El último papa León XVI fue autor de la encíclica pro-obrero de 1891 «Rerum Novarum»

El papa León no es un nombre elegido al azar. A lo largo de la historia de la Iglesia católica, los pontífices que han llevado este nombre lo han hecho en momentos de transición, de combate doctrinal o de agitación social. Pero fue el pontífice León XIII quien marcó un antes y un después en la doctrina social de la Iglesia al promulgar, en 1891, la encíclica Rerum Novarum, en la que se abordaron por primera vez, de manera sistemática, los derechos de los trabajadores frente a los excesos del capitalismo industrial. Ciento treinta y tres años después, la elección de este mismo nombre por parte del nuevo papa estadounidense Robert Francis Prevost no solo evoca esa herencia sino que la reactualiza. Con el nombre de León XIV, este Santo Padre establece un puente simbólico entre la lucha obrera del siglo XIX y los desafíos sociales contemporáneos, reafirmando una opción preferencial por los pobres desde el primer día de su papado.

El análisis que da forma a esta afirmación proviene de una pluma ampliamente respetada en los círculos periodísticos y académicos de Estados Unidos: E.J. Dionne Jr., columnista del Washington Post, profesor en Georgetown y Harvard, y experto en política y pensamiento católico. En su editorial titulado: “Con Leo, no hay vuelta atrás con Francisco”, Dionne expone con claridad cómo la elección del nombre y la trayectoria del nuevo papa indican un compromiso irrevocable con la senda marcada por Francisco. No se trata simplemente de un relevo generacional, sino de una continuidad ideológica. Dionne, cuya experiencia cubriendo el Vaticano fue calificada por el Los Angeles Times como la mejor en dos décadas, ofrece un retrato del nuevo papa que mezcla el análisis político con la comprensión teológica, destacando la elección de nombre como un acto de profundo simbolismo doctrinal.

El asunto de llamarse papa León

El papa León no solo remite al reformismo social de León XIII, sino que se coloca a sí mismo dentro de una línea de pontífices que han entendido el Evangelio como una herramienta para transformar el mundo material. La encíclica Rerum Novarum fue pionera en afirmar que los trabajadores tienen derecho a un salario justo, a formar sindicatos y a condiciones de trabajo dignas. Fue una respuesta valiente a las consecuencias inhumanas del liberalismo económico de la época. Ahora, en pleno siglo XXI, otro papa León se enfrenta a un mundo fracturado por la desigualdad, el cambio climático y la xenofobia. Y lo hace desde una biografía marcada por la periferia: dos décadas en el Perú profundo y una gestión pastoral que priorizó el diálogo con las comunidades marginadas.

Fue el pontífice León XIII quien marcó un antes y un después en la doctrina social de la Iglesia al promulgar, en 1891, la encíclica Rerum Novarum, en la que se abordaron por primera vez, de manera sistemática, los derechos de los trabajadores frente a los excesos del capitalismo industrial. Ilustración MidJourney

El simbolismo cobra mayor fuerza si se atiende al contexto político en el que emerge este nuevo pontífice. El papa León fue elegido en un cónclave que se interpretó como un referéndum sobre el legado de Francisco. Su nombre, León XIV, fue percibido por muchos —incluso por el expresidente de la Cámara de Representantes Nancy Pelosi— como una confirmación del compromiso de la Iglesia con la justicia social, el diálogo interreligioso y la opción sinodal. Es decir, una Iglesia que escucha, que consulta a sus fieles, que no teme exponerse al debate público. Su primer discurso como pontífice incluyó tres referencias explícitas a la necesidad de construir puentes, una metáfora que ya se ha convertido en la impronta de su naciente papado.

Un Sumo Sacerdote con habilidades

En su columna, Dionne destaca la capacidad del papa León para moverse entre las exigencias del clero tradicionalista y la expectativa reformista de los católicos progresistas. Este equilibrio ha sido, hasta ahora, su principal virtud política. La rapidez con la que fue elegido refleja un consenso tácito entre los cardenales más moderados: se necesitaba una figura de continuidad, pero con capacidad de moderación. Y el papa León parece haber entendido ese rol con claridad. Su apariencia sobria, su formación agustiniana y su experiencia como misionero en América Latina refuerzan su perfil como un pastor con visión universal y sensibilidad por las injusticias estructurales del sur global.

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Sin embargo, el papa León no será una simple copia de su antecesor. A diferencia de Francisco, que solía hacer declaraciones espontáneas o conceder entrevistas sin filtros, el nuevo pontífice se perfila como un líder más prudente, acaso más institucional, pero no menos comprometido. En uno de sus tuits más virales antes del cónclave, criticó directamente al vicepresidente estadounidense JD Vance, quien había sostenido que el amor debía priorizarse hacia la comunidad nacional. “JD Vance se equivoca”, escribió entonces el ahora papa León. “Jesús no nos pide que prioricemos nuestro amor por los demás”. Una frase que, además de representar su interpretación del cristianismo, marca una línea clara frente a la retórica nacionalista de ciertos sectores conservadores en Estados Unidos.

Una autoridad moral singular

La doble ciudadanía del papa León —estadounidense y peruana— no solo refuerza su conexión con el catolicismo global, sino que le concede una autoridad moral singular frente a los debates políticos en su país de origen. Aunque algunos sectores conservadores han querido minimizar su influencia alegando antiguos vínculos con las primarias republicanas de Illinois, lo cierto es que su perfil se distancia nítidamente de la agenda política de figuras como Donald Trump. Su papado, en este sentido, podría convertirse en una voz potente para contrarrestar las tendencias xenófobas y excluyentes que han ganado terreno en la política estadounidense en los últimos años.

Es precisamente en este punto donde se revela la ironía histórica. El papa León XIII, a pesar de su postura progresista en temas laborales, criticó duramente el “americanismo”, una tendencia que veía con preocupación por su énfasis excesivo en la autonomía individual, la democracia y la modernidad. Lo que en su momento fue visto como una herejía, terminó siendo absorbido y reinterpretado en el Concilio Vaticano II, que adoptó muchas de esas ideas como parte esencial del nuevo rostro de la Iglesia. Hoy, el papa León parece cerrar ese ciclo histórico. Como señala Dionne, su elección representa la posible resolución definitiva de la controversia sobre el americanismo: una Iglesia que ya no teme a la influencia democrática, sino que la incorpora en su estructura sinodal.

Ciento treinta y tres años después, la elección de este mismo nombre por parte del nuevo papa estadounidense Robert Francis Prevost no solo evoca esa herencia sino que la reactualiza. Con el nombre de León XIV, este Santo Padre establece un puente simbólico entre la lucha obrera del siglo XIX y los desafíos sociales contemporáneos. Ilustración MidJourney.

El Evangelio no puede ser neutral

El papa León es, por tanto, un símbolo. No solo de continuidad con Francisco, sino de una Iglesia que ha aprendido de sus propias contradicciones. La elección de su nombre, que remite a uno de los momentos más revolucionarios del catolicismo social, es un mensaje inequívoco: el Evangelio no puede ser neutral frente a la injusticia. Al igual que León XIII denunció los abusos del capital industrial, León XIV podría convertirse en la conciencia global frente a las nuevas formas de opresión: la explotación digital, la migración forzada, el deterioro ambiental y la exclusión estructural de millones.

Las palabras del nuevo papa durante su primera aparición pública fueron medidas, pero firmes. Habló de puentes, de escucha, de reforma. Y aunque evitó referencias específicas a los temas más polémicos —como los derechos LGBTQ+ o el rol de la mujer en la Iglesia—, su respaldo al proceso sinodal sugiere que no se opondrá a los pequeños avances logrados bajo Francisco. Sus aliados más cercanos lo describen como un hombre de convicciones inquebrantables, pero de estilo pastoral, no combativo. No es un revolucionario en el sentido estridente, sino en el sentido evangélico: cree en el poder transformador del servicio, de la misericordia, del testimonio silencioso.

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El papa León ha iniciado su pontificado como una figura de esperanza para los católicos que creen en una fe comprometida con los últimos. Su nombre es su programa. En tiempos de confusión global, crisis migratorias y guerras culturales, vuelve a sonar con fuerza el eco de Rerum Novarum. Y en ese eco, un mensaje que no envejece: “Es justo que se aspire a una condición de vida más digna; es necesario que el poder público proteja a los más débiles”. El papa León, al retomar este legado, no solo honra a su predecesor del siglo XIX, sino que afirma que, en la Iglesia del siglo XXI, la justicia social sigue siendo un mandato evangélico.

 

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