La tuberculosis casi tuvo una vacuna: A la pandemia más mortífera del mundo le ganó el dinero

En el mundo de la salud pública, la tuberculosis ha sido un adversario formidable, representando la pandemia más antigua y mortífera del planeta. Esta enfermedad, que ha acechado a la humanidad durante siglos, estuvo al borde de un revés histórico: una vacuna prometedora que podría haber cambiado el curso de su devastadora trayectoria. Sin embargo, esta esperanza se vio sofocada no por limitaciones científicas, sino por decisiones económicas. El caso de la vacuna contra la tuberculosis, desarrollada y luego desestimada por el gigante farmacéutico GSK, es una narrativa que refleja una angustiosa verdad: en la intersección de la salud pública y la rentabilidad corporativa, a menudo es el dinero el que dicta los términos.

El doctor Neil Martinson, un veterano en la lucha contra la tuberculosis, ha sido testigo de primera mano de los horrores causados por esta enfermedad. En sus más de 30 años de experiencia, ha visto cómo pacientes en Sudáfrica – trabajadores inmigrantes, niños desnutridos, mujeres embarazadas con VIH – sufrían y a menudo morían a causa de la tuberculosis. La promesa de una vacuna eficaz, desarrollada con la ayuda de un adyuvante patentado por GSK, parecía una luz al final de un largo túnel. Los resultados iniciales de las pruebas fueron sorprendentes: más de la mitad de los infectados se salvaban de enfermar. Pero la emoción del doctor Martinson y de muchos otros se desvaneció en la sombra de decisiones corporativas.

Tuberculosis: Desde la fuente original

La información esencial sobre el devastador impacto de las decisiones económicas en el desarrollo de una vacuna contra la tuberculosis fue meticulosamente investigada y presentada por Anna María Barry-Jester, periodista de ProPublica, una sala de redacción sin fines de lucro dedicada a investigar abusos de poder. Su pieza periodística, titulada «Cómo una gran empresa farmacéutica detuvo una vacuna que podría salvar vidas en busca de mayores ganancias», arroja luz sobre la compleja intersección entre la salud pública y los intereses corporativos, revelando cómo las prioridades económicas pueden socavar los avances médicos cruciales en la lucha contra enfermedades mortales como la tuberculosis.

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El caso de la vacuna contra la tuberculosis, desarrollada y luego desestimada por el gigante farmacéutico GSK, es una narrativa que refleja una angustiosa verdad: en la intersección de la salud pública y la rentabilidad corporativa. Ilustración MidJourney

El gigante farmacéutico GSK, al enfrentarse a la disyuntiva entre la vacuna contra la tuberculosis y opciones más lucrativas, eligió el camino de la rentabilidad. La empresa redirigió su enfoque hacia una vacuna contra el herpes zóster, una enfermedad que, si bien es dolorosa, no tiene la mortalidad de la tuberculosis. Esta decisión se basó en una calculada estrategia comercial: el mercado de Estados Unidos y otros países desarrollados, donde el herpes zóster es un problema significativo, ofrecía mayores beneficios económicos. La vacuna contra el herpes zóster de GSK, Shingrix, compartía un ingrediente clave con la vacuna contra la tuberculosis. Sin embargo, este componente era limitado, y la empresa eligió priorizar su uso en Shingrix, que desde su lanzamiento en 2018 ha generado miles de millones en ingresos.

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Cuando el adyuvante es clave

El adyuvante, una sustancia que aumenta la eficacia de una vacuna, se convirtió en el centro de este dilema. Originalmente desarrollado con financiación gubernamental y sin fines de lucro, este adyuvante fue patentado por GSK, que mantuvo un control estricto sobre su suministro y su uso. Cuando se trata de la creación y distribución de vacunas, las empresas farmacéuticas a menudo terminan teniendo el control final sobre los productos, incluso si estos fueron desarrollados con fondos públicos. Este control les permite priorizar proyectos según su rentabilidad, dejando a un lado necesidades de salud pública urgentes como la tuberculosis.

El abandono de la vacuna contra la tuberculosis por parte de GSK no solo representó una pérdida para la lucha contra esta enfermedad, sino que también expuso la problemática dinámica en el desarrollo de vacunas para enfermedades que afectan principalmente a poblaciones pobres. Los países y organizaciones sin fines de lucro, a menudo los principales compradores de estas vacunas, no tienen la capacidad financiera para competir con los mercados más lucrativos. Como resultado, una vacuna contra la tuberculosis, aunque potencialmente salvadora de vidas, se considera menos atractiva desde un punto de vista comercial en comparación con vacunas como Shingrix.

Microcosmo desequilibrado

La historia de la vacuna contra la tuberculosis y GSK es un microcosmos de un sistema de desarrollo de vacunas que ha estado desequilibrado durante demasiado tiempo, priorizando las necesidades corporativas sobre las de los enfermos y los pobres. Mike Frick, director del programa de tuberculosis de Treatment Action Group, señala que este sistema ha permitido a las empresas farmacéuticas dictar los términos de su participación en la salud pública, sin asumir responsabilidades proporcionales. Este desequilibrio ha llevado a situaciones como la del adyuvante de GSK, donde el control de un ingrediente esencial restringe el desarrollo de vacunas cruciales.

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Cuando se trata de la creación y distribución de vacunas, las empresas farmacéuticas a menudo terminan teniendo el control final sobre los productos, incluso si estos fueron desarrollados con fondos públicos. Ilustración MidJourney

A pesar de las dificultades, la lucha contra la tuberculosis continúa. La Fundación Gates, junto con Wellcome Trust, ha prometido financiación para un ensayo de fase 3 de la vacuna contra la tuberculosis, aunque GSK mantiene los derechos de venta en países más ricos y el control sobre el adyuvante. Este ensayo, programado para comenzar en 2024, es un rayo de esperanza, pero también un recordatorio de los desafíos que persisten en el campo de la salud pública global.

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Un asunto de pobreza

La historia de la vacuna contra la tuberculosis ilustra una dura realidad: en un mundo donde la innovación médica se encuentra con frecuencia en manos de corporaciones con fines de lucro, las enfermedades que afectan a los más vulnerables pueden quedar relegadas. La tuberculosis, una enfermedad que sigue cobrando millones de vidas, merece una solución que vaya más allá de la rentabilidad. Es imperativo crear un sistema que equilibre la innovación y la rentabilidad con la urgencia y la necesidad humanitaria, para que la salud pública no sea una cuestión de beneficios, sino de bienestar global.

En conclusión, el caso de la vacuna contra la tuberculosis es un recordatorio sombrío de cómo, en el intrincado tejido de la salud pública global, las decisiones económicas pueden tener un peso devastador, eclipsando las necesidades de millones en la batalla contra una de las enfermedades más antiguas y mortíferas de la humanidad.

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