«Mejores decisiones por el bien común» debería ser la premisa que guíe las acciones de los países en vías de desarrollo, según David Echeverry, profesor Asistente de Finanzas de la Universidad de Navarra. Para Echeverry, el desarrollo económico no debe medirse únicamente por los estándares de vida o los niveles de consumo, sino por la capacidad de las comunidades para tomar decisiones que promuevan el bienestar humano de todos sus integrantes. Este enfoque pone de relieve la importancia de empoderar a las comunidades y a los individuos, fortaleciendo su capacidad para decidir por sí mismos el camino hacia el desarrollo.
El desafío para los países pobres es enorme. Según datos del Banco Mundial, más de 700 millones de personas viven aún con menos de 1,90 dólares al día, el umbral internacional de la pobreza. Además, la desigualdad sigue siendo un problema persistente en muchas regiones del mundo. En este contexto, la ayuda internacional puede desempeñar un papel crucial. Sin embargo, Echeverry advierte sobre los peligros de una ayuda mal enfocada, que no tenga en cuenta las particularidades culturales y sociales de las comunidades a las que se dirige.
Mejores decisiones por el bien común
La historia está repleta de ejemplos de intervenciones bien intencionadas que no han logrado sus objetivos, o incluso han empeorado la situación. Un estudio de la Universidad de Oxford señala que, en muchos casos, la ayuda internacional ha tendido a crear dependencia, en lugar de promover el desarrollo sostenible. Esto se debe, en parte, a una falta de comprensión de las dinámicas locales y a una tendencia a imponer soluciones externas sin una participación activa de las comunidades beneficiarias.
Tambièn puedes leer: Bogotá facturará a Quito importante número de megavatios hora desde ya
Elinor Ostrom, la primera mujer en ganar el Premio Nobel de Economía, demostró con su trabajo sobre la gobernanza de los bienes comunes que las comunidades son perfectamente capaces de gestionar sus recursos de manera sostenible, siempre y cuando se les dé la oportunidad de participar activamente en las decisiones que les afectan. Son ellos y no extraños los que deben tomar las mejores decisiones por el bien común. Ostrom puso de manifiesto la importancia de adaptar las intervenciones a las normas culturales y sociales de cada comunidad, en lugar de intentar imponer un modelo único.
La visión tecnocrática
Por su parte, el economista William Easterly critica la visión tecnocrática de la ayuda al desarrollo, que concibe los problemas como algo a lo que se puede encontrar una solución técnica y científica. Según Easterly, esta aproximación ignora la complejidad de las sociedades humanas y tiende a subestimar la importancia de factores como la cultura, la historia o las instituciones. En lugar de ello, aboga por un enfoque más participativo, que involucre a las comunidades en la toma de decisiones y tenga en cuenta sus conocimientos y experiencias.
La economía experimental ha surgido como una herramienta valiosa para entender mejor cómo las personas toman decisiones en situaciones de conflicto entre el interés individual y el colectivo. A través de experimentos controlados, los investigadores pueden observar el comportamiento de los individuos y analizar los factores que influyen en sus decisiones. Estos estudios han demostrado que, en muchas ocasiones, las personas están dispuestas a cooperar y a tomar mejores decisiones por el bien común que benefician al grupo, incluso cuando ello implica un costo personal.
Desarrollo en los países pobres
El camino hacia el desarrollo en los países pobres pasa por fortalecer las capacidades de las comunidades y los individuos para tomar sus propias decisiones. La ayuda internacional puede desempeñar un papel crucial en este proceso, siempre y cuando se enfoque en empoderar a las personas, en lugar de imponer soluciones externas. Como señala David Echeverry, «la clave está en tomar las mejores decisiones por el bien común«.
Tambièn puedes leer: Mark R. Reiff cree que la prensa y los estadounidenses permiten la violencia de Trump
Es imperativo también reflexionar sobre el legado pernicioso del colonialismo, que ha dejado una huella indeleble en muchos países hoy clasificados como en desarrollo. Durante siglos, las potencias coloniales explotaron los recursos naturales y humanos de estas naciones, instaurando sistemas económicos y políticos diseñados para beneficiar a la metrópoli en detrimento de las colonias.
Esta explotación sistemática resultó en una desigualdad estructural y un subdesarrollo que aún persisten. Las secuelas del colonialismo han dificultado enormemente la tarea de estos países para construir sociedades más justas y prósperas, destacando la importancia de que sean las propias comunidades afectadas las que lideren el camino hacia la recuperación y el desarrollo sostenible.