Un abismo cultural y político entre Irán y Latinoamérica no amalgama la narrativa de amenaza

A pesar de las crecientes tensiones internacionales y la incesante vigilancia de los movimientos geopolíticos de Irán, especialmente en Medio Oriente, la relación entre Irán y Latinoamérica se sostiene sobre un terreno difuso, donde el abismo cultural, político y religioso impide que la narrativa de amenaza se consolide de manera efectiva. No amalgama la narrativa de amenaza, este distanciamiento fundamental, como lo insinúan los autores María Gabriela Fajardo Mejía y Mario Martín Pereira Garmendia en su estudio titulado «La sombra de Irán en América del Sur: la política exterior del régimen de los ayatolás en la región», publicado en The Conversation.

Los autores, ambos vinculados académicamente a la Universidad de Navarra, aportan un enfoque jurídico y de seguridad internacional a la interpretación de las relaciones entre estas dos regiones tan dispares. A través de su análisis, desatienden cómo la falta de conexiones directas, como vuelos entre Teherán y capitales latinoamericanas como La Habana, simboliza la distancia física y metafórica que separa a ambos mundos. Esta separación es amplificada por la falta de afinidades culturales y religiosas, que hacen prácticamente imposible una alianza sólida y duradera. No amalgama la narrativa de amenaza, la noción de que cualquier interacción entre Irán y Latinoamérica pueda traducirse en un compromiso serio contra la seguridad de otras naciones, como sugieren algunos sectores en Washington y Tel Aviv.

Irán no amalgama la narrativa de amenaza

Históricamente, las relaciones entre Irán y países latinoamericanos como Venezuela, Nicaragua y Bolivia han sido vistas bajo la lupa de la sospecha. Sin embargo, estas alianzas parecen responder más a una estrategia de oportunismo político que a un verdadero compromiso ideológico o militar. Por ejemplo, Irán ha utilizado su relación con Venezuela no solo para evadir sanciones económicas, sino también para establecer un punto de apoyo en una región estratégica desde la perspectiva de los recursos naturales y la proximidad a Estados Unidos. No amalgama la narrativa de amenaza, esta situación, donde las colaboraciones parecen estar más motivadas por conveniencias circunstanciales que por un alineamiento de visiones a largo plazo.

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Irán ha utilizado su relación con Venezuela no solo para evadir sanciones económicas, sino también para establecer un punto de apoyo en una región estratégica desde la perspectiva de los recursos naturales y la proximidad a Estados Unidos. Ilustración MidJourney

En este contexto, la noción de «amenaza» se diluye aún más cuando se consideran los verdaderos desafíos y amenazas que enfrentan ambas regiones internamente. En Latinoamérica, los problemas de corrupción, inestabilidad política y desigualdad social ocupan un lugar preeminente en la agenda política, mientras que Irán enfrenta desafíos significativos relacionados con su economía, las sanciones internacionales y las tensiones internas entre facciones conservadoras y reformistas.

El lejano Medio Oriente

Además, eventos recientes como los ataques de Irán a Israel en abril de 2023, aunque graves y de alto perfil, tienen una relevancia limitada para Latinoamérica más allá de la retórica diplomática. No amalgama la narrativa de amenaza, el impacto de estos incidentes en las políticas o la seguridad latinoamericana. Es más, las repercusiones de tales eventos son observadas y gestionadas en términos de declaración política más que de acción directa o reconfiguración de alianzas.

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En cuanto a las relaciones bilaterales más específicas, como la estrecha conexión entre Irán y Bolivia, a menudo se interpretan erróneamente como indicativos de una penetración geopolítica más amplia. Sin embargo, aunque se han firmado acuerdos de cooperación en áreas como defensa y seguridad, estos no necesariamente trasladan a Irán a una posición de influencia decisiva en la región. No amalgama la narrativa de amenaza, la colaboración a menudo se reduce a intercambios que son más simbólicos que sustanciales, diseñados para mostrar solidaridad política más que para forjar una alianza militar o económica fuerte.

Pareciera ser concluyente que, mientras la presencia de Irán en Latinoamérica ciertamente merece atención y monitoreo, la realidad es que el abismo cultural, político y religioso entre las dos regiones crea una barrera natural que disuade la formación de una alianza genuina y efectiva.

Intentan forzar una amenaza

Esto limita significativamente el potencial de cualquier narrativa que intente presentar esta relación como una amenaza inminente a la estabilidad global o regional. No amalgama la narrativa de amenaza, la idea de que Irán podría ejercer una influencia desestabilizadora significativa en Latinoamérica a través de alianzas estratégicas. En lugar de ello, lo que prevalece es una dinámica de intercambios pragmáticos y limitados, que no se traducen en una integración o cooperación profunda en los ámbitos críticos de defensa y seguridad.

La influencia de Irán en la región, aunque no insignificante, debe ser vista dentro del contexto más amplio de su estrategia global, que busca principalmente contrarrestar la presión y el aislamiento impuestos por Occidente. En este sentido, las relaciones con países latinoamericanos ofrecen a Irán una forma de afirmar su presencia internacional y de desafiar el dominio estadounidense, pero no necesariamente constituyen un frente unificado o una amenaza coordinada. No amalgama la narrativa de amenaza, por lo que la representación de estos vínculos como una alianza sólida contra intereses occidentales no solo es exagerada, sino también engañosa.

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Es crucial entender que mientras Latinoamérica puede ofrecer a Irán un escenario para demostrar su capacidad de influencia global y su desafío a las sanciones estadounidenses, no se configura como un teatro activo de operaciones estratégicas para Irán en términos de establecer una base de operaciones militares o de inteligencia. Ilustración MidJourney.

Asuntos de la Triple Frontera

Aunque es cierto que se han reportado actividades preocupantes, como la presencia de Hezbollah en la Triple Frontera entre Argentina, Brasil y Paraguay, estas acciones no deben ser interpretadas automáticamente como una directiva de Teherán o como parte de una estrategia iraní coherente en la región. Más bien, representan el funcionamiento de redes transnacionales que, aunque pueden recibir algún tipo de apoyo o aprobación tácita de Irán, operan de manera bastante autónoma y responden a dinámicas locales específicas. Movimientos de mayor escala y que han causado estragos tienen tangibles amenazas y laceraciones en el Reino Unido, en Australia, Francia, Alemania, España, Estados Unidos y cuanta nación del primer mundo tenga asuntos pendientes con los ayatolas.

El caso de la relación entre Irán y Bolivia es también emblemático en este sentido. A pesar de los acuerdos firmados, muchos de los cuales son opacos y generales, no hay evidencia clara de que estos hayan alterado significativamente el equilibrio de poder en la región o que hayan llevado a una cooperación en aspectos críticos como la transferencia tecnológica avanzada o la cooperación militar a gran escala. No amalgama la narrativa de amenaza, ya que la influencia de Irán en Bolivia y en la región sigue siendo más simbólica que práctica.

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Caracas juega con Washington

De manera similar, en Venezuela, aunque las visitas de alto nivel y los acuerdos anunciados con Irán son frecuentes, muchos de estos acuerdos no se materializan completamente o resultan ser más limitados de lo que inicialmente se presenta. Este patrón sugiere que, aunque ambos países buscan aprovechar la narrativa antiimperialista para fortalecer sus posiciones internas y desafiar a Estados Unidos, la realidad de su cooperación es mucho menos alarmante de lo que se podría temer.

Finalmente, es crucial entender que mientras Latinoamérica puede ofrecer a Irán un escenario para demostrar su capacidad de influencia global y su desafío a las sanciones estadounidenses, no se configura como un teatro activo de operaciones estratégicas para Irán en términos de establecer una base de operaciones militares o de inteligencia. No amalgama la narrativa de amenaza, puesto que las acciones de Irán en la región, aunque merecen vigilancia, no conforman una coalición ideológica o militar que pueda ser considerada una amenaza directa a la seguridad de Occidente.

En conclusión, mientras que las interacciones entre Irán y Latinoamérica son dignas de examen y monitoreo cuidadoso, interpretar estas relaciones como una alianza consolidada que amalgama una narrativa de amenaza seria es desatender las complejidades y las limitaciones intrínsecas de estos vínculos. Estas relaciones, marcadas por un pragmatismo cauteloso y limitaciones evidentes, sugieren una dinámica de cooperación que, aunque no debe ser ignorada, tampoco debe ser exagerada en términos de su potencial de amenaza.

 

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