Donald Trump, el expresidente que se niega a desaparecer del escenario político estadounidense, plantea un desafío inédito para el sistema democrático de su país. Después de perder las elecciones presidenciales de 2020, en un hecho sin precedentes, el ahora nuevamente candidato intentó deslegitimar los resultados, promoviendo teorías de conspiración sobre un fraude electoral masivo y alentando una insurrección violenta en el Capitolio el 6 de enero de 2021. Este evento marcó un antes y un después en la historia política reciente de los Estados Unidos, sugiriendo que la democracia estadounidense, tal como la conocemos, está en peligro. Con el neoyorquino intentando regresar a la Casa Blanca, sus promesas de represalias políticas y deportaciones masivas ponen en jaque la estabilidad democrática del país. Trump y el fin de la democracia estadounidense, podrían ser una sinonimia. Esto no es solo una crisis electoral: es el preludio de lo que muchos temen sea el fin del experimento de gobernanza tal como se ha entendido en Estados Unidos.
Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, reconocidos profesores de gobierno en Harvard y autores del ensayo “La tiranía de la minoría”, publicado en The New York Times, analizan el riesgo que representa Donald Trump para la democracia estadounidense. Estos dos expertos en la crisis democrática y el autoritarismo advierten que el autogobierno democrático enfrenta una paradoja: cualquier partido o candidato debería poder competir por el poder, pero ¿qué sucede cuando uno de esos candidatos intenta desmantelar las reglas del sistema desde dentro? Levitsky y Ziblatt destacan que Trump no solo ha expresado su desprecio por los principios democráticos, sino que ha manifestado abiertamente sus intenciones de atacar a sus rivales políticos y utilizar el poder presidencial para consolidar un régimen autoritario. Según ellos, estamos ante el fin de la democracia estadounidense, si Trump y sus seguidores logran prevalecer.
Trump y el fin de la democracia estadounidense
El caso de Trump y el fin de la democracia estadounidense plantea una cuestión crítica: ¿cómo un sistema diseñado para ser inclusivo y abierto puede sobrevivir cuando un actor dentro de ese sistema se comporta como un autoritario? Para muchos, el fracaso del Colegio Electoral en 2016, que permitió a Trump llegar al poder a pesar de perder el voto popular, fue el primer signo de debilidad institucional. Sin embargo, fue después de las elecciones de 2020, cuando Trump se negó a aceptar su derrota, que el sistema democrático mostró su fragilidad de manera alarmante. Lo que comenzó como un simple discurso de rechazo a los resultados electorales terminó en una turba de seguidores que intentaron detener la certificación de esos resultados a la fuerza, lo cual fue un claro atentado contra las instituciones que sustentan la democracia estadounidense.
En medio de este contexto, los expertos coinciden en que el retorno de Trump al poder sería catastrófico para la democracia. Levitsky y Ziblatt explican que el laissez-faire político, la idea de que todas las opiniones deben competir libremente en el mercado de ideas, ha demostrado ser ineficaz para contener a líderes extremistas como Trump. Estados Unidos ha confiado durante mucho tiempo en la competencia electoral como su principal defensa contra el autoritarismo, pero el caso de Trump y el fin de la democracia estadounidense sugiere que esta estrategia ya no es suficiente. El ascenso de líderes como Hugo Chávez en Venezuela y Viktor Orban en Hungría muestra que las democracias pueden ser desmanteladas desde dentro, utilizando precisamente las herramientas que se supone deben protegerlas.
El Congreso debe reaccionar
Ante la inminente amenaza, algunas democracias han optado por un enfoque más enérgico, conocido como democracia militante o defensiva. Levitsky y Ziblatt señalan que este enfoque empodera a las autoridades para ejercer el imperio de la ley contra fuerzas antidemocráticas, tal como lo hizo Alemania después de la Segunda Guerra Mundial para evitar el resurgimiento del nazismo. Sin embargo, en Estados Unidos, la Sección III de la Enmienda 14, que prohíbe a funcionarios que hayan participado en insurrecciones ocupar cargos públicos, no ha sido aplicada para descalificar a Trump de las próximas elecciones. La Corte Suprema decidió que, sin una legislación del Congreso, esta herramienta no puede ser utilizada, lo que deja a la democracia estadounidense desprotegida frente a la amenaza de un regreso del residente de Mar-a-Lago. De allí que muchos se pregunten: ¿Trump y el fin de la democracia estadounidense son eventos indetenibles?
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A pesar de las claras advertencias de figuras políticas y militares de alto rango, como el general retirado John Kelly y el general Mark Milley, quienes han calificado a Trump como un «fascista hasta la médula», el Partido Republicano no ha mostrado signos de distanciarse} de su figura. La falta de contención dentro del propio partido ha permitido que Trump siga siendo la principal fuerza política entre los republicanos. Si en 2020 los líderes republicanos hubieran votado a favor de su inhabilitación tras el impeachment por la insurrección del 6 de enero, Trump no estaría hoy en la contienda presidencial. Pero la realidad es que no lo hicieron, y hoy, incluso aquellos que han sido críticos con Trump en el pasado, como Mitch McConnell y Nikki Haley, lo respaldan.
El encantador de serpientes
La movilización social y el papel de la sociedad civil son otras estrategias que podrían servir para defender la democracia. En países como Brasil y Alemania, la sociedad civil ha jugado un papel crucial en la defensa de las instituciones democráticas cuando estas han sido atacadas. Sin embargo, en Estados Unidos, la respuesta cívica a la amenaza de Trump ha sido tibia. Aunque muchas empresas estadounidenses condenaron inicialmente la insurrección del 6 de enero, pronto retomaron sus relaciones con legisladores que apoyaron la descertificación de las elecciones. La indiferencia de los líderes empresariales y religiosos, muchos de los cuales han preferido mantenerse neutrales o apoyar a Trump, agrava la sensación de que las defensas tradicionales de la democracia están colapsando.
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El caso de Trump y el fin de la democracia estadounidense resalta un problema de fondo: el debilitamiento de las instituciones y la incapacidad de los principales actores de la sociedad para poner freno a la amenaza autoritaria. Estados Unidos se encuentra en una encrucijada histórica, y lo que está en juego no es solo una elección presidencial, sino la supervivencia del sistema democrático que ha sido modelo para el mundo. La indiferencia, la inacción o la complicidad pueden ser fatales para la democracia estadounidense. El tiempo corre, y si no se toman acciones contundentes, el país podría estar encaminándose hacia un punto de no retorno.