Donald Trump sigue con su venta de cachivaches mientras sueña con la Casa Blanca

Donald Trump nunca ha sido un político convencional, y su retorno al escenario electoral en busca de la Casa Blanca lo está haciendo más evidente que nunca. Con una nueva línea de productos que abarca desde cromos digitales hasta costosos relojes con su nombre grabado, el exmandatario se ha convertido en un fenómeno comercial sin precedentes. Pero detrás de esta estrategia de mercadeo hay algo más profundo: la continua necesidad de autopromoción y la ambición de recuperar el poder. En un momento en que otros expresidentes se centran en sus legados, Donald Trump parece más preocupado por vender su marca, tanto en sentido figurado como literal. Así, la campaña de 2024 no solo se trata de un esfuerzo por regresar a la Casa Blanca, sino también de asegurar que cada movimiento se traduzca en ganancias económicas.

El fenómeno de la comercialización de la imagen de Trump ha sido analizado por varias voces críticas, entre ellas Bill Press, un veterano presentador y analista político. En su programa “The Bill Press Pod”, y a través de un artículo titulado “¡Eh, tontos! ¡Consigue ya tu reloj de Donald Trump!” en el portal de noticias The Hill, Press arremetió contra el exmandatario y sus intentos de monetizar cada aspecto de su figura pública. Con credenciales como autor de “From the Left: A Life in the Crossfire”, Press se ha dedicado a desentrañar las contradicciones de Trump, acusándolo de explotar su plataforma política para amasar más dinero. No es la primera vez que se le critica por su enfoque descaradamente comercial, pero sí es una de las pocas ocasiones en que un crítico lo ha calificado directamente como un “estafador en busca de víctimas”.

El mentiroso Donald Trump

El término no es trivial. Durante sus años en la Casa Blanca, Donald Trump fue conocido no solo por su retórica agresiva, sino también por su peculiar relación con la verdad. Según el Washington Post, Trump acumuló un asombroso récord de 30 mil 573 declaraciones falsas o engañosas durante sus cuatro años como presidente. Si bien la política está repleta de promesas rotas y declaraciones hiperbólicas, Trump llevó el fenómeno a niveles nunca antes vistos. Prometió que construiría un muro a lo largo de la frontera con México y que sería pagado por el gobierno mexicano; aseguró que el coronavirus desaparecería “milagrosamente” y que Estados Unidos nunca había estado más fuerte militarmente. Sin embargo, sus constantes distorsiones no lograron empañar su capacidad de venta. De hecho, como lo demuestra su incursión en el mercado de productos, parece haber descubierto que mientras más audaz sea su mentira, más se vende.

Pero la pregunta persiste: ¿hasta qué punto puede un expresidente explotar su imagen antes de que la gente lo vea simplemente como otro vendedor ambulante? Ilustración MidJourney

Pero si hay algo que define a Donald Trump, más allá de su figura controvertida y sus promesas fallidas, es su astucia para capitalizar su imagen. En 2000, antes de sus días como político, ya soñaba con ser presidente. No porque quisiera cambiar el país, sino porque veía la oportunidad de convertir su campaña en un negocio rentable. En una entrevista con la revista Fortune, Trump dejó claro que veía en la presidencia una fuente de ingresos. “Es muy posible que yo sea el primer candidato presidencial que se presente y gane dinero con ello”, afirmó con su característico tono desafiante. Y no era una broma: desde camisetas y gorras con el eslogan “Make America Great Again” hasta los exclusivos relojes que ahora promociona, cada elemento lleva su marca registrada y un precio que solo un verdadero creyente estaría dispuesto a pagar.

El show debe continuar

La fascinación de Trump por el dinero y el espectáculo no es ninguna novedad. A lo largo de su carrera empresarial, construyó un imperio que incluía casinos, campos de golf, una aerolínea, y hasta una universidad que resultó ser un fraude para miles de estudiantes. Pero es en su faceta como presidente donde más se ha notado su predilección por el espectáculo. Su regreso al mercado con la venta de Biblias, medallones y cromos digitales subraya un punto crucial: para él, todo es transable, incluso su reputación. Mientras tanto, su esposa Melania Trump tampoco ha perdido el tiempo. La ex primera dama se ha sumado a la fiebre comercial con su propia colección de NFT y collares conmemorativos. Pero, ¿qué dice esto sobre la campaña presidencial de Trump?

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Algunos analistas creen que esta ola de productos de Donald Trump no es solo una manera de ganar dinero, sino una estrategia para mantener su nombre en la conversación pública mientras planifica su regreso a la política. En lugar de distanciarse de su imagen de magnate, está profundizando en ella. Los relojes de lujo que promociona no son solo objetos de colección; son símbolos de estatus, destinados a recordar a sus seguidores que Trump, a pesar de las derrotas y los escándalos, sigue siendo el hombre que personifica la riqueza y el poder. “Sea parte de la historia”, reza el sitio web que anuncia sus relojes de $100,000 con 122 diamantes incrustados y cartas firmadas. El mensaje es claro: apoyar a Trump no solo es una declaración política, es una inversión en exclusividad.

La máscara entró en picada

Sin embargo, esta mentalidad empresarial ha suscitado críticas incluso entre sus antiguos seguidores. El precio de sus productos, como los $799 que cuesta el reloj “Fight Fight Fight” Onyx Gold, es prohibitivamente alto para la mayoría de sus simpatizantes de clase trabajadora, quienes lo ven como un defensor de sus intereses. Para muchos, resulta irónico que el hombre que prometió “drenar el pantano” de Washington esté ahora tratando de sacarles cada centavo con productos lujosamente empaquetados. Y aunque legalmente no hay nada cuestionable en estas transacciones, la pregunta que se hacen muchos es si se trata de un comportamiento propio de un expresidente o de un vendedor desesperado.

A diferencia de figuras como Barack Obama, que tras dejar la Casa Blanca se dedicó a causas como la reforma del sistema de justicia, o de George W. Bush, que se refugió en la pintura, Trump sigue aferrado al centro del escenario, promoviendo productos con la esperanza de que sus seguidores sigan comprando su promesa de “hacer a América grande nuevamente”.. Ilustración MidJourney.

El problema es que, a diferencia de otros expresidentes, Donald Trump no parece interesado en construir un legado político. En lugar de dedicarse a causas humanitarias o a la diplomacia, ha optado por seguir los pasos de un infomercial en constante expansión. Su insistencia en vender su marca, incluso cuando está bajo la lupa de varias investigaciones judiciales, habla de un hombre que ve la presidencia no como un cargo público, sino como un trampolín comercial. A diferencia de figuras como Barack Obama, que tras dejar la Casa Blanca se dedicó a causas como la reforma del sistema de justicia, o de George W. Bush, que se refugió en la pintura, Trump sigue aferrado al centro del escenario, promoviendo productos con la esperanza de que sus seguidores sigan comprando su promesa de “hacer a América grande nuevamente”.

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Por supuesto, en la política moderna, la frontera entre lo que es aceptable y lo que no lo es ha cambiado radicalmente. Pero la pregunta persiste: ¿hasta qué punto puede un expresidente explotar su imagen antes de que la gente lo vea simplemente como otro vendedor ambulante? Trump parece estar apostando a que sus seguidores lo apoyarán sin importar qué tan bajo caiga el listón de lo presidencial. Pero mientras continúa con su venta de cachivaches, queda por ver si su próxima candidatura será recordada por sus promesas políticas o por los relojes de diamantes que ofrecía al mejor postor.

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