Por qué para algunas izquierdas es tan difícil ver al Vladimir Putin capitalista y dictatorial

Vladimir Putin, el líder ruso que ha dominado la política de su país durante más de dos décadas, se presenta a menudo como un defensor del orden mundial multipolar y un baluarte contra la hegemonía occidental. Esta imagen ha encontrado un eco resonante en segmentos significativos de la izquierda latinoamericana, que tradicionalmente han visto en Rusia un contrapeso al imperialismo estadounidense. Sin embargo, esta perspectiva a menudo omite reconocer a Putin como el líder de un estado capitalista y autoritario, una paradoja que se explora a continuación.

Sergio Ramírez, escritor y Premio Cervantes, publicó recientemente un artículo titulado «El jinete de bronce» en el diario digital EL PAÍS. En él, Ramírez reflexiona sobre cómo la «vieja izquierda» latinoamericana, a veces de manera ciega y otras disimulada, sigue apoyando a Putin. Esta adherencia sorprende especialmente cuando se considera la trayectoria política y económica de Putin desde que asumió el poder. Bajo su liderazgo, Rusia ha mostrado un claro giro hacia prácticas económicas capitalistas intensificadas, acompañadas de una represión política significativa contra cualquier forma de oposición.

Vladimir Putin olvidó el socialismo

En la tercera década del siglo XXI, Vladimir Putin se ha consolidado aún más en el poder mediante elecciones cuestionables y la supresión de voces disidentes. El capitalismo ruso, bajo Putin, no se ha cohibido de integrarse profundamente con el capitalismo global, participando en mercados internacionales y fomentando una oligarquía rica y poderosa. A pesar de ello, sectores de la izquierda continúan viéndolo como un sucesor de las políticas socialistas de la Unión Soviética, ignorando las evidencias de su gobierno autoritario y las políticas económicas que han exacerbado la desigualdad en Rusia.

Vladimir Putin
Vladimir Putin ha sabido manejar esta percepción a su favor, proyectándose como un líder anti-imperialista. Esta narrativa resuena en un contexto histórico donde América Latina ha experimentado décadas de intervencionismo estadounidense. Ilustración MidJourney

Vladimir Putin ha sabido manejar esta percepción a su favor, proyectándose como un líder anti-imperialista. Esta narrativa resuena en un contexto histórico donde América Latina ha experimentado décadas de intervencionismo estadounidense. Sin embargo, esta percepción ignora la realidad de las acciones de Putin, como la intervención militar en Ucrania y el apoyo a regímenes autoritarios alrededor del mundo.

El apoyo a Putin por parte de figuras y gobiernos de la izquierda en América Latina no solo refleja un anticuado antiimperialismo, sino también una falta de crítica hacia figuras autoritarias siempre que se postulen como opositores de los Estados Unidos. Este fenómeno es evidente en los discursos y en las políticas exteriores de países como Nicaragua y Venezuela, donde líderes como Ortega y Maduro ven en Putin un aliado estratégico.

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Nostalgia por lo soviético

Más allá de las alianzas geopolíticas, la dificultad para reconocer el carácter capitalista y dictatorial de Vladimir Putin por parte de algunas izquierdas se debe en parte a una visión romántica y nostálgica del pasado soviético. Esta visión se enclava en un contexto donde los logros sociales y de política exterior de la URSS se idealizan, omitiendo las realidades de represión y control estatal que también caracterizaron a ese régimen.

La contradicción entre apoyar a Putin como un líder antiimperialista mientras se ignora su autoritarismo y capitalismo refleja una izquierda que a veces parece más motivada por la oposición a Estados Unidos que por un análisis riguroso de las políticas y prácticas de sus aliados. Esta situación plantea un desafío para una izquierda que busca ser relevante y efectiva en el siglo XXI, donde los dilemas y dinámicas globales exigen una comprensión más matizada y crítica de las figuras y movimientos políticos.

La dificultad de algunas izquierdas para ver a Vladimir Putin como lo que realmente es —un líder capitalista y dictatorial— radica en una mezcla de nostalgia histórica, estrategias geopolíticas y, en algunos casos, una falta de compromiso con los principios democráticos y de equidad económica. Desentrañar estas complejidades es esencial para que la izquierda pueda articular una visión más coherente y eficaz en un mundo cada vez más interconectado y multipolar.

Ciego es quien no desea ver

Enfrentar estas realidades implica también un desafío para la izquierda de no solo identificar a sus enemigos sino también de reconocer las falencias en sus propios aliados. La admisión de que Vladimir Putin no representa los ideales socialistas, sino que más bien encarna una amalgama de nacionalismo autoritario y capitalismo oligárquico, es crucial para redefinir las alianzas y las estrategias políticas de la izquierda global.

Vladimir Putin
El apoyo a Putin por parte de figuras y gobiernos de la izquierda en América Latina no solo refleja un anticuado antiimperialismo, sino también una falta de crítica hacia figuras autoritarias siempre que se postulen como opositores de los Estados Unidos. Ilustración MidJourney.

La relación entre Putin y líderes de la izquierda en América Latina también plantea preguntas sobre la integridad y los valores de estos últimos. Al apoyar a un líder que ha reprimido a la sociedad civil, limitado la libertad de prensa y encarcelado o eliminado a opositores, ¿no están estos líderes comprometiendo los principios que dicen defender? Esta pregunta es especialmente pertinente en un momento en que movimientos populares y demandas de mayor democracia están emergiendo por todo el continente.

Una táctica política

Además, la estrategia de Putin de cultivar relaciones con estos gobiernos refleja una táctica política más que una alineación ideológica. A través de estos vínculos, Rusia busca expandir su influencia y contrarrestar el poder occidental, utilizando a América Latina como un escenario más en su juego geopolítico global. En este contexto, los líderes de izquierda deben ser críticos y no permitir que sus países se conviertan en peones de estrategias ajenas a los intereses de sus pueblos.

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Es fundamental que la izquierda renueve su compromiso con la transparencia, la democracia y los derechos humanos. Solo así podrá distanciarse de figuras autoritarias como Vladimir Putin y reafirmar su relevancia en un mundo post-Guerra Fría. La izquierda debe liderar con el ejemplo, mostrando que es posible defender los ideales de justicia social sin comprometer los valores democráticos.

El futuro de la izquierda no solo depende de su capacidad para criticar el imperialismo y las desigualdades globales, sino también de su habilidad para criticarse a sí misma y evolucionar. Reconocer las verdaderas facetas de Vladimir Putin es un paso necesario en este proceso, uno que permitirá a la izquierda enfrentar con mayor efectividad los desafíos del siglo XXI y representar una alternativa creíble y ética para las masas que buscan el cambio. Esta introspección y adaptación son esenciales para que la izquierda no solo sobreviva sino que prospere en el nuevo orden mundial.

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