La gigantesca multinacional estadounidense Cargill, una de las líderes en la exportación de alimentos a nivel global, ha sido condenada por la Justicia laboral brasileña por su vínculo directo con el trabajo esclavo y la explotación infantil en haciendas cacaoteras en Brasil. Esta condena, que resuena en la escena internacional, arroja luz sobre las vulnerabilidades y fisuras existentes en las cadenas de suministro globalizadas, y cuestiona las prácticas empresariales de algunas de las compañías más poderosas del mundo.
Según un comunicado del Ministerio Público del Trabajo, Cargill ha sido sentenciada a pagar una multa de 600.000 reales (equivalente a 121.000 dólares) por daños morales y colectivos. Los casos documentados de trabajo esclavo y explotación infantil tuvieron lugar en las haciendas de los estados de Bahía y Pará. Estos hechos, sin embargo, no son aislados ni nuevos en la región.
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Trabajo esclavo y explotación infantil
De acuerdo con datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), América Latina sigue siendo un foco rojo en cuestiones de trabajo esclavo y explotación infantil. En el contexto brasileño, la historia de la explotación laboral, en particular en las haciendas, está profundamente arraigada, remontándose a los tiempos de la esclavitud. El Dr. João Alves, historiador y experto en la historia socioeconómica de Brasil, comenta: «Aunque la esclavitud fue abolida oficialmente en 1888, sus ecos todavía resuenan en la sociedad brasileña. Las grandes empresas, nacionales e internacionales, deben ser responsables de garantizar que no perpetúen estos abusos».
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La jueza Naiara Lage Pereira, encargada de este caso, no ha dejado espacio para dudas respecto a la culpabilidad de Cargill. Su argumento destaca que la empresa, al optar por la contratación a través de intermediarios, alimenta el sistema de tercerización material. Esto debilita las relaciones laborales y crea espacios para prácticas laborales precarias, y en este caso, explotadoras.
Mayores regulaciones
Ante la contundencia de las evidencias y las declaraciones judiciales sobre trabajo esclavo y explotación infantil, organismos gubernamentales y ONGs han expresado su preocupación. Pedro Santos, representante del Gobierno brasileño, señaló: «Este caso resalta la urgente necesidad de mayores regulaciones y supervisión en nuestras cadenas de suministro. No podemos permitir que el afán de lucro de las corporaciones sobrepase el bienestar de nuestra gente».
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Cargill, por su parte, ha defendido su posición argumentando que, como «mero comprador», no tiene deber legal de supervisión sobre la cadena productiva y no mantiene una relación laboral con las haciendas. Además, la multinacional ha destacado la existencia de un programa interno para fomentar el trabajo digno y combatir el trabajo infantil.
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Responsabilidad social
A pesar de estas alegaciones, lo que está en juego es el deber moral y ético de las empresas. Como señala Marina Lopes, política y activista de derechos humanos: «La responsabilidad social empresarial no debe ser una opción. Las empresas, especialmente las de esta envergadura, deben garantizar que sus operaciones no dañen a las comunidades en las que operan».
Con la condena a Cargill, se espera que haya un precedente y un llamado de atención hacia otras empresas que operan en la región. El desafío está en garantizar que las prácticas laborales se realicen en condiciones dignas y justas, y que la historia de trabajo esclavo y explotación infantil en Brasil y América Latina quede definitivamente en el pasado.