EE.UU. perdió: Washington considera a Venezuela una preocupación de política exterior de segundo orden

EE.UU. perdió. No solo en el sentido más evidente de la palabra, sino también en el estratégico. La administración Biden ha demostrado, a través de sus acciones y omisiones, que Venezuela ha pasado a ser una preocupación de política exterior de segundo orden. A pesar de los numerosos esfuerzos diplomáticos, las sanciones económicas y las declaraciones de apoyo a la democracia, el enfoque de Estados Unidos hacia la crisis venezolana ha sido insuficiente para producir cambios significativos en el país sudamericano. La falta de una respuesta contundente ha dejado espacio para que el régimen de Nicolás Maduro se fortalezca, respaldado por potencias adversarias de Estados Unidos como China, Rusia e Irán.

Este análisis parte de la observación detallada de Charles Lane, editor adjunto de opinión y columnista de The Washington Post, quien ha seguido de cerca los eventos recientes en Venezuela. Lane, quien se incorporó al Post en el año 2000 y ha sido corresponsal extranjero y editor en otros medios de renombre, publicó recientemente un artículo titulado «EEUU enfrenta una derrota democrática y geopolítica en Venezuela». En su pieza, Lane expone cómo, dos semanas después de lo que fue percibido como una aplastante victoria de la oposición en las elecciones nacionales, el régimen de Maduro sigue manteniendo un control férreo sobre el país, desafiando cualquier noción de cambio democrático.

EE.UU. perdió su poder

EE.UU. perdió. Esta derrota no solo se mide en términos de la incapacidad de lograr un cambio de régimen en Venezuela, sino también en la forma en que se ha permitido que el país sudamericano se convierta en un bastión de autocracia, en detrimento de los intereses estadounidenses en la región. Según Lane, la situación en Venezuela recuerda a los eventos de 1989 en Europa del Este, cuando los regímenes comunistas fueron desafiados por movimientos democráticos. Sin embargo, a diferencia de aquellos tiempos, en Venezuela, las protestas y el clamor por la democracia han sido sofocados acudiendo a sutilezas de control social, respaldada por aliados internacionales que comparten una visión antioccidental.

. Lane, quien se incorporó al Post en el año 2000 y ha sido corresponsal extranjero y editor en otros medios de renombre, publicó recientemente un artículo titulado «EEUU enfrenta una derrota democrática y geopolítica en Venezuela».. Ilustración MidJourney

El artículo de Lane destaca cómo la administración Biden, al igual que la anterior administración de Trump, ha fracasado en su enfoque hacia Venezuela. A pesar de las diferentes tácticas empleadas –sanciones económicas agresivas por parte de Trump y una diplomacia más suave por parte de Biden– el resultado ha sido el mismo: el régimen de Maduro sigue en el poder. Lane cita a George Orwell para ilustrar la tenacidad de Maduro, señalando que, como en «1984», el régimen ha demostrado una capacidad para mantenerse en el poder a pesar de las adversidades, apoyado por una clase dominante que no muestra signos de perder la confianza en su gobierno.

Venezuela ya no es peón en el tablero

EE.UU. perdió, y las implicaciones de esta derrota son profundas. Venezuela, bajo el control de Maduro, se ha convertido en una pieza clave en el tablero geopolítico de potencias como China y Rusia. Con las mayores reservas de petróleo del mundo, el país sudamericano representa un punto estratégico en el hemisferio occidental, y su alineación con regímenes como el de Cuba y Nicaragua forma una alianza de dictaduras que desafían abiertamente la influencia de Estados Unidos. Lane argumenta que esta situación podría haber sido evitada si Estados Unidos hubiera adoptado un enfoque más decidido y coherente desde el principio, pero la realidad es que las divisiones internas y la falta de una estrategia clara han permitido que el régimen de Maduro se consolide.

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La inacción de EE.UU. en Venezuela no es solo un fracaso de política exterior, sino también una traición a los valores que el país ha defendido históricamente. Lane señala que, mientras la administración Biden sigue considerando la crisis venezolana como una preocupación de segundo orden, el pueblo venezolano continúa sufriendo bajo un régimen que viola sistemáticamente los derechos humanos y perpetúa la pobreza y la miseria. A pesar de las esperanzas de una transición democrática, la realidad es que Estados Unidos no ha logrado proporcionar el apoyo necesario para que esto suceda.

Narrativas: Éxodo y amnistía

EE.UU. perdió, y las consecuencias de esta derrota se sentirán no solo en Venezuela, sino en todo el hemisferio occidental. El éxodo masivo de venezolanos que huyen de la crisis ha desestabilizado a varios países de la región, creando una crisis humanitaria que amenaza con desbordar las capacidades de los países vecinos. Además, la consolidación del régimen de Maduro envía un mensaje peligroso a otros regímenes autoritarios en la región y en el mundo: que con suficiente crueldad y el apoyo de las potencias adecuadas, es posible desafiar a Estados Unidos y salir victorioso. El éxodo termina siendo una simple narrativa, porque las naciones más afectadas por el arribo de venezolanos como Colombia, Brasil y Estados Unidos, sus gobiernos han sido fríos antes la derrota de Edmundo González.

La propuesta más reciente de la administración Biden, que consiste en ofrecer una amnistía a Maduro y otros miembros de su régimen a cambio de ceder el poder a la oposición, ha sido recibida con escepticismo tanto dentro como fuera de Venezuela. Lane se pregunta, con razón, por qué Maduro aceptaría tal oferta, cuando su control sobre el país parece más seguro que nunca. Con el respaldo de los militares venezolanos y la inteligencia cubana, y el apoyo incondicional de China y Rusia en el Consejo de Seguridad de la ONU, Maduro no enfrenta una presión real para dejar el poder.

EE.UU. perdió, y parte de esta derrota se debe al respaldo decisivo que Nicolás Maduro ha recibido de países miembros del BRICS, como Rusia y China. Ambos países han proporcionado apoyo económico, militar y diplomático a su régimen, asegurando su supervivencia a pesar de la presión internacional liderada por Estados Unidos. Ilustración MidJourney.

El BRICS se agiganta

EE.UU. perdió, y esta realidad plantea preguntas difíciles sobre el futuro de la política exterior estadounidense. Si Estados Unidos no puede garantizar la democracia y los derechos humanos en su propio hemisferio, ¿qué esperanza hay de que lo haga en otras partes del mundo? La crisis venezolana ha expuesto las debilidades de la política exterior de Estados Unidos y ha dejado al descubierto la creciente influencia de potencias adversarias en la región. Si bien es posible que la administración Biden aún encuentre una manera de revertir la situación, el tiempo se está acabando, y cada día que pasa consolida aún más el poder de Maduro.

EE.UU. fracasó y esta derrota en Venezuela es un reflejo de un declive más amplio en la capacidad de Estados Unidos para influir en los eventos globales. Mientras el régimen de Maduro continúa fortaleciéndose, apoyado por una coalición de potencias antiestadounidenses, la pregunta que queda es si Estados Unidos podrá recuperar alguna vez la influencia que una vez tuvo en su propio hemisferio. Lo que está en juego no es solo el futuro de Venezuela, sino el equilibrio de poder en todo el continente americano.

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EE.UU. perdió, y parte de esta derrota se debe al respaldo decisivo que Nicolás Maduro ha recibido de países miembros del BRICS, como Rusia y China. Ambos países han proporcionado apoyo económico, militar y diplomático a su régimen, asegurando su supervivencia a pesar de la presión internacional liderada por Estados Unidos. Mientras Rusia ha suministrado armamento y asesoría militar, China ha otorgado préstamos millonarios y ha garantizado su acceso a mercados estratégicos. Este respaldo ha sido crucial para que Maduro mantenga su poder. En contraste, Brasil, otro miembro del BRICS, ha mostrado una postura titubeante. Aunque su gobierno de izquierda comparte afinidades ideológicas con el chavismo, ha sido ambiguo en su apoyo a Maduro, preocupado por las repercusiones que una posición clara podría tener en su relación con Estados Unidos y su liderazgo regional. Esta vacilación brasileña ha permitido que la situación en Venezuela permanezca estancada, sin una presión significativa desde el bloque latinoamericano.

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