La historia humana está repleta de conflictos, batallas y guerras que han dejado una huella indeleble en la humanidad. Sin embargo, cada vez que las sombras del enfrentamiento se ciernen sobre nosotros, surgen también intentos desesperados por evitar que la espiral de violencia siga su curso. La frase “vacuna contra la guerra” puede parecer contradictoria, pero en realidad encierra una verdad profunda y paradójica: en muchas ocasiones, la solución a los conflictos se encuentra en el mismo germen que los provoca. Esta idea, más que una utopía, se ha visto reflejada en la historia reciente, donde personas y comunidades han logrado transformar la violencia en diálogo, demostrando que es posible evitar la guerra mediante un entendimiento que surge del mismo terreno fértil que la alimenta.
John Paul Lederach, un respetado profesor emérito de consolidación de la paz internacional en la Universidad de Notre Dame, y miembro senior de Humanity United, ha dedicado su vida a estudiar y promover soluciones pacíficas a conflictos alrededor del mundo. En su artículo titulado “Una receta para enfriar la política estadounidense”, publicado en The Washington Post, Lederach explora la idea de que la polarización extrema y la deshumanización del adversario son factores clave que pueden conducir a un conflicto armado. A través de su vasta experiencia en países devastados por la guerra, Lederach ha observado que las mismas dinámicas que incitan al enfrentamiento pueden también convertirse en catalizadores para la paz, si se manejan con cuidado y se encauzan hacia el diálogo.
La vacuna contra la guerra
Uno de los puntos más relevantes que Lederach menciona es cómo la vacuna contra la guerra no es otra cosa que el coraje de enfrentar directamente a aquellos que consideramos enemigos, no con armas, sino con palabras y actos de humanidad. En un mundo donde la desconfianza y el miedo suelen ser los primeros en dictar nuestras acciones, las iniciativas de paz muchas veces se basan en romper esas barreras, en atreverse a salir de las burbujas de seguridad ideológica y emocional en las que nos refugiamos. El concepto de esta “vacuna” se vuelve especialmente poderoso cuando se aplican en contextos donde el odio y la violencia han echado raíces profundas.

Lederach ilustra esta idea con ejemplos concretos, como los Diálogos Improbables en Valledupar, Colombia, donde personas de bandos opuestos, cuyas familias han sufrido en carne propia la violencia del conflicto armado, se sentaron a conversar, a pesar de las diferencias irreconciliables que los separaban. Estos encuentros desafiaron toda lógica y expectativa, ya que lograron que individuos con un historial de odio mutuo se vieran obligados a reconocerse como seres humanos con historias, dolores y esperanzas. Este es un claro ejemplo de cómo la “vacuna contra la guerra” puede funcionar, transformando el veneno de la violencia en un antídoto para la paz.
Funcionó en Irlanda, África…
El trabajo de Lederach no se limita a Colombia. Su experiencia abarca conflictos en lugares como Irlanda del Norte, donde décadas de lucha sectaria entre protestantes y católicos culminaron en el Acuerdo del Viernes Santo, un ejemplo sobresaliente de cómo las dinámicas de guerra pueden ser revertidas mediante el diálogo persistente y la voluntad de buscar puntos comunes. De manera similar, en las zonas fronterizas entre Kenia y Somalia, las llamadas “mujeres de Wajir” lograron lo impensable: poner fin a una guerra generalizada entre milicias basadas en clanes. En cada uno de estos casos, la clave no estuvo en evitar el conflicto a toda costa, sino en abordarlo de manera directa, con valentía y disposición a encontrar una solución pacífica.
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El enfoque de Lederach sugiere que la “vacuna contra la guerra” implica una serie de pasos prácticos que pueden ser aplicados en cualquier contexto de división. El primer paso es salir de las burbujas aisladas en las que tendemos a encerrarnos cuando las diferencias parecen insalvables. Esto requiere un pequeño, pero significativo, acto de valentía: iniciar una conversación con aquellos que consideramos nuestros adversarios. Este simple gesto, según Lederach, puede ser el inicio de un proceso más amplio de reconciliación, que, aunque lento y doloroso, tiene el potencial de prevenir la escalada de violencia.
Todos somos humanos
Otro componente esencial de esta “vacuna” es la rehumanización del adversario. En tiempos de conflicto, es fácil caer en la trampa de deshumanizar al otro, de verlo como una amenaza en lugar de como una persona con sus propias luchas y miedos. Rehumanizar implica tener el coraje de enfrentar y rechazar el lenguaje y las acciones que despojan al otro de su humanidad, especialmente cuando estos provienen de nuestros círculos más cercanos. Esta rehumanización no es un proceso sencillo, pero es fundamental para romper los ciclos de odio y violencia que perpetúan los conflictos.
Lederach también destaca la importancia de la perseverancia en la búsqueda de la paz. Los conflictos no se resuelven de la noche a la mañana, y la tentación de abandonar los esfuerzos de diálogo ante la primera señal de fracaso es grande. Sin embargo, aquellos que han vivido y trabajado en contextos de guerra saben que la única manera de lograr una paz duradera es mediante la persistencia, la disposición a seguir adelante incluso cuando el camino parece imposible de transitar. Esta perseverancia es otro componente crucial de la “vacuna contra la guerra”.

Estados Unidos en el precipicio
La situación actual en Estados Unidos, marcada por una polarización extrema y un discurso cada vez más violento, ofrece un terreno fértil para aplicar las lecciones aprendidas en otros contextos de conflicto. Lederach sugiere que, aunque las divisiones en el país son profundas, todavía hay esperanza. Iniciativas como Bridging Divides, Citizen Connect y Weave Community han demostrado que es posible construir puentes entre comunidades divididas, fomentando el diálogo y la comprensión mutua. Estos esfuerzos no solo son necesarios, sino urgentes, si queremos evitar que las diferencias políticas y sociales degeneren en violencia abierta.
El mensaje final de Lederach es claro: la mejor manera de detener una guerra civil es evitar que ocurra en primer lugar. La vacuna contra la guerra no es una solución mágica, pero es una estrategia que ha demostrado su efectividad en algunos de los contextos más difíciles y violentos del mundo. Estados Unidos, como cualquier otra nación, no está exento de los riesgos que conlleva la polarización extrema, pero también tiene los recursos y la capacidad para enfrentar esos riesgos de manera constructiva. Todo lo que se necesita es la voluntad de hacerlo.
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Inmunizar contra la guerra, la beligerancia tóxica, los desencuentros, no es un concepto abstracto o inalcanzable. Es una serie de acciones y actitudes que, si se adoptan con seriedad y compromiso, pueden transformar los conflictos más enconados en oportunidades para el diálogo y la reconciliación. Los ejemplos que nos ofrece Lederach muestran que, incluso en los contextos más desesperados, siempre hay una posibilidad de cambiar el rumbo hacia la paz.