Inmigrantes agrícolas de la UE realizan los trabajos más duros, peligrosos o peor pagados

En la vasta extensión de los campos de la Unión Europea, una silueta persistente y muchas veces invisible sostiene el espinazo de la industria agrícola: los inmigrantes agrícolas de la UE. Juan Castillo Rojas-Marcos y Yoan Molinero Gerbeau, investigadores de la Universidad Pontificia Comillas, junto con Carlos Ruiz Ramírez de Oxfam Intermón, han iluminado recientemente esta realidad en un artículo titulado “Explotación sistemática: el trabajo migrante enriquece y avergüenza a la agroindustria europea”, publicado en The Conversation. 

A lo largo de Europa occidental, un fenómeno se ha vuelto cada vez más común: los empleos en la agricultura son ocupados crecientemente por migrantes. Aunque las condiciones varíen por país, algunos problemas son universales, como los salarios bajos, la infravivienda y el hacinamiento. Estos inmigrantes agrícolas de la UE suelen ocupar las tareas más duras, peligrosas y peor pagadas, rechazadas por la población local. 

Inmigrantes agrícolas de la UE 

¿Por qué aceptan estos trabajos? Las investigaciones revelan distintas motivaciones. A pesar de ser bajos, los salarios son significativos en comparación con los de sus países de origen. Además, la informalidad abunda en la agricultura, ofreciendo una puerta de entrada para migrantes sin permiso de trabajo. Sin embargo, enfrentan desventajas estructurales como el aislamiento y desconocimiento de las leyes locales, lo que les dificulta exigir mejoras. 

Inmigrantes agrícolas de la UE
La agricultura, un pilar esencial de cualquier economía y en el viejo continente apalancada con los inmigrantes agrícolas de la UE, se convierte así en un campo de explotación, donde los migrantes son fundamentales para mantener la producción. Ilustración MidJourney

La agricultura, un pilar esencial de cualquier economía y en el viejo continente apalancada con los inmigrantes agrícolas de la UE, se convierte así en un campo de explotación, donde los migrantes son fundamentales para mantener la producción. La Unión Europea, desde sus inicios, ha priorizado la autosuficiencia alimentaria, implementando políticas como la Política Agraria Común desde 1962. Sin embargo, este modelo productivo se ha basado en la explotación laboral. 

Las grandes empresas se aprovechan 

Según Eurostat, aunque la mayoría de las empresas agrícolas en la UE son familiares, estas ocupan solo un pequeño porcentaje del área cultivada, mientras que el resto está en manos de grandes empresas. Este fenómeno se ejemplifica en la concentración de producción en España e Italia, responsables del 45% de las frutas y hortalizas frescas de la UE. 

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La mano de obra migrante es esencial en este modelo, caracterizado por el «modelo californiano» de agricultura industrial. La desruralización y el envejecimiento poblacional han llevado a una dependencia de estos trabajadores, quienes provienen principalmente de la periferia global. En España, por ejemplo, el caso de Huelva ha desatado escándalos por explotación laboral y sexual de trabajadoras marroquíes. 

Inmigrantes agrícolas de la UE
La sociedad y los gobiernos deben responsabilizarse de mejorar estas condiciones, garantizando derechos humanos fundamentales y una vida digna para estos trabajadores invisibles pero indispensables. Ilustración MidJourney

Este problema no es exclusivo de una región; situaciones similares se encuentran en toda Europa. Los inmigrantes agrícolas de la UE son abusados. Desde su explotación por su estatus de irregulares en Italia hasta los trabajadores tailandeses endeudados en Suecia, la industria agroalimentaria europea se ha sostenido sobre la explotación de una mano de obra esencial pero vulnerada. 

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Trabajadores indispensables 

Los inmigrantes agrícolas de la UE enfrentan a diario retos monumentales, desde condiciones laborales precarias hasta vulneraciones de sus derechos más básicos. La sociedad y los gobiernos deben responsabilizarse de mejorar estas condiciones, garantizando derechos humanos fundamentales y una vida digna para estos trabajadores invisibles pero indispensables. Ellos son la fuerza que alimenta a Europa, y es hora de reconocer y recompensar su contribución esencial. 

En última instancia, la situación de los inmigrantes agrícolas no solo cuestiona la sostenibilidad de la agroindustria, sino también la ética y humanidad de nuestras prácticas económicas. Este es un llamado a la acción para garantizar que la prosperidad no se construya a expensas de la dignidad humana. 

 

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