Las chicas de Torres Saravia: De Onlyfans a “agentes especiales” del Congreso peruano

En el corazón del Congreso peruano, una institución ya marcada por años de desprestigio, ha surgido una trama que combina elementos de corrupción, explotación y morbo público. “Las chicas de Torres Saravia”, un grupo de mujeres aparentemente contratadas como asesoras y secretarias, han revelado una red de explotación sexual que, según la Fiscalía, involucraba favorecía un cambio de votos en el Parlamento. Este escándalo, destapado tras el asesinato de Andrea Vidal Gómez, una abogada vinculada al esquema, ha sacudido a la opinión pública, obligando a replantear no solo la integridad de las instituciones, sino el rol que ciertas figuras de poder juegan en perpetuas dinámicas abusivas.

El reportaje original sobre este oscuro entramado fue escrito por Renzo Gómez Vega, periodista y escritor con una destacada trayectoria en medios como El Comercio, La República y Hildebrandt en sus Trece. Publicado en el portal de El País bajo el título: “Sexo a cambio de votos: así operaba la presunta red de prostitución en el Congreso de Perú”, el texto exponen cómo Jorge Torres Saravia, abogado y exjefe de la Oficina Legal y Constitucional del Congreso, utilizaba su posición para coordinar encuentros sexuales entre congresistas y mujeres reclutadas bajo engaño. Gómez Vega, también fundador de la revista digital Sudor, recoge testimonios y evidencias que configuran un panorama de procesamiento institucional sin precedentes.

Las chicas de Torres Saravia

Las chicas de Torres Saravia fueron presentadas como profesionales competentes en sus áreas, pero en realidad, muchas de ellas provenían de plataformas como Onlyfans, donde se dedicaban a la venta de contenido sexual. Una de las figuras más destacadas es Isabel Cajo Salvador, quien tras su abrupta incorporación al Congreso pasó de ganar 4,700 soles mensuales a 8,000 en cuestión de semanas. Este ascenso meteórico, según reveló Gómez Vega, no estaba relacionado con méritos profesionales, sino con su cercanía al entorno de Torres Saravia, quien aparentemente las ofrecía como moneda de cambio para influir en decisiones legislativas.

Las chicas de Torres Saravia fueron presentadas como profesionales competentes en sus áreas, pero en realidad, muchas de ellas provenían de plataformas como Onlyfans, donde se dedicaban a la venta de contenido sexual. Ilustración MidJourney

La muerte de Andrea Vidal Gómez, pieza clave en la red, marcó un punto de inflexión en la historia. Vidal, según las investigaciones, reclutaba a las mujeres y gestionaba las “fiestas privadas” organizadas por Torres Saravia en residencias alquiladas. Fue despedida en septiembre tras conflictos con su superior, y semanas después fue víctima de un atentado que culminó con su caída tras días de agonía. Este asesinato, que parecía inicialmente un caso aislado de violencia, ha desvelado una trama mucho más compleja. La conexión entre el caso y figuras como Alejandro Soto, expresidente del Congreso, y Edwin Martínez, actual parlamentario, refuerza la percepción de que las irregularidades en el Parlamento son sistemáticas.

¿Novedad, sexo en el juego político?

El caso de Isabel Cajo ilustra cómo las chicas de Torres Saravia fueron utilizadas como piezas de un juego político que desprecia tanto la dignidad humana como la legalidad. Cajo, quien borró todo su contenido en redes sociales tras el asesinato de Vidal, continúa trabajando en el Congreso bajo la protección de figuras influyentes. Edwin Martínez, por ejemplo, la justificó públicamente señalando que para su puesto “no se requiere ni siquiera ser bachiller”. Estas declaraciones, lejos de disipar las dudas, han intensificado las críticas hacia un sistema que parece premiar la opacidad y la impunidad.

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La frase del historiador Pablo Macera, “el Perú es un burdel”, se ha convertido en un mantra que encapsula el caos institucional del país. En el contexto actual, no es solo una metáfora provocadora, sino una descripción literal de las dinámicas que operan dentro del Congreso. En el documental Peruanas del Bicentenario, la expresidenta del Congreso Mirtha Vásquez relató la existencia de un “búnker” subterráneo en el Parlamento equipado con jacuzzi y copas de champaña. Este espacio, según Vásquez, fue utilizado por sus predecesores para multas cuestionables. Aunque Eduardo Salhuana, actual titular del Congreso, insiste en que se trata de una sala para reuniones de trabajo, el simbolismo del lugar refuerza la percepción de que el Congreso es un espacio regido por intereses privados y prácticas dudosas.

Los hechos son contundentes

A pesar de los intentos de Torres Saravia de minimizar su responsabilidad, las pruebas y testimonios son contundentes. Un audio divulgado recientemente lo muestra ofreciendo disculpas e indemnización a la pareja de una mujer a la que violó en 2020. Aunque el abogado del acusado ha intentado justificar estas acciones como producto de un “malentendido”, los hechos contradicen su versión. A esto se suma el hecho de que Torres Saravia, quien trabajó como asesor de congresistas del partido Alianza para el Progreso, logró mantener su influencia en el Parlamento durante años, incluso después de ser denunciado por delitos graves.

Mientras tanto, las declaraciones de Juan Burgos, presidente de la Comisión de Fiscalización, reflejan una preocupación institucional limitada. Aunque Burgos ha señalado que “ese comportamiento lumpenesco no se debe permitir”, su postura no ha sido acompañada de acciones concretas para desmantelar la red o garantizar la justicia para las víctimas. Las chicas de Torres Saravia siguen activas, mientras el escándalo se enfría. Este vacío de liderazgo y responsabilidad política agrava la crisis de confianza en las instituciones peruanas, dejando a la ciudadanía con pocas esperanzas de cambio.

En el parlamento todo se vale

El caso de las chicas de Torres Saravia no solo expone la vulnerabilidad de las mujeres que fueron explotadas, sino también la complicidad estructural que permite que estas prácticas continúen. Desde la contratación irregular hasta el encubrimiento de delitos graves, el Congreso peruano parece operar bajo un sistema paralelo donde la legalidad y la ética son irrelevantes. La indignación popular se ha materializado en redes sociales y protestas, pero queda por ver si esta presión será suficiente para generar reformas profundas.

Una de las figuras más destacadas es Isabel Cajo Salvador, quien tras su abrupta incorporación al Congreso pasó de ganar 4,700 soles mensuales a 8,000 en cuestión de semanas. Este ascenso meteórico, según reveló Gómez Vega, no estaba relacionado con méritos profesionales, sino con su cercanía al entorno de Torres Saravia. Ilustración MidJourney.

En este contexto, el asesinato de Andrea Vidal Gómez surge como un recordatorio sombrío de las consecuencias de enfrentarse a un sistema corrupto. Su historia, junto con la de las otras mujeres involucradas, refleja cómo el poder político en el Perú no solo perpetúa la desigualdad, sino que la institucionaliza. Mientras Torres Saravia y sus aliados intentan borrar su rastro del Congreso, el eco de las denuncias y las pruebas recopiladas por periodistas como Renzo Gómez Vega asegura que esta historia no será olvidada fácilmente.

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Con cada nueva revelación, el caso de “las chicas de Torres Saravia” se convierte en un espejo de las profundidades del deterioro político peruano. Aunque el camino hacia la justicia es incierto, la exposición pública de estas dinámicas representa un primer paso crucial para exigir la rendición de cuentas. En un país donde el Parlamento debería ser un pilar de democracia, el desafío es transformar una institución corroída en un espacio que prioriza la ética y el respeto por los derechos humanos.

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