Moralidad y política: la propuesta bolivariana que nunca se materializó

Moralidad y política han sido, desde tiempos remotos, dos conceptos que rara vez transitan por el mismo sendero. En la Venezuela de hoy, la corrupción, la impunidad y la crisis institucional parecen desmentir cualquier esfuerzo por unir ambos principios en un sistema de gobierno verdaderamente ético. No obstante, hace más de dos siglos, Simón Bolívar intentó establecer un modelo donde la educación y la vigilancia de las costumbres se convirtieran en pilares fundamentales del Estado. Su propuesta, conocida como el Poder Moral, quedó como una idea ambigua en su Discurso de Angostura de 1819, pero nunca logró consolidarse en la práctica. A pesar de los intentos por revivirla en la Constitución de 1999, la realidad ha demostrado que el concepto original del Libertador sigue siendo una utopía inalcanzable en el ejercicio político venezolano.

Luis Britto García, escritor, ensayista y una de las voces más prolíficas del pensamiento crítico venezolano, abordó recientemente esta propuesta en su artículo «El Poder Moral», publicado en el portal Aporrea. Con más de 90 obras en su haber y una trayectoria distinguida en la literatura y el ensayo, Britto García ha analizado en múltiples ocasiones la relación entre política, historia y sociedad. Su último trabajo destaca la importancia de la propuesta bolivariana en un contexto en el que la moral pública es más un enunciado retórico que una realidad palpable.

Acerca de moralidad y política

Moralidad y política no fueron términos que Bolívar considerara excluyentes. Al contrario, el Libertador entendía que la moral era una herramienta indispensable para la consolidación de un Estado fuerte y justo. En su Discurso de Angostura, afirmó que «Moral y luces son los polos de una República», dando a entender que la educación y la ética eran la base sobre la cual debía erigirse el nuevo orden republicano. Su propuesta del Poder Moral se inspiró en instituciones de la antigua Atenas, Roma y Esparta, diseñadas para vigilar el comportamiento de los ciudadanos y garantizar la virtud en la administración pública. Sin embargo, la idea de un organismo dedicado exclusivamente a velar por la moral no encontró cabida en la estructura constitucional de la época, y con el tiempo, quedó relegada a un idealismo nostálgico.

La propuesta bolivariana de un Cuarto Poder diferencia de los tradicionales poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial en que su función no era legislar ni administrar justicia en términos jurídicos, sino corregir y prevenir la corrupción moral de la sociedad. Ilustración MidJourney

La propuesta bolivariana de un Cuarto Poder diferencia de los tradicionales poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial en que su función no era legislar ni administrar justicia en términos jurídicos, sino corregir y prevenir la corrupción moral de la sociedad. En teoría, esta entidad debía supervisar la educación de los niños, inculcar principios de virtud y sancionar comportamientos que fueran en contra del interés público. Pero la gran interrogante que planteaba el Poder Moral radicaba en su aplicación efectiva. ¿Cómo determinar con objetividad lo que es moralmente correcto en un Estado con diversidad de pensamiento? ¿Quién tendría la potestad de juzgar las acciones desde una perspectiva ética sin caer en el dogmatismo o la arbitrariedad?

Una ética para Venezuela

Moralidad y política, al menos en el pensamiento de Bolívar, debían ir de la mano en la construcción de la República. Sin embargo, la falta de un mecanismo claro para implementar el Poder Moral lo condenó a la irrelevancia en el diseño institucional de Venezuela. Con el paso de los años, el pragmatismo político se impuso sobre los principios éticos, y el país se consolidó bajo esquemas de gobierno donde la moralidad era, en el mejor de los casos, una aspiración distante.

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El siglo XX venezolano estuvo marcado por gobiernos de diversa índole, desde dictaduras hasta democracias representativas, pero en ninguno de ellos logró instaurar un sistema de vigilancia moral como el que Bolívar imaginó. Con la llegada del siglo XXI y la revolución bolivariana, la idea de recuperar ciertos principios del pensamiento del Libertador resurgió con fuerza. La Constitución de 1999 introdujo la figura del Poder Ciudadano, el cual, a través del Consejo Moral Republicano, debía velar por la ética en la gestión pública. No obstante, lejos de convertirse en un verdadero mecanismo de control moral, este órgano se limitó a funciones administrativas y jurídicas, alejándose del espíritu original de Bolívar.

Una entidad burocrática

Moralidad y política volvieron a ser palabras divorciadas en la práctica gubernamental. La falta de independencia de los órganos del Estado, el uso discrecional de los recursos públicos y la ausencia de sanciones efectivas para la corrupción desvirtuaron cualquier intento de hacer del Poder Ciudadano un bastión de la ética republicana. En lugar de actuar como un tribunal moral capaz de orientar la conducta de los funcionarios y ciudadanos, se convirtió en una entidad burocrática más, atrapada en la maraña institucional del país.

Luis Britto García señala en su artículo que el Poder Moral concebido por Bolívar tenía una finalidad distinta a la de cualquier estructura gubernamental actual. Más que un mecanismo punitivo, buscaba generar conciencia sobre la importancia de la ética en la vida pública. Sin embargo, su falta de aplicabilidad concreta y la dificultad de establecer criterios objetivos de moralidad hicieron que su implementación fuera poco realista. En un mundo donde la política se mueve por intereses y negociaciones, la idea de un organismo dedicado exclusivamente a velar por la virtud resulta casi utópica.

La propuesta bolivariana de un Cuarto Poder diferencia de los tradicionales poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial en que su función no era legislar ni administrar justicia en términos jurídicos, sino corregir y prevenir la corrupción moral de la sociedad. Ilustración MidJourney.

¿Un ideal irrealizable?

Moralidad y política han demostrado ser conceptos difíciles de conjugar en el ejercicio del poder. Si bien Bolívar soñó con un Estado donde la ética guiara las decisiones políticas, la realidad ha demostrado que los sistemas de gobierno tienden a operar bajo lógicas más pragmáticas. La corrupción, el nepotismo y la falta de rendición de cuentas han sido constantes en la historia republicana venezolana, desmintiendo la posibilidad de que una estructura basada en principios morales pueda sostenerse en el tiempo.

En última instancia, la propuesta bolivariana del Poder Moral quedó como un ideal noble pero irrealizable. A pesar de los esfuerzos por rescatar su esencia en la Venezuela contemporánea, el ejercicio del poder ha demostrado que la moralidad no puede ser impuesta desde una institución, sino que debe ser cultivada desde la educación y la cultura cívica. Mientras estos valores no formen parte del ADN social, cualquier intento de institucionalizar la moralidad seguirá siendo un proyecto inacabado.

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Moralidad y política seguirán siendo, en la mayoría de los casos, conceptos enfrentados. Lo que Bolívar planteó como una solución para la decadencia moral de los gobiernos ha sido relegado a una utopía histórica. Quizás la mayor enseñanza de su propuesta no radica en la necesidad de un organismo regulador, sino en la importancia de generar ciudadanos conscientes de su papel en la sociedad. Sin una base educativa sólida y un compromiso genuino con los valores republicanos, cualquier intento de legislar la ética seguirá siendo una mera ilusión.

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