Maduro es presidente. El resultado no sorprendió a nadie, y ahora las distintas narrativas sobre su victoria están en pugna. La elección del 28 de julio se llevó a cabo en medio de un clima de desconfianza y sospechas de fraude, algo que ya muchos anticipaban. Martín Rodríguez Rodríguez, especialista en América Latina radicado en Washington, DC y graduado de la Escuela de Negocios Kennedy de Harvard en 2024, recientemente abordó este tema en un artículo de opinión para The Hill titulado «Para Venezuela y Maduro, esta vez podría ser realmente diferente».
Rodríguez Rodríguez señaló que el supuesto fraude de Nicolás Maduro era previsible, especialmente considerando que la atención internacional estaba centrada en dos guerras y las próximas elecciones presidenciales estadounidenses. Maduro, aunque profundamente impopular, calculó que con dos guerras importantes desarrollándose en el mundo y otros detalles geopolíticos, este era el momento perfecto para manipular los resultados y asegurar otro mandato de seis años para el partido chavista. Su estrategia no incluyó la cancelación total de los partidos opositores ni el encarcelamiento masivo de sus líderes, como lo hizo Daniel Ortega en Nicaragua, sino una combinación de intimidación y uso de recursos estatales para garantizar su victoria.
Maduro es presidente: es un hecho
Maduro es presidente. A pesar de las protestas y las evidencias de manipulación, el régimen de Maduro ha conseguido mantener el control. La líder opositora María Corina Machado y su sustituto, un académico octogenario sin experiencia política, fueron excluidos de la contienda, dejando a Edmundo González como el principal adversario. Sin embargo, las tácticas de intimidación y el uso de recursos estatales fueron suficientes para producir un resultado favorable para Maduro. Las reacciones populares del 29 de julio, con manifestaciones y la destrucción de estatuas de Hugo Chávez, muestran un descontento palpable entre la población, sin embargo, quien está a cargo es el espigado sexagenario líder venezolano.
Las narrativas ahora se centran en tres factores principales que diferencian esta situación de las elecciones anteriores. Primero, la magnitud del supuesto fraude es más evidente. En elecciones pasadas, la afirmación de victoria de Maduro era al menos plausible, pero esta vez, las encuestas a la salida de las urnas y los datos de la oposición muestran una clara victoria de González con un 65% frente al 31% de Maduro. La disponibilidad de estos datos en línea para el público general ha subrayado aún más la ilegitimidad del proceso. Sin embargo, la posibilidad de falsear los datos no es una capacidad de un solo bando.
María Corina es un lugarteniente
En segundo lugar, al parecer la oposición está más unida y disciplinada que nunca. A diferencia de líderes anteriores, María Corina Machado ha demostrado ser competente y confiable, ganando una autoridad incuestionable tras su victoria en las primarias de octubre del año pasado con más del 90% de los votos. Su estrategia de publicar las actas de escrutinio en línea menos de 24 horas después de la votación fue una jugada maestra que tomó a todos por sorpresa, incluso a los funcionarios del partido de Maduro. Sin embargo, no son actas físicas, son imágenes colgadas en una página web, y la capacidad de hacer “trampas” en ese lado del escenario político fue cristalizado por Juan Guaidó y quienes estuvieron involucrados en la entrega de Monómeros y Citgo.
Maduro es presidente. Pero la ira pública es amplia y resuelta. Las protestas no comenzaron en los suburbios de clase media, sino en Petare, la favela más grande de Venezuela y Sudamérica, lo que demuestra un descontento profundo y generalizado. A pesar de la violenta represión del régimen, con 11 muertos y más de 900 arrestos en los primeros días de las protestas, según la ONG Foro Penal, la determinación de la población de exigir cambios es clara. Pero la protesta violenta duró 48 horas y a la fecha no hay gente en las calles pidiendo que Edmundo se haga del poder.
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Narrativa desde el exterior
A nivel internacional, la respuesta también ha sido significativa. El gobierno de Maduro expulsó a las delegaciones diplomáticas de siete países latinoamericanos y recibió críticas incluso de observadores invitados por el régimen, como el expresidente colombiano Ernesto Samper y el expresidente dominicano Leonel Fernández, quienes pidieron la publicación de todas las actas. La cautela de países democráticos de la región a reconocer la elección, incluidos aliados ideológicos como Colombia y Brasil, resalta la flagrancia del fraude.
Maduro es presidente. Y aunque cuenta con un aparato coercitivo bien aceitado y patrocinado por Cuba, mantener el poder se está volviendo más costoso. Las negociaciones para un «puente dorado» que permita a Maduro y su círculo íntimo una salida segura podrían estar en marcha. La creciente presión interna y externa podría hacer que ceder el poder sea una opción más viable que aferrarse a él.
El liderazgo de María Corina Machado y la unidad de la oposición, junto con la desilusión generalizada de la población, hacen que esta vez sea diferente. Aunque las posibilidades de un cambio democrático inmediato parecen escasas, la situación actual en Venezuela es un testimonio de la resistencia y la determinación de su gente. La narrativa que prevalezca en los próximos meses será crucial para el futuro del país.
Maduro tiene control institucional
Mientras tanto, Maduro es presidente. Y las instituciones del país siguen obedeciéndole. La consolidación de su poder, a pesar del rechazo internacional y las protestas internas, plantea preguntas sobre la viabilidad a largo plazo de su régimen. Los costos políticos y existenciales que enfrenta Maduro están aumentando, y aunque por ahora mantiene el control, el futuro de Venezuela sigue siendo incierto.
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Con todos estos factores en juego, la situación en Venezuela es un caso de estudio en resistencia política y manipulación del poder. La comunidad internacional y los venezolanos por igual están observando atentamente cómo se desarrollan los acontecimientos. Las narrativas están en pugna, y el resultado final aún está por verse.