En el corazón de América Latina, bajo el fulgor del astro que regía sus destinos, dos imperios del sol resurgen, no de las cenizas, sino de las páginas de un libro. Incas y mexicas, civilizaciones que florecieron con una intensidad única, vuelven a la palestra en un esfuerzo conjunto de dos mentes prodigiosas, el antropólogo peruano Luis Millones y el arqueólogo mexicano Eduardo Matos. A través de su obra más reciente, “Moctezuma y Atahualpa: Vida, pasión y muerte de dos gobernantes”, los autores invitan a una reflexión sobre la grandeza y tragedia de estos dos mundos que colapsaron bajo el peso de la conquista.
El reportaje original, escrito por Pablo Ferri para EL PAÍS, arroja luz sobre este fascinante encuentro entre dos gigantes intelectuales. Ferri, reportero en la oficina de Ciudad de México desde 2015, es reconocido por su cobertura en temas de violencia, derechos humanos y justicia, así como por sus incursiones en la arqueología e historia. Autor de libros como Narcoamérica y La Tropa, Ferri presenta una narrativa que entrelaza la investigación rigurosa con la pasión por descubrir las raíces de nuestro continente. Su artículo, titulado: “La vieja historia de los imperios vencidos”, desmenuza las claves detrás del libro de Millones y Matos, un texto que aborda no solo la caída de Atahualpa y Moctezuma, sino también los paralelismos y contrastes entre sus civilizaciones.
Dos imperios del sol
En la obra presentada por los autores, emerge un análisis profundo de los últimos días de estos dos imperios del sol. Mientras el Tahuantinsuyo incaico se desmoronaba bajo el peso de una guerra civil fratricida, el esplendor mexica alcanzaba su apogeo antes de sucumbir ante las fuerzas de Hernán Cortés. Atahualpa y Moctezuma encarnan no solo a sus respectivas naciones, sino también las contradicciones y tensiones internas que, según los autores, facilitan la llegada de los conquistadores. Luis Millones describe a los incas como “niños engreídos”, señalando que la falta de una estructura política sólida en su vasto imperio fue un factor determinante en su colapso. Por otro lado, Eduardo Matos enfatiza el carácter marcial y ritualista de los mexicas, cuyo culto al sacrificio humano y al sol marcó la vida cotidiana y la política de Tenochtitlán.

La comparación entre ambos imperios del sol no solo se centra en sus líderes, sino también en los contextos culturales que definieron sus destinos. En Tenochtitlan, el guerrero era venerado desde su nacimiento, con rituales como el entierro del cordón umbilical en un campo de batalla, un acto simbólico que ligaba al recién nacido con el destino bélico de su pueblo. En contraste, los incas basaban su poder en una estructura imperial más centralizada, apoyada en una red de caminos y en el uso de una lengua común, el quechua, para administrar los territorios conquistados. Sin embargo, esta extensión territorial, que abarcaba desde Ecuador hasta Chile, se convirtió en su mayor debilidad, según Millones, al ser incapaces de contener las constantes rebeliones internas.
Lucha de la luz contra la oscuridad
Otro aspecto fascinante de esta narrativa es el simbolismo del sol como eje espiritual de ambas culturas. Para los mexicas, el sol renacía cada día en su lucha contra la oscuridad, una metáfora que se materializaba en las ofrendas de sangre humana necesarias para mantener su curso. En el mundo incaico, el sol era un dios paterno, fuente de vida y orden. Este vínculo con el astro rey subraya una de las similitudes más notables entre los dos imperios, aunque sus manifestaciones culturales y religiosas fueron profundamente distintas. “Los incas se consideraban hijos del sol”, señala Millones, mientras que Matos recuerda cómo los mexicas veían en Huitzilopochtli, su deidad solar, una fuerza guerrera indispensable para la supervivencia.
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La figura de los conquistadores de los dos imperios de sol, Francisco Pizarro y Hernán Cortés, también cobra protagonismo en esta historia. Pizarro, con una carrera breve y turbulenta, fue asesinado poco después de consolidar su conquista, dejando a Perú sumido en un caos político que perduró hasta el establecimiento del virreinato. En cambio, Cortés logró mantener una relación más estructurada con la Corona española, permitiendo una transición relativamente menos conflictiva en México. Esta diferencia, según Millones, refleja la disparidad en las estrategias y circunstancias de ambos procesos de conquista.
Nada par revelar todo para contrastar
La obra de Millones y Matos no pretende aportar revelaciones inéditas sobre los personajes históricos, sino ofrecer un contraste entre sus vidas y contextos. Mientras Atahualpa enfrentó a los conquistadores desde una posición de vulnerabilidad tras una sangrienta guerra de sucesión, Moctezuma se vio atrapado en una red de intrigas y alianzas que lo llevaron a subestimar el peligro que representaban los europeos. Ambos, sin embargo, compartieron el destino trágico de ver sus mundos derrumbarse, marcando el fin de dos imperios del sol que habían dominado sus respectivos territorios durante siglos.

El libro también resalta cómo estas civilizaciones, a pesar de sus diferencias, compartían una visión del mundo profundamente arraigada en su entorno natural y espiritual. El culto al sol, la importancia de la guerra y la centralidad de los gobernantes como intermediarios divinos son temas que atraviesan ambas culturas, recordándonos la riqueza y complejidad de los pueblos precolombinos. Millones y Matos logran presentar esta herencia de manera accesible y cautivadora, alejándose de los formalismos académicos para atraer a un público más amplio.
Los asuntos de la conquista
El legado de estos dos imperios del sol sigue vivo en las tradiciones, lenguas y símbolos de las comunidades indígenas que hoy habitan América Latina. Más allá de la tragedia de su caída, la historia de los incas y mexicas es también una celebración de la resiliencia y creatividad humanas. A través de su libro, Millones y Matos nos invitan a redescubrir este legado, a reflexionar sobre el impacto de la conquista y valorar las raíces compartidas de nuestra identidad continental.
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Así, la memoria de Atahualpa y Moctezuma, y de los pueblos que lideraron, no se pierde en el olvido. En lugar de ello, resurge con fuerza en cada lectura, iluminando las páginas como lo hacía el sol en las tierras que alguna vez llamaron hogar.