Benjamín Netanyahu debería aceptar “el pacto de empate” con Irán y no atizar una guerra

El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, se encuentra ante una encrucijada histórica con Irán. Las tensiones entre ambos países han alcanzado un punto crítico, y la decisión de intensificar un conflicto o aceptar lo que podría interpretarse como un “pacto de empate” tiene implicaciones globales. En un contexto donde el principal objetivo debería ser la estabilidad en la región, “no atizar una guerra” parece ser la única estrategia razonable para evitar consecuencias devastadoras para el Oriente Próximo. La postura de Netanyahu de buscar un enfrentamiento directo con Teherán podría interpretarse como un intento de reconfigurar el equilibrio de poder en la región. Sin embargo, cualquier movimiento en esa dirección podría arrastrar a toda la región a un conflicto sin retorno.

Ángeles Espinosa, analista experta en el mundo árabe e islámico y ex corresponsal en Dubái, Teherán, Bagdad, El Cairo y Beirut, ha advertido sobre los peligros de este enfoque en su reciente análisis titulado “Netanyahu busca un duelo directo con Irán”, publicado en el periódico EL PAÍS. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Relaciones Internacionales por la prestigiosa SAIS de Washington DC, Espinosa ha sido testigo de múltiples enfrentamientos en Oriente Próximo, y su experiencia le otorga un entendimiento único de la dinámica entre Israel e Irán. Su análisis parte de la reciente eliminación de Hasan Nasralá, el líder de Hezbolá, quien fue una pieza clave en la estructura de disuasión proiraní en la región. Espinosa sostiene que la situación actual no es un juego de señales como en enfrentamientos previos, sino un punto de inflexión que podría definir el futuro de Oriente Próximo.

Se recomienda no atizar una guerra

La actitud de Netanyahu, lejos de ser interpretada como una simple respuesta a las provocaciones de Teherán, parece un intento calculado de forzar a la República Islámica a entrar en un conflicto directo. Pero, ¿es esta una jugada estratégica o una acción temeraria? La eliminación de Nasralá y la reacción iraní de lanzar misiles, que fueron interceptados por el sistema antimisiles israelí con la ayuda de Estados Unidos, ha encendido las alarmas en Washington. La administración estadounidense ha dejado claro que no apoya un ataque que se traduzca en una escalada militar directa, algo que Netanyahu parece decidido a ignorar. De ahí la necesidad de “no atizar una guerra” que podría tener repercusiones incalculables en la estabilidad global.

La postura de Netanyahu de buscar un enfrentamiento directo con Teherán podría interpretarse como un intento de reconfigurar el equilibrio de poder en la región. Sin embargo, cualquier movimiento en esa dirección podría arrastrar a toda la región a un conflicto sin retorno. Ilustración MidJourney

Jameneí, el líder supremo iraní, ha mostrado hasta ahora una sorprendente contención. Tras la muerte de Nasralá, su mensaje fue claro: responde para no parecer débil, pero sin caer en el juego israelí. Consciente de que un conflicto directo con Israel podría desestabilizar el régimen, Jameneí parece inclinarse hacia una postura de “pacto de empate”, donde ambas partes reconocen los límites de su agresión mutua y evitan una guerra abierta. El problema radica en que este “pacto de empate” depende de que ambos actores acepten la realidad de un estancamiento estratégico. Netanyahu, al seguir presionando y amenazando con nuevas represalias, está erosionando cualquier posibilidad de que esta solución se mantenga viable, aumentando el riesgo de que se dispare un conflicto de consecuencias impredecibles.

Los demonios en Tel Aviv

Por otro lado, la posición interna de Netanyahu es complicada. Enfrentado a una fuerte oposición política y social dentro de Israel, el primer ministro ha buscado proyectar una imagen de fuerza y ​​determinación frente a sus rivales. Sin embargo, “no atizar una guerra” no necesariamente se traduce en debilidad. Al contrario, la contención y la diplomacia pueden ser señales de un liderazgo inteligente, capaz de proteger los intereses nacionales sin sacrificar la paz y la seguridad de la región. La eliminación de Nasralá y el asesinato del jefe político de Hamás, Ismail Haniya, en el corazón de Teherán, podrían interpretarse como victorias tácticas, pero su impacto estratégico es limitado si lo que se busca es disuadir a Teherán de continuar su apoyo a milicias antiisraelíes.

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El dilema de Netanyahu se vuelve aún más complejo si consideramos el entorno geopolítico actual. Irán, debilitado por las sanciones económicas y la reciente elección del moderado Masud Pezeshkian como presidente, ha mostrado señales de querer reabrir el diálogo con Occidente. Un ataque israelí que busque destruir instalaciones nucleares o dañar infraestructura crítica, como las refinerías de petróleo, no solo daría a los elementos más radicales del régimen un motivo para unificar fuerzas, sino que también socavaría cualquier posibilidad de un acuerdo diplomático. Espinosa destaca que la retórica de “Muerte a Israel, muerte a Estados Unidos es, en gran medida, un engaño para el consumo interno. Si Netanyahu responde con acciones militares, corre el riesgo de transformar ese discurso en una política de confrontación directa y total.

Larga guerra a las sombras

Desde principios de siglo, Israel e Irán han mantenido un conflicto en la sombra, donde la guerra abierta ha sido evitada a través de una combinación de ataques selectivos y operaciones encubiertas. Sin embargo, la situación actual es distinta. El asesinato de Nasralá ha removido una pieza clave en el tablero de disuasión iraní, y la eliminación de Haniya ha generado un vacío de liderazgo en Hamás que no será fácil de llenar. Al provocar a Irán en este momento de vulnerabilidad, Netanyahu podría estar cruzando una línea peligrosa. El riesgo de una espiral de violencia que se extiende a toda la región es real, y el hecho de “no atizar una guerra” se vuelve crucial para preservar la relativa estabilidad alcanzada tras el acuerdo nuclear de 2015.

Al provocar a Irán en este momento de vulnerabilidad, Netanyahu podría estar cruzando una línea peligrosa. El riesgo de una espiral de violencia que se extiende a toda la región es real, y el hecho de “no atizar una guerra” se vuelve crucial para preservar la relativa estabilidad alcanzada tras el acuerdo nuclear de 2015. Ilustración MidJourney.

Pero, ¿cómo lograr que ambos actores acepten un “pacto de empate”? La clave radica en que ni Irán ni Israel ven comprometidos su posición estratégica en la región. Para Teherán, mantener una presencia fuerte en Líbano y Siria es esencial para contrarrestar la influencia de Estados Unidos e Israel. Para Netanyahu, mostrar que puede contener a Irán sin arrastrar a su país a una guerra total es una cuestión de supervivencia política. Aceptar este “pacto de empate” implicaría un reconocimiento implícito de que ni Israel ni Irán pueden destruirse mutuamente sin provocar un caos que afecte a todos. Sin embargo, la falta de voluntad de ambas partes para ceder terreno hace que esta solución parezca, por ahora, improbable.

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Cualquiera puede ser derrotado

Espinosa concluye su análisis señalando que el verdadero riesgo no está en los enfrentamientos puntuales, sino en la posibilidad de que uno de los actores sobrestime su capacidad de vencer al otro. En esta trampa de la percepción, un solo error de cálculo podría desatar una guerra que nadie desea. Por ello, “no atizar una guerra” debe ser la prioridad. Netanyahu tiene la oportunidad de mostrarse como un líder fuerte que sabe cuándo detenerse, o como un político acorralado dispuesto a arriesgarlo todo. En este delicado equilibrio, aceptar el “pacto de empate” con Irán podría ser la mejor opción para asegurar la estabilidad de su nación y de toda la región.

El primer ministro israelí se enfrenta a una decisión difícil: seguir el camino de la guerra o buscar una salida diplomática que asegure un equilibrio inestable, pero duradero. La historia juzgará si fue capaz de elegir sabiamente.

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