Desde hace décadas, Estados Unidos ha mantenido una relación ambivalente con la inmigración, especialmente cuando se trata de la mano de obra que sostiene buena parte de su economía. El discurso oficial condena la entrada ilegal de inmigrantes, mientras que, al mismo tiempo, la estructura económica del país depende de esa misma inmigración para sostener sectores claves como la agricultura, la construcción y los servicios domésticos. Esta contradicción revela una realidad incómoda: Estados Unidos solo quiere mano de obra sin invertir por ella. El sistema está diseñado para beneficiar de la inmigración barata y sin derechos, sin asumir los costos sociales y económicos que implica formar y sostener esa fuerza laboral.
Luis Britto García, ensayista y narrador venezolano, publicó recientemente en el portal venezolano “Aporrea” un artículo titulado: “Xenofobia y Migrantes”, en el cual analiza con profundidad las raíces históricas y las contradicciones del tratamiento que Estados Unidos ha dado a los migrantes, especialmente a los de origen hispano. Britto García, con una trayectoria que incluye más de 90 títulos publicados, entre novelas, ensayos y obras de teatro, sostiene que la historia de la humanidad está marcada por la migración y el saqueo. Según el autor, todos descendemos de pequeñas tribus panafricanas que hace 200.000 a 300.000 años se dispersaron por el planeta en busca de mejores condiciones de vida o por la presión de otros grupos de lo que llegaron a ser lo que somos: sapiens. La migración, por tanto, es inherente a la historia humana. Sin embargo, la modernidad trajo consigo la institucionalización del saqueo y la explotación de los pueblos conquistados, una práctica que persiste hasta hoy bajo otras formas.
Cíclico: mano de obra sin invertir por ella
En el caso de Estados Unidos, Britto García recuerda que en 1848 el país se apoderó de más de la mitad del territorio mexicano mediante la guerra, arrebatando las tierras y recursos de la población originaria. Esa herida histórica sigue abierta en la memoria de los descendientes de aquellos habitantes, que ahora cruzan la frontera buscando oportunidades laborales en el mismo territorio que alguna vez les fue arrebatado por la fuerza. Sin embargo, cuando estos migrantes intentan integrarse al tejido económico estadounidense, son recibidos con rechazo, racismo y discriminación. La narrativa xenofóbica que domina el discurso político en Estados Unidos pinta a los migrantes como una amenaza para la seguridad nacional y la estabilidad económica. Pero la realidad es otra: la economía estadounidense necesita esa mano de obra barata y sin derechos, una fuerza de trabajo que no implica inversión previa en educación, salud o bienestar social. Estados Unidos solo quiere mano de obra sin invertir por ella, beneficiándose de la preparación y el esfuerzo que esos trabajadores adquirieron en sus países de origen.

Britto García señala que esta relación parasitaria se agudizó con la firma del Tratado de Libre Comercio (TLC) entre Estados Unidos y México en 1994. Las cosechas mecanizadas y la producción industrial de Estados Unidos inundaron el mercado mexicano, arruinando a los campesinos locales y forzándolos a abandonar sus tierras. En consecuencia, miles de mexicanos se vieron obligados a migrar hacia Estados Unidos para buscar empleo en las mismas industrias que habían destruido su economía local. La paradoja es evidente: Estados Unidos destruye las economías agrícolas de los países vecinos y luego acusa a sus ciudadanos de invadir su territorio en busca de trabajo. La narrativa oficial, sin embargo, criminaliza al migrante y lo presenta como una amenaza para la sociedad estadounidense. Pero esta versión omite el hecho de que la migración es consecuencia directa de las políticas económicas y comerciales impuestas por Estados Unidos en la región. La migración no es una invasión, es el resultado lógico de un sistema económico desigual que expulsa a las poblaciones más vulnerables hacia los centros de poder económico.
«Latinoamericanización» de Estados Unidos
El caso de los migrantes mexicanos e hispanos ilustra claramente esta dinámica. Según datos de la Oficina del Censo de Estados Unidos, en 2020 el 19,1% de la población estadounidense era de origen hispano, y para 2060 se espera que esta cifra alcance el 26,9%. Esto significa que aproximadamente uno de cada tres estadounidenses será de origen hispano en las próximas décadas. Este crecimiento demográfico ha provocado una reacción violenta por parte de sectores políticos y sociales que temen la «latinoamericanización» de Estados Unidos. Pero detrás de este temor se esconde una realidad económica: la fuerza laboral hispana sostiene buena parte de la agricultura, la construcción y el sector servicios en Estados Unidos. Sin esta mano de obra, la economía estadounidense colapsaría. Sin embargo, los migrantes se enfrentan a un trato hostil y abusivo, son detenidos, deportados y sometidos a trabajos precarios y sin derechos. La paradoja es brutal: Estados Unidos necesita a los migrantes para funcionar, pero los rechaza y estigmatiza cuando cruzan la frontera en busca de oportunidades.
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El muro fronterizo entre Estados Unidos y México es una metáfora de esta contradicción. Desde 1994, Estados Unidos ha construido una barrera de más de mil kilómetros, equipada con sensores de movimiento, cámaras de vigilancia, drones y armado personal. Sin embargo, la migración no se detiene. Los migrantes encuentran maneras de cruzar la frontera, desafiando las barreras físicas y las políticas de control. La razón es simple: Estados Unidos ofrece oportunidades económicas que no existen en los países de origen de los migrantes. Pero una vez que cruzan la frontera, los migrantes son explotados como mano de obra barata y sin derechos. Estados Unidos solo quiere mano de obra sin invertir por ella, aprovechándose del trabajo y la preparación que esos migrantes adquirieron en sus países de origen.

Trump es el más contradictorio
El discurso antiinmigrante en Estados Unidos ha encontrado eco en la clase política, especialmente durante el gobierno de Donald Trump, quien prometió deportar a 11 millones de inmigrantes indocumentados y hacer que México pagara por el muro fronterizo. La retórica de Trump criminalizó a los migrantes y reforzó la idea de que estos eran responsables de los problemas económicos y sociales de Estados Unidos. Pero la realidad es que los migrantes aportan más de lo que reciben. Según datos del Instituto de Política Migratoria, los migrantes indocumentados generaron más de 97 mil millones de dólares en impuestos en 2022, y las empresas fundadas por migrantes han contribuido con más del 55% de las empresas emergentes valoradas en más de mil millones de dólares en Estados Unidos. La economía estadounidense depende de esta fuerza laboral, pero el discurso oficial insiste en demonizar a los migrantes y responsabilizarlos de los problemas estructurales del país.
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El futuro de Estados Unidos está ligado a la migración. La tasa de natalidad en el país es inferior al nivel de reemplazo, lo que significa que la población estadounidense está envejeciendo y reduciéndose. Sin la contribución demográfica y laboral de los migrantes, la economía estadounidense enfrentará una crisis de mano de obra y de sostenibilidad económica. La paradoja es evidente: Estados Unidos necesita a los migrantes para sostener su economía, pero se niega a reconocer su valor ya otorgarles los derechos que merecen. Estados Unidos solo quiere mano de obra sin invertir por ella, beneficiándose de la preparación y el esfuerzo de los migrantes sin asumir las responsabilidades sociales y económicas que implica integrar a esta población. La narrativa xenofóbica que domina el discurso político en Estados Unidos es, en última instancia, una forma de ocultar esta contradicción y de perpetuar un sistema de explotación y desigualdad.