En tiempos donde las ideas progresistas han tomado un lugar central en las discusiones sociales, el concepto de wokismo ha surgido como un fenómeno cultural y político que genera debates tan intensos como polarizados. Luis Britto García, el prolífico narrador, ensayista y dramaturgo venezolano, sostiene que, sin una articulación política sólida, el wokismo corre el riesgo de ser absorbido por el sistema que pretende desafiar, convirtiéndose en una mercancía más del capitalismo global. Con una trayectoria que abarca más de 90 títulos y una voz crítica constante en portales como Aporrea , Britto García advierte sobre la fragilidad de estos movimientos si no logran trascender la esfera simbólica para incidir en estructuras de poder reales.
El autor del ensayo Woke, publicado en Aporrea, es una figura central en la literatura venezolana. Britto García, ganador del Premio Casa de las Américas en dos ocasiones y del Premio Nacional de Literatura en 2002, se ha destacado por su aguda capacidad de análisis en temas que cruzan las fronteras de la cultura, la política y la economía. En su artículo, expone cómo el wokismo se presenta como una respuesta a las desigualdades sistemáticas, pero también advierte que, sin una estrategia política clara, podría quedar atrapado en la misma lógica capitalista que dice combatir. Su análisis se fundamenta en una comparación con las contraculturas de los años sesenta y setenta, las cuales, pese a su potencia simbólica inicial, terminaron neutralizadas por la maquinaria cultural dominante.
El destino o el acaso del wokismo
Desde la perspectiva de Britto García, el wokismo surge en el contexto de una profunda insatisfacción social. A pesar de ser un movimiento heterogéneo, comparte con las contraculturas del siglo pasado un elemento en común: la rebelión contra el Pensamiento Único, esa estructura mental que promueve la uniformidad cultural a favor del consumo y la productividad. Sin embargo, como bien señala el escritor venezolano, este movimiento actual se encuentra en riesgo de repetir los errores del pasado, al enfocarse más en gestos simbólicos que en la construcción de alternativas reales al sistema económico que perpetúa la desigualdad. Es aquí donde se revela la paradoja: mientras el wokismo pretende ser un catalizador de cambio, su falta de dirección política lo exponen a ser cooptado por el propio mercado que critica.

Las manifestaciones más recientes de wokismo han surgido como respuesta a hechos que ponen de manifiesto las tensiones raciales y sociales en países como Estados Unidos. Movimientos como Black Lives Matter, que se estallaron tras el asesinato de Michael Brown en 2014 y cobraron nueva fuerza con la muerte de George Floyd en 2020, se convirtieron en estandartes de una lucha contra la brutalidad policial y el racismo sistémico. Estas movilizaciones mostraron el potencial de este movimiento para aglutinar indignaciones colectivas y generar presión política. Sin embargo, Britto García advierte que, aunque estas expresiones son poderosas en el plano simbólico, suelen carecer de la cohesión necesaria para desafiar las estructuras de poder económico que perpetúan las desigualdades.
Algunas perspectivas
Diversos analistas han intentado definir el alcance y las limitaciones del wokismo. El doctor en Teología y Filosofía Nelson Faria lo describe como una conciencia de las estructuras sistémicas de opresión, que va más allá de incidentes aislados para señalar que la discriminación se encuentra arraigada en la estructura misma de la sociedad. Por su parte, Aldo Duzdevich ha señalado aspectos más problemáticos, como la tendencia hacia la corrección política excesiva, la polarización social y la cultura de la cancelación. Luis Britto García no evade estas críticas, pero sostiene que estos son síntomas comunes en los movimientos sociales en sus primeras etapas. La búsqueda de identidad y la necesidad de marcar una diferencia clara con el “otro” son, según él, fenómenos naturales en cualquier movimiento emergente que intenta desafiar el statu quo.
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Más allá de sus expresiones simbólicas, el wokismo representa una respuesta a las tensiones sociales que el capitalismo moderno ha sido incapaz de resolver. La discriminación por género, raza, orientación sexual o etnia tiene raíces profundas en las dinámicas económicas que ganan maximizar ganancias a gastos de ciertos grupos sociales. Sin embargo, Britto García señala que el wokismo rara vez apunta a las causas estructurales de la desigualdad. Por ejemplo, el movimiento no se ha movilizado de manera significativa en apoyo a protestas como las de Occupy Wall Street en 2011, que denunciaron las desigualdades económicas provocadas por el sistema financiero global. Tampoco ha respaldado de forma visible a los chalecos amarillos en Francia, que desde 2018 se han manifestado contra las políticas económicas regresivas. Esto refleja una desconexión entre el discurso del wokismo y la realidad de las luchas de clase.
Manipulación institucional
En el plano político, el wokismo ha sido utilizado por las élites como un arma en sus batallas partidistas. La candidatura de Kamala Harris en 2024, por ejemplo, mostró cierto apoyo a las causas del movimiento, como la integración racial y los derechos de los migrantes. Sin embargo, la reacción conservadora no tardó en instrumentalizar estas posiciones para movilizar a su base. La famosa cuña republicana que presentaba imágenes de minorías y personas transgénero con el lema THEY CON KAMALA, US CON TRUMP reflejaba una estrategia clara: distanciar al electorado tradicionalista del mensaje inclusivo del wokismo, transformándolo en un símbolo de amenaza a la identidad nacional. Este fenómeno evidencia cómo los valores promovidos por el movimiento pueden ser manipulados y devueltos como bumerang en la arena política.
La cooptación del wokismo por el sistema capitalista no es un fenómeno nuevo. Luis Britto García recuerda cómo, durante la Guerra Fría, la CIA financió giras de músicos afroamericanos para promover una imagen de diversidad y libertad en Estados Unidos, mientras en casa persistía la segregación racial. Del mismo modo, el rock, inicialmente una expresión de rebeldía juvenil y marginalidad, fue absorbido por la industria cultural estadounidense y transformado en un producto comercial. Hoy, el wokismo se enfrenta a un destino similar. Compañías multinacionales como Amazon, Apple, Disney o Google han adoptado simbología y discursos propios del movimiento en sus campañas publicitarias, sin modificar en lo más mínimo sus prácticas laborales o su contribución a las desigualdades económicas globales. Este fenómeno ha sido denominado por algunos analistas como “el capitalismo despertó”, una estrategia de las corporaciones para mostrarse progresistas sin alterar las estructuras que las benefician.

Una franela del Che Guevara
La advertencia de Britto García es clara: si el wokismo no se articula políticamente en torno a un proyecto revolucionario que confronta directamente las estructuras económicas del capitalismo, terminará siendo otro producto más del mercado. La retórica inclusiva se transformará en eslogan publicitario, y las luchas por la justicia social quedarán reducidas a simples gestos simbólicos. La historia de las contraculturas del siglo pasado debería servir de lección: sin una estrategia política coherente, incluso los movimientos más radicales pueden ser absorbidos por el sistema que pretendían desafiar.
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En última instancia, la relevancia del wokismo dependerá de su capacidad para trascender las expresiones simbólicas y convertirse en un motor de cambio real. La visibilización de las injusticias es solo el primer paso; el verdadero desafío está en construir alternativas políticas que desafíen las raíces del problema. Para Luis Britto García, la verdadera amenaza no es el rechazo abierto de los sectores conservadores, sino la posibilidad de que el wokismo sea domesticado por el capitalismo, transformado en un adorno superficial que deje intactas las estructuras de poder que perpetúan la desigualdad.