Rómulo Betancourt: ¿Padre de la democracia o encantador de militares?

Venezuela ha tenido un sinfín de figuras políticas que han marcado sus anales históricos, pero ninguno tan controvertido y fundamental como Rómulo Betancourt. Reconocido por muchos como el «Padre de la democracia», Betancourt ha sido sin duda la acción democratista más insigne en la historia política venezolana. Su lucha incesante por la instauración de un sistema democrático, pasando por episodios subversivos, clandestinidad y eventual exilio, cimentaron su legado en la historia de Venezuela. No obstante, una nube de escepticismo sigue revoloteando alrededor de su figura, sus verdaderas motivaciones y su relación con las fuerzas militares del país.

Desde un punto de vista puramente estadístico, bajo la presidencia de Betancourt, Venezuela experimentó una notable estabilidad política y un crecimiento económico sostenido, con un PIB que creció a una tasa promedio anual del 6% durante los años sesenta, según datos del Banco Central de Venezuela. Esta estadística puede interpretarse como un reflejo de su habilidad para liderar y estabilizar el país tras décadas de dictadura y golpes militares.

Rómulo Betancourt
A la acción democratistas se le conoce como el Padre de la Democracia. Ilustración MidJourney

Rómulo Betancourt y la centralización

No obstante, la Organización de Estados Americanos (OEA) ha señalado en sus registros que, aunque durante su mandato se afianzaron las bases democráticas en el país, también hubo signos de centralización del poder y restricciones a la libertad de expresión, especialmente cuando se trató de opositores políticos.

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El historiador venezolano Alberto Ramos, en su libro «Las Sombras de Betancourt», destaca que “Betancourt supo utilizar el poder del carisma y la retórica para consolidar un proyecto democrático, pero no puede negarse que, en muchos casos, su liderazgo se apoyó en un delicado equilibrio con las fuerzas armadas”. Para Ramos, la verdadera habilidad de Betancourt radicaba en su capacidad para «encantar» y ganar el respaldo de los militares, un recurso que, como se ha sugerido, fue fundamental para mantener la estabilidad política del país.

Un adeco con química

La pregunta que surge es: ¿cómo logró Betancourt este balance? ¿Fue una genuina alianza con los militares o simplemente una habilidad innata para manipular y mantener a raya a las fuerzas armadas? Julio Pérez, analista político del Instituto de Estudios Superiores de Administración (IESA) en Caracas, opina que «Rómulo Betancourt entendía el lenguaje militar, sabía cómo apelar a su sentido del deber y, lo más importante, cómo integrarlos en su proyecto nacional sin que se sintieran amenazados o marginados».

Rómulo Betancourt
Los chavistas, en su mayoría ex militantes de AD, refinaron en la revolución sus tácticas. Ilustración MidJourney

Y es que no podemos olvidar que, previo a la era democrática, una serie de militares habían dominado el escenario político de Venezuela, ya fuera a través de golpes de estado o insurrecciones. Betancourt, al reconocer este patrón histórico, entendió que la colaboración y entendimiento con las fuerzas armadas era esencial para garantizar la durabilidad de la democracia.

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Tintes rojos en el futuro

Curiosamente, el legado de Rómulo Betancourt parece haber tenido eco en la era chavista. Los políticos revolucionarios, que muchos analistas ven como los «hijos rojos» de Acción Democrática, parecen haber adoptado estrategias similares, aunque con fines y resultados muy diferentes. Es innegable que, en muchos aspectos, el chavismo aprendió de las tácticas de Acción Democrática y las llevó a un nuevo nivel. Tácticas como la «operación galope», la «operación mosca», y el 1X10 fueron heredadas y adaptadas a la nueva realidad política del país.

En la memoria colectiva, Rómulo Betancourt sigue siendo recordado como el «Padre de la Democracia», pero es evidente que su figura y legado son mucho más complejos de lo que parecen a primera vista. Su habilidad para «encantar» a los militares, para muchos, fue la clave de su éxito, pero para otros, es un recordatorio de que, en política, a veces es necesario hacer alianzas inesperadas para lograr un bien mayor.

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