que debe ser contenida para “salvar de la muerte a la nación”.

Este tribalismo moderno está impulsado por una necesidad fundamental de pertenencias y de encontrar un propósito. Hamid explica que los estadounidenses han comenzado a definirse no solo por lo que apoyan, sino principalmente por lo que rechazan, por quienes consideran sus enemigos. Esta dinámica de amigo-enemigo, un concepto de la teoría política, permite que los ciudadanos se reconozcan a sí mismos en función de su oposición hacia el “otro”, lo cual intensifica la polarización. La idea de que “solo puede haber un nosotros si primero hay un ellos” hace que las divisiones sean casi irreparables y que la posibilidad de unidad parezca remota.

A medida que se acercan las elecciones, una encuesta de NBC News revela que aproximadamente el 80% de los estadounidenses, tanto demócratas como republicanos, consideran que el otro partido representa una amenaza existencial para el país. Ilustración MidJourney.

Objetivo: Aplastar a la otra parte

No obstante, Hamid señala que la polarización no es necesariamente un mal en sí misma. La democracia se basa en el desacuerdo vigoroso y en la confrontación de ideas diferentes, pero este proceso se vuelve peligroso cuando el objetivo es aplastar a la otra parte en lugar de llegar a un entendimiento. La situación actual es el reflejo de un cambio profundo y tal vez irreversible en la sociedad estadounidense. Sin una amenaza externa que una a los ciudadanos y sin una base cultural compartida, el país enfrenta el desafío de sostener una democracia en la que cada elección se percibe como una última oportunidad para salvar de la muerte a la nación.

A pesar de lo sombrío de su análisis, Hamid también sugiere que la polarización extrema podría tener un lado positivo: ha permitido una expresión más plena de la diversidad racial y religiosa en el país. Si bien la cohesión cultural ha disminuido, la diversidad se ha incrementado, y en cierto sentido, esto es un logro democrático. Pero, al mismo tiempo, esta diversidad ha introducido nuevas tensiones que se manifiestan en las elecciones y en las decisiones políticas. Cada elección se convierte en una oportunidad para que las identidades políticas, raciales y culturales choquen, fortaleciendo la idea de que lo que está en juego es la misma existencia de la nación.

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Hamid concluye que, aunque esta elección sea vista como la más importante, no será la última. La democracia está diseñada para sobrevivir a las derrotas y las victorias de sus participantes, por muy amargas que sean. Sin embargo, la capacidad de Estados Unidos para mantener su democracia intacta depende de que sus ciudadanos reconozcan que las diferencias, aunque profundas, no deben conducir a un rechazo total del otro. En última instancia, el reto no es solo “salvar de la muerte a la nación” en estas elecciones, sino encontrar una forma de coexistir y preservar una democracia vibrante en la que las identidades múltiples puedan vivir en equilibrio, sin que las diferencias ideológicas se convertirán en una sentencia de muerte para el país.

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