Turismo internacional está molesto por la hipocresía y hostilidad de los Estados Unidos

Una ola creciente de descontento recorre las agencias de viaje y foros internacionales: el turismo internacional está desagradado por la hipocresía y hostilidad de los Estados Unidos. Mientras la industria del turismo estadounidense intenta recuperarse del embate económico pospandemia, las señales políticas y diplomáticas que emite el país parecen más empeñadas en espantar que en seducir a los visitantes del mundo. Las declaraciones recientes de viajeros que cancelan sus viajes por miedo a ser maltratados, detenidos o simplemente rechazados en la frontera dibujan un panorama sombrío para uno de los pilares económicos más importantes del país. El relato de este desencanto no solo se alimenta de percepciones aisladas; se sustenta en decisiones oficiales que profundizan una imagen de arrogancia institucional que no se compadece con la tradicional hospitalidad que alguna vez se quiso vender al mundo.

Ceylan Yeğinsu, reportera de viajes de The New York Times, cubre noticias y tendencias turísticas con enfoque especial en Europa y en la industria de cruceros. En su reciente artículo titulado: “Se avecina una ‘caída de Trump’ mientras los visitantes extranjeros reconsideran sus viajes a EE.UU.”, Yeğinsu expone con claridad cómo el clima sociopolítico y las políticas migratorias estadounidenses han provocado una disminución notable en la intención de viaje hacia el país. Su investigación recoge testimonios de viajeros frecuentes, ejecutivos de aerolíneas, agencias de viajes y expertos en economía turística, que confirman un fenómeno que podría traducirse en una pérdida de hasta 18.000 millones de dólares por el boicot silencioso —pero poderoso— de visitantes extranjeros.

Hipocresía y hostilidad de los Estados Unidos

La narrativa de Yeğinsu se alinea con las quejas de Múltiples turistas internacionales, quienes aseguran que las nuevas medidas migratorias, las redadas arbitrarias y las actitudes hostiles de los funcionarios fronterizos están provocando un quiebre emocional que no se arregla con campañas de marketing o descuentos promocionales. Lo que muchos observan con asombro es la contradicción entre el discurso de apertura y libertad que históricamente ha proclamado Estados Unidos y las prácticas actuales que reflejan, para gran parte del mundo, una clara hipocresía y hostilidad de los Estados Unidos. Estas prácticas, que van desde la revisión invasiva de dispositivos móviles hasta el rechazo de entrada por posturas políticas, se han convertido al país en un destino cada vez más temido.

Las declaraciones recientes de viajeros que cancelan sus viajes por miedo a ser maltratados, detenidos o simplemente rechazados en la frontera dibujan un panorama sombrío para uno de los pilares económicos más importantes del país. Ilustración MidJourney

Uno de los testimonios más ilustrativos es el de Mallory Henderson, consultora británica que solía visitar Boston dos veces al año para ver a su familia. Esta vez, decidió no ir. Su razonamiento es compartido por muchos: “Hay muchos otros lugares acogedores y agradables donde puedo ir para reunirme con mi familia”, dijo. Lo que era una rutina ahora se ha convertido en una amenaza emocional. El caso de Henderson no está aislado. Eric Dresin, secretario general de las Asociaciones Europeas de Agentes de Viajes, alertó sobre un aumento en las cancelaciones de itinerarios hacia Estados Unidos y anticipó tiempos turbulentos si las restricciones y discursos ofensivos continúan. El desagrado no solo es personal, sino colectivo y acumulativo, apuntalado por la percepción de una hipocresía y hostilidad de los Estados Unidos que parece institucionalizada.

Los hospitalarios ya lo saben

En paralelo, la industria turística estadounidense intenta contener la hemorragia. Visit California, por ejemplo, revisó sus proyecciones a la baja. También lo hizo la Asociación de Viajes de Estados Unidos, que no espera una recuperación del gasto de visitantes internacionales antes de 2026. Mientras tanto, las aerolíneas estadounidenses reducen sus rutas, especialmente hacia Canadá, una de sus mercados más leales, debido a una caída del 24 % en el cruce fronterizo. Delta y American Airlines también han recortado sus previsiones financieras. El director de United Airlines, Scott Kirby, admitió que la “fuerte caída del tráfico canadiense” obligó a reducir frecuencias. El impacto económico de la desafección turística ya no es una amenaza lejana: es un hecho.

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Pero más allá de las cifras, lo que emerge con fuerza es una narrativa emocional. Las historias de turistas detenidos en aeropuertos o rechazados por comentarios en redes sociales sobre el gobierno estadounidense siembran miedo. Un científico francés vio truncada su entrada por tener en su móvil opiniones críticas sobre la administración Trump. Otro turista fue interrogado durante horas por tener sellos de países considerados “poco amistosos”. La hipocresía y hostilidad de los Estados Unidos se ha vuelto una sensación palpable para quienes alguna vez vieron al país como un símbolo de pluralismo y tolerancia.

“El país ya no es confiable como destino de libre tránsito”

El efecto dominó ha llegado hasta las políticas diplomáticas de otras naciones. Alemania, Canadá y el Reino Unido han actualizado sus alertas de viaje hacia Estados Unidos, advirtiendo que la exención de visa no garantiza la entrada. Estas recomendaciones, que antes se reservaban para zonas en conflicto o con regímenes autoritarios, colocando a Estados Unidos en una categoría inédita de “riesgo administrativo”, donde el trato a los visitantes puede variar según criterios caprichosos. El mensaje implícito: el país ya no es confiable como destino de libre tránsito.

Las consecuencias también golpean directamente a pequeños empresarios turísticos. Luke Miller, dueño de Real New York Tours, expresó que su negocio “se está viendo diezmado” tras la cancelación de decenas de excursiones programadas. Sin reservas europeas para el verano y con una disminución drástica en su segundo mercado más importante —Canadá—, Miller afirma que, de no revertirse la situación, tendrá que despedir personal. Este drama empresarial se repite en múltiples estados donde el turismo representa una fuente de empleo clave. El enfriamiento de la economía turística no solo afecta a hoteles y aerolíneas; también destruye empleos de guías, transportistas, comerciantes y pequeños restaurantes.

El relato de este desencanto no solo se alimenta de percepciones aisladas; se sustenta en decisiones oficiales que profundizan una imagen de arrogancia institucional que no se compadece con la tradicional hospitalidad que alguna vez se quiso vender al mundo. Ilustración MidJourney.

La hipocresía y hostilidad de los Estados Unidos también se evidencia en el doble rasero con que se aplican las leyes migratorias. Mientras se endurecen los controles para ciudadanos de países aliados como Francia o Alemania, se mantienen canales abiertos para viajeros selectos o aquellos con conexiones diplomáticas. Esta selectividad alimenta la percepción de un sistema de privilegios y discriminaciones que no hace sino socavar la imagen de equidad y justicia que, históricamente, el país se proyecta como parte de su identidad global.

Otros asuntos colaterales

Otro foco de descontento es la cultura del gasto que rodea al turismo en Estados Unidos. La fortaleza del dólar, los altos costos hoteleros, las propinas obligatorias del 20% y la presión comercial han hecho que muchos europeos busquen alternativas más rentables y hospitalarias. Alan Wilson, director de Bon Voyage Travel & Tours, afirmó que sus clientes “prefieren pagar todo por adelantado” y que “el mercado británico detesta la cultura de la propina estadounidense”. Este rechazo, aunque económico en apariencia, también se entrelaza con una postura política: no se quiere contribuir a una economía percibida como opresiva, intolerante y excluyente.

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Incluso los destinos más emblemáticos, como Nueva York o California, han tenido que reajustar sus estrategias de promoción. La presidenta de NYC Tourism+ Conventions, Julie Coker, ha intentado demostrar que es posible disfrutar la ciudad con un presupuesto limitado, destacando distritos fuera de Manhattan. En California, Caroline Beteta, presidenta de Visit California, aseguró que el “vínculo emocional con el Estado Dorado” sigue siendo fuerte, pero los recortes en las previsiones económicas revelan una realidad menos optimista. La hipocresía y hostilidad de los Estados Unidos ha opacado incluso los encantos naturales y culturales de estos destinos.

La paradoja es amarga: Estados Unidos, que alguna vez lideró el imaginario global del viaje como símbolo de libertad y oportunidades, se enfrenta ahora a un éxodo silencioso de turistas. En vez de abrir sus puertas con generosidad, las ha cerrado con desconfianza. El resultado no solo es una caída en los ingresos, sino una pérdida en el capital simbólico que durante décadas lo hizo atractivo. Revertir esta percepción utilizando algo más que eslóganes. Requerirá honestidad, autocrítica y una profunda revisión de las políticas que, en nombre de la seguridad, están fracturando el puente emocional con el mundo.

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