Chris Richardson revela el por qué el sistema de inmigración de EE.UU. es racista e intolerante

En un momento de creciente polarización y debate en torno a las políticas de inmigración en Estados Unidos, un nuevo artículo de opinión ha encendido la conversación sobre las raíces y las repercusiones actuales de estas políticas. Chris Richardson, abogado de inmigración y exdiplomático, ha expuesto una crítica contundente al sistema de inmigración de EE.UU., argumentando que está intrínsecamente diseñado para perpetuar el racismo y la intolerancia. En su pieza para The Hill, titulada “Diseñado para ser racista: la Corte Suprema considerará el lado oscuro de nuestro sistema de visas de inmigrante”, Richardson no solo comparte su vasta experiencia en el campo, sino que también profundiza en un caso particular que ilustra las fallas del sistema: el Departamento de Estado contra Muñoz.

Este caso gira en torno a Luis Asencio, cuya visa fue denegada por la embajada de EE.UU. en El Salvador, basándose en sus tatuajes, que erróneamente se interpretaron como indicativos de afiliación a pandillas. Richardson utiliza este incidente para destacar cómo el sistema de inmigración de EE.UU., lejos de ser un proceso justo y objetivo, a menudo se basa en juicios subjetivos y discriminación velada. A través de la historia de Asencio, Richardson argumenta que el sistema actual niega no solo el debido proceso a los solicitantes de visa, sino también derechos fundamentales a los ciudadanos estadounidenses, como el derecho a la reunificación familiar.

Sistema de inmigración de EE.UU.

La base de esta crítica se encuentra en la historia del sistema de inmigración de EE.UU., específicamente en la Ley de Inmigración y Nacionalidad de 1924, que estableció cuotas de inmigrantes basadas en nacionalidades y etnias, reflejando un claro deseo de mantener la «homogeneidad estadounidense». Richardson señala que este enfoque no solo era explícitamente racista sino que también delegaba la autoridad de la inmigración al Departamento de Estado, entonces dominado por una élite blanca protestante, que veía a los inmigrantes de ciertas regiones del mundo como inferiores y no deseados.

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A pesar de los cambios legislativos y las reformas, el proceso de concesión de visas sigue siendo opaco, con decisiones a menudo arbitrarias y sin posibilidad de revisión. Ilustración MidJourney

El análisis de Richardson se extiende a la actualidad, mostrando cómo las actitudes y políticas de aquel entonces todavía influyen en el funcionamiento del sistema de inmigración de EE.UU. A pesar de los cambios legislativos y las reformas, el proceso de concesión de visas sigue siendo opaco, con decisiones a menudo arbitrarias y sin posibilidad de revisión. Este poder discrecional, argumenta Richardson, es un legado directo de las políticas diseñadas para excluir a ciertos grupos étnicos y raciales, y su persistencia en el siglo XXI demuestra la necesidad de una reforma profunda.

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Una horrorosa oscuridad

Chris Richardson, con miras a dar sustento a su exposición sobre el sistema de inmigración de EE.UU., rememoró las inmorales anécdotas surgidas de un funcionario llamado Wilbur Carr. Tristemente célebre, en 1920, Carr, jefe de Asuntos Consulares, estaba a cargo de los asuntos de los ciudadanos estadounidenses en el extranjero, pero hacía que los diplomáticos estadounidenses escribieran un informe sobre sus observaciones de los extranjeros. El documento resultante del Departamento de Estado sostenía que los inmigrantes de Sicilia eran “enemigos de los mejores intereses de Estados Unidos” porque “son de baja estatura y de bajo nivel de inteligencia”.

En base al mismo documento, pero desde Rotterdam, el funcionario consular descubrió que los judíos polacos y rusos eran “sucios, antiamericanos y, a menudo, peligrosos en sus hábitos”. El cónsul de Estados Unidos en Polonia encontró que la gente allí era “sucia e ignorante y la mayoría son alimañas”, mientras que “todos” los posibles inmigrantes que se encontraron allí son “decididamente inferiores. . . física, mental y moralmente”. Del pueblo turco, el cónsul los tipificó como “intelectualmente incapaces de ser peligrosos”.

Sobre el olor del racismo

Un compás diábolo en el sistema de inmigración de EE.UU. lo marcó Richard C. Beer, un oficial de carrera que sirvió en Budapest, se quejó en el informe compendiado, de que los húngaros, los gitanos y los judíos eran todos bárbaros y le dio a su oficina un olor que “ningún zoológico en el mundo puede igualar”. Richardson precisa que una y otra vez, el informe cuestionó las características intelectuales y físicas de las personas en todo el mundo.

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De acuerdo a un documento conocido como el Informe Wilbur Carr, de 1920, los inmigrantes de Sicilia eran “enemigos de los mejores intereses de Estados Unidos” porque “son de baja estatura y de bajo nivel de inteligencia”. Ilustración MidJourney

“Los periódicos de todo el país cubrieron el explosivo informe. Senadores y congresistas lo citaron como motivo para reducir drásticamente la migración. Un destacado defensor de los derechos judíos, Louis Marshall, culpó a los informes consulares “que apestaban a odio, prejuicio y desprecio contra los judíos” de fomentar el ambiente que condujo a la aprobación de la Ley de Inmigración y Nacionalidad de 1924”.

Como recompensa por el informe condenatorio del Departamento de Estado que galvanizó a la opinión pública contra los inmigrantes, un amigo cercano de Carr, el representante Albert Johnson (R-Wash.), redactó el proyecto de ley para neutralizar a la Oficina de Inmigración dándole al Departamento de Estado el poder de administrar el otorgamiento de visas. Después de todo, ¿quién mejor para juzgar a las personas en el extranjero que los diplomáticos estadounidenses protestantes, predominantemente blancos, que, de manera más notoria, ordenaron a los funcionarios consulares que prohibieran la entrada de refugiados judíos a pesar del ascenso de Hitler?

Acerca de cuerpo diplomático

Richardson también señala la disparidad racial en la composición del Cuerpo Diplomático de Estados Unidos y cómo esto afecta la tasa de denegaciones de visas, particularmente para solicitantes de países africanos. Este desequilibrio, afirma, es un reflejo de un sistema que aún no ha logrado deshacerse de sus raíces racistas y que sigue evaluando a los solicitantes de visas a través de un prisma de prejuicios raciales y culturales.

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A través de su artículo, Richardson no solo critica el sistema de inmigración de EE.UU. actual, sino que también hace un llamado a la acción. Subraya la importancia de revisar y reformar el proceso de concesión de visas de manera que refleje los valores de equidad y justicia, y que responda a las necesidades económicas y sociales actuales de Estados Unidos. Con un déficit de trabajadores que afecta a diversas industrias, Richardson argumenta que Estados Unidos está en una posición en la que no puede permitirse mantener un sistema de inmigración obsoleto y discriminatorio.

¿Un futuro más inclusivo?

El artículo de Richardson es una llamada de atención sobre las profundas fallas de un sistema que afecta no solo a los inmigrantes y sus familias sino también a la sociedad estadounidense en su conjunto. Al exponer la historia y las políticas que han moldeado el sistema de inmigración de EE.UU., Richardson invita a una reflexión crítica sobre cómo podemos movernos hacia un futuro más inclusivo y justo para todos. En un momento en el que el debate sobre la inmigración está más polarizado que nunca, su perspectiva ofrece una visión crucial para entender los desafíos actuales y las oportunidades de cambio.

La discusión de Richardson sobre el sistema de inmigración de los Estados Unidos, se extiende más allá de las políticas de visas y toca la forma en que las leyes y regulaciones actuales afectan a los solicitantes de asilo y refugiados. Al analizar la situación de aquellos que huyen de la violencia y la persecución en sus países de origen, Richardson destaca cómo el sistema actual a menudo falla en proporcionarles protección adecuada. La implementación de políticas como el Protocolo de Protección a Migrantes (MPP, por sus siglas en inglés), también conocido como «Permanecer en México», que obliga a los solicitantes de asilo a esperar en México mientras se procesan sus casos en Estados Unidos, es un ejemplo de cómo las políticas pueden exacerbar las vulnerabilidades de los migrantes más desfavorecidos. Richardson argumenta que estas políticas no solo son inhumanas, sino que también contradicen los compromisos internacionales de Estados Unidos en materia de derechos humanos y protección de refugiados.

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