Donald Trump volvió a romper las expectativas en una reciente entrevista cuando afirmó que “no bromeaba” al considerar un tercer mandato presidencial, desatando una ola de análisis constitucionales y políticos sobre las implicaciones de sus palabras. Sin embargo, la Constitución de Estados Unidos establece límites claros: la 22.ª Enmienda lo inhabilita para un tercer mandato. La frase, inscrita en la Carta Magna desde 1951, es tajante: “Ninguna persona podrá ser elegida para el cargo de presidente más de dos veces”. Así, la posibilidad de una tercera presidencia no es solo improbable desde el punto de vista político, sino también desde el jurídico. Aun así, las declaraciones del expresidente han abierto un nuevo frente de debate: ¿qué tan lejos puede llegar Trump en su intención de desafiar los límites constitucionales?
Erica L. Green, corresponsal en la Casa Blanca para The New York Times, es la autora del reportaje titulado “Trump dice que ‘no bromea’ con la idea de buscar un tercer mandato”, en el cual analiza esta reciente entrevista concedida por Trump al programa Meet the Press de NBC News. Green, reconocida por su cobertura incisiva sobre las decisiones políticas que emanan desde la Avenida Pensilvania, expone cómo el expresidente ha pasado del tono humorístico a una declaración que parece tener intenciones más concretas. Con experiencia en temas de política nacional, derechos civiles y gobernanza, la periodista sostiene que la entrevista marcó un punto de inflexión en la narrativa de Trump: ya no se trata de bromas lanzadas para animar a las multitudes, sino de una exploración real de “métodos” para desafiar la 22.ª Enmienda.
La constitución lo inhabilita para un tercer mandato?
El propio Trump dijo a Kristen Welker, conductora de Meet the Press, que “mucha gente quiere que lo haga” en relación a un tercer mandato. Sin embargo, esa afirmación, por populista que sea, choca con una enmienda constitucional que lo inhabilita para un tercer mandato. La regla fue instaurada después del largo mandato de Franklin D. Roosevelt, quien fue elegido cuatro veces. Desde entonces, la norma ha sido vista como una protección frente a la concentración excesiva de poder ejecutivo. Trump, sin embargo, parece creer que puede encontrar una brecha legal o una fórmula política que lo lleve de nuevo al Despacho Oval más allá del 2028.

Los comentarios del expresidente han sido recibidos con alarma por expertos legales. Derek T. Muller, profesor de derecho electoral en la Universidad de Notre Dame, explicó a The New York Times que existen importantes obstáculos para cualquier intento de reinterpretar la 22.ª Enmienda. Entre ellos, la existencia de la 12.ª Enmienda, que establece que una persona no elegible para ser presidente tampoco puede ser elegida vicepresidente. Es decir, incluso una jugada estratégica en la que el vicepresidente electo sea Trump, con la intención de que luego asuma la presidencia, también lo inhabilita para un tercer mandato. La cadena de restricciones es clara, y la Constitución se ha blindado frente a maniobras de ese tipo.
A pesar de esas limitaciones legales, el representante republicano Andy Ogles, de Tennessee, propuso tres días después de la segunda toma de posesión de Trump una enmienda constitucional para permitirle un tercer mandato. Una propuesta que parece simbólica más que práctica, ya que cualquier modificación de la Constitución requiere la aprobación de dos tercios del Congreso y la ratificación de tres cuartas partes de los estados. En la actual polarización política estadounidense, dicha posibilidad luce lejana. Sin embargo, Trump parece dispuesto a agotar cada opción posible, aunque eso implique tensar aún más el sistema institucional que lo inhabilita para un tercer mandato.
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Lo que más preocupa a los analistas es el precedente que se intenta sembrar. Las declaraciones de Trump se suman a un historial de actitudes autoritarias que han llevado a varios historiadores y expertos a compararlo con líderes autocráticos. La idea de un tercer mandato es apenas una pieza de un tablero en el que se juegan conceptos como la supremacía del Ejecutivo, el debilitamiento del sistema de pesos y contrapesos, y la manipulación del electorado a través de discursos que apelan más a la emocionalidad que a los hechos. En ese contexto, la insistencia en desafiar una enmienda que lo inhabilita para un tercer mandato no solo es un acto legalmente inviable, sino también un desafío político que busca reconfigurar las normas democráticas básicas.
Una ambigüedad deliberada
En la entrevista, Welker le preguntó directamente a Trump si ya había recibido propuestas o esquemas para lograr un tercer mandato. El expresidente negó tener algo concreto, pero aseguró que “hay métodos para hacerlo”. Entre esos métodos, sugirió el escenario en que su eventual vicepresidente, JD Vance, pudiera asumir el poder para luego traspasárselo. Aunque Trump respondió que esa es “una forma”, también añadió, misteriosamente, que “hay otras”. Esa ambigüedad deliberada ha generado especulación y alarma. Cualquier esquema que busque burlar los mecanismos constitucionales, aunque sea indirectamente, choca con la letra y el espíritu de la 22.ª Enmienda que lo inhabilita para un tercer mandato.
La defensa de Trump, por ahora, se escuda en que está “centrado en su mandato actual” y que aún es “muy temprano” para pensar en 2028. Sin embargo, en paralelo a estas declaraciones institucionales, sus aliados han seguido amplificando la idea del tercer mandato, ya sea como un ensayo discursivo o como una estrategia para medir el termómetro del electorado. La dualidad entre lo que se dice oficialmente y lo que se sugiere en mítines y entrevistas ha sido una constante en la comunicación de Trump desde su llegada al escenario político nacional. Y ahora, esa estrategia encuentra un nuevo punto de tensión: insistir en una posibilidad que lo inhabilita para un tercer mandato, y al mismo tiempo, construir una narrativa de inevitabilidad.

“El único que puede salvar a América”
En su campaña electoral, Trump ha vuelto a definirse como “el único que puede salvar a América”, un discurso mesiánico que sirve como justificación para extender su permanencia en el poder más allá de lo permitido. Esto plantea interrogantes inquietantes sobre la fragilidad institucional cuando el populismo erosiona los límites constitucionales. Si bien la mayoría de los expertos coinciden en que la 22.ª Enmienda es clara y firme, también advierten que la repetición insistente de una idea puede, eventualmente, normalizar su discusión pública. Así, una regla que lo inhabilita para un tercer mandato puede, con suficiente propaganda, convertirse en una propuesta de debate.
Más allá del tema legal, lo que está en juego es la salud de la democracia estadounidense. En una nación que ya vivió la prueba de fuego de un intento de insurrección en enero de 2021, el simple hecho de que un expresidente se niegue a respetar los límites constitucionales debería ser una señal de alerta. Trump no solo plantea estrategias alternativas, sino que alimenta un ecosistema de desinformación en el que sus seguidores podrían ver legítima cualquier vía para su regreso al poder. Y esa dinámica, advierten expertos como Muller, convierte la política en una zona de riesgo donde lo que lo inhabilita para un tercer mandato podría ser, en algún momento, ignorado por presión popular.
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Erosión institucional que su figura provoca
La historia estadounidense está llena de mecanismos institucionales diseñados para evitar la concentración de poder en una sola figura. La 22.ª Enmienda, en particular, fue una reacción directa a un momento excepcional, pero su inclusión en la Constitución fue vista como una forma de preservar el equilibrio democrático. Que hoy se esté discutiendo su pertinencia o su supuesta flexibilidad representa no solo una señal del poder retórico de Trump, sino también de la erosión institucional que su figura provoca. Aunque lo inhabilita para un tercer mandato, su influencia política sigue generando movimientos que ponen a prueba la solidez del sistema.
Lo que queda claro tras la entrevista es que Trump no ha abandonado la idea. El simple hecho de que haya dicho “no estoy bromeando” implica que está dispuesto a explorar todas las grietas legales y retóricas posibles para volver al poder. La viabilidad jurídica parece nula, pero en el tablero de la política estadounidense, las reglas también se juegan en el terreno de la percepción. Y ahí, Trump sabe moverse con maestría, incluso si eso implica desafiar lo que lo inhabilita para un tercer mandato.