Novena de argumentos para decir que el fin último del G-20 es la dominación

El G-20, una coalición de las principales economías del mundo, ha sido presentada como un foro para abordar los desafíos más apremiantes de la humanidad. Sin embargo, diversos analistas, incluido el renombrado escritor venezolano Luis Britto García, han cuestionado seriamente sus intenciones. En su material titulado: «G-20: Saludos a la bandera», Britto argumenta que el fin último del G-20 no es otro que la consolidación de un esquema global de dominación. A través de un enfoque crítico, plantea que esta organización, lejos de buscar el bien común, perpetúa un sistema que favorece a una élite privilegiada.

Luis Britto García, nacido en Caracas en 1940, es narrador, ensayista y dramaturgo con una prolífica carrera que incluye más de 90 títulos. Entre sus obras destacan «Rajatabla» y «Abrapalabra», ambas galardonadas con el Premio Casa de las Américas. En el ámbito del ensayo, su libro «La máscara del poder» y el célebre «El imperio contracultural: del Rock a la postmodernidad» son referencias obligadas para entender las dinámicas del poder y la cultura contemporánea. Recientemente, Britto publicó en Aporrea un material titulado «G-20: Saludos a la bandera», en el que desmenuza lo que considera un novenario de razones que sustentan su crítica al G-20, argumentando que esta coalición no es más que una herramienta para consolidar hegemonías y perpetuar desigualdades.

Fin último del G-20: la asfixiante hegemonía

El fin último del G-20, según Britto, se refleja de la manera en que este foro ópera. Su creación no respondió a un mandato democrático, sino a decisiones arbitrarias de un reducido grupo de funcionarios. Sus miembros no representan equitativamente a todas las naciones, sino que están dominados por países que controlan la mayor parte del PIB global, mientras el resto del mundo, especialmente el Sur Global, permanece marginado. Esto plantea una pregunta esencial: ¿puede un grupo tan excluyente realmente abordar los problemas globales con justicia? La respuesta, para Britto, es un rotundo no.

Recientemente, Britto publicó en Aporrea un material titulado «G-20: Saludos a la bandera», en el que desmenuza lo que considera un novenario de razones que sustentan su crítica al G-20, argumentando que esta coalición no es más que una herramienta para consolidar hegemonías. Ilustración MidJourney

La composición del G-20 es un espejo de las contradicciones inherentes al orden mundial. Si bien incluye economías emergentes como Brasil, México e Indonesia, el poder real sigue estando en manos de los países del G-7, que han moldeado históricamente las reglas del juego en su beneficio. Britto señala que esta dualidad genera tensiones internas que, lejos de ser resultados, terminan beneficiando a quienes ya detentan el poder. Por ejemplo, aunque el G-20 proclama objetivos como la lucha contra el hambre y la pobreza, sus acciones prácticas están lejos de materializarse en resultados tangibles para las mayorías desfavorecidas.

No pueden romper el statu quo

El problema, argumenta Britto, no radica solo en la estructura del G-20, sino en su incapacidad para asumir compromisos reales que desafíen el statu quo. En su ensayo, denuncia cómo esta coalición aborda temas como el cambio climático, la pobreza y la reforma de instituciones financieras globales con propuestas que parecen diseñadas más para calmar las críticas que para generar cambios significativos. La paradoja, sostiene, es que quienes se benefician del actual sistema no tienen incentivos para transformarlo. Así, el fin último del G-20 no es resolver problemas globales, sino preservar el dominio de una minoría.

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Una de las críticas más contundentes que Britto se da cuenta es hacia la incapacidad del G-20 para abordar las profundas asimetrías económicas que perpetúan la desigualdad. Según datos de Oxfam citados en su análisis, el 1% de la población mundial acapare cerca del 50% de la propiedad global, y sólo el 10% posea el 80% de dicha riqueza. Este nivel de concentración no es casual, sino el resultado de políticas económicas y sociales impulsadas por los mismos actores que dominan el G-20. A pesar de esto, el foro continúa debatiendo sin asumir la responsabilidad de proponer medidas efectivas para redistribuir los recursos.

Un mundo de hipocresías

La retórica del G-20 también se queda corta en cuestiones ambientales. Aunque se presentan como líderes en la transición energética y la lucha contra el cambio climático, Britto expone la hipocresía detrás de estas declaraciones. Los países del G-20 son responsables de más del 80% de las emisiones de CO2 provenientes de combustibles fósiles, un hecho que contrasta predominantemente con sus promesas de sostenibilidad. La agenda verde del G-20, señala, no es más que un «saludo a la bandera», un gesto vacío que no aborda la raíz del problema.

Otra área en la que el G-20 falla, según Britto, es en la reforma de las instituciones financieras internacionales como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Estas entidades, diseñadas para estabilizar la economía global, han sido utilizadas históricamente como herramientas de control por las potencias hegemónicas. En lugar de democratizar estas instituciones, el fin último del G-20 parece tener como norte preservar su funcionalidad como pilares del orden económico actual, un sistema que Britto describe como profundamente injusto y desequilibrado.

El G-20, concluye Britto, no puede ser visto como un foro inclusivo ni como un mecanismo eficaz para resolver los desafíos globales. Su diseño y funcionamiento están orientados hacia la preservación de un sistema que favorece a unos pocos en detrimento de las mayorías. Ilustración MidJourney.

Una fábrica de estados “franquicia”

El análisis también aborda el impacto del G-20 en la soberanía de los países. Britto menciona cómo las políticas impulsadas por este foro, muchas veces dictadas por intereses corporativos y geopolíticos, han erosionado la capacidad de los Estados para tomar decisiones autónomas. Esto es evidente en la imposición de medidas neoliberales que benefician a las élites económicas a gastos de las mayorías. En este contexto, el fin último del G-20 no es fortalecer a las naciones, sino subordinarlas a los intereses de unos pocos.

En su ensayo, Britto destaca que el G-20 no ha adoptado resoluciones concretas para abordar problemas como el gasto militar excesivo, la evasión fiscal de las grandes corporaciones o la crisis migratoria. Estos temas, aunque centrales para millones de personas, no parecen prioritarios para una coalición que, en palabras de Britto, está más interesada en mantener su hegemonía que en promover el bienestar colectivo. Esto refuerza su tesis de que el G-20 no es una solución, sino parte del problema.

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El G-20, concluye Britto, no puede ser visto como un foro inclusivo ni como un mecanismo eficaz para resolver los desafíos globales. Su diseño y funcionamiento están orientados hacia la preservación de un sistema que favorece a unos pocos en detrimento de las mayorías. El fin último del G-20, tal como lo describe Britto, no es otro que la dominación. Solo un cambio radical en su estructura y objetivos podría transformar este foro en una herramienta genuina para el bien común, un cambio que, hasta ahora, parece improbable.

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