¿Entrelíneas?: En Rositz, Alemania, la mitad de la población descubrió que la otra es fascista

En Rositz, un pequeño pueblo del este de Alemania, la sorpresa y el desconcierto se apoderaron de sus calles cuando más de la mitad de los votantes optaron por el partido ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD). La comunidad, con un pasado industrial vibrante y un presente marcado por la despoblación y el abandono, se encontró dividida. «La gente está descontenta y quiere protestar», comentó el alcalde del pueblo, Steffen Stange, refiriéndose al impacto que ha tenido este inesperado resultado electoral. La frase «fascista» se ha colado en la cotidianidad de Rositz, desatando una especie de redescubrimiento incómodo: casi todos parecen mirar de reojo a sus vecinos, cuestionando sus valores y creencias políticas.

El reportaje original, escrito por Elena G. Sevillano, corresponsal de EL PAÍS en Alemania, titulado “La gente está descontenta y quiere protestar”: en el pueblo del este de Alemania donde arrasaron los ultras”, se adentra en el día a día de un pueblo que, a pesar de su reducido tamaño, se ha convertido en el foco de atención por sus inclinaciones políticas. Sevillano, quien ha seguido de cerca las dinámicas sociales y políticas en Alemania, expone con claridad cómo Rositz se ha transformado en el epicentro de un fenómeno que refleja los profundos problemas de las zonas rurales y despobladas del estado de Turingia. Las entrelíneas derivan de un silogismo que se advierte en una pinta preelectoral sobre un cartel de la ultraderecha: “¡Quien vota a AfD vota fascismo!”. Ahora, con el escrutinio en mano, resulta que un poco más de uno, de cada dos electores, es un vecino aparentemente fascista en Rositz.

Acerca del pueblo fascista

Elena G. Sevillano ha sido testigo de la evolución política de Rositz y sus alrededores. Antes, este pueblo se jactaba de ser el municipio rural más grande de Turingia, con una vida cultural activa que incluía salas de fiesta y un teatro con capacidad para 500 espectadores. Hoy, sin embargo, el declive es evidente: la población ha caído a menos de 3.000 habitantes y los servicios básicos son escasos. No hay médico en el pueblo, y muchas funciones municipales dependen de voluntarios. En este contexto, el ascenso del partido AfD, etiquetado como fascista por varios sectores, ha encontrado un terreno fértil en el descontento generalizado de los habitantes, quienes sienten que el gobierno central los ha olvidado.

Las entrelíneas derivan de un silogismo que se advierte en una pinta preelectoral sobre un cartel de la ultraderecha: “¡Quien vota a AfD vota fascismo!”. Ahora, con el escrutinio en mano, resulta que un poco más de uno, de cada dos electores, es un vecino aparentemente fascista en Rositz. Ilustración MidJourney

Steffen Stange, un alcalde independiente que ha liderado el municipio desde 2006, refleja el sentimiento de muchos residentes al describir cómo la desesperanza y la falta de oportunidades han llevado a su comunidad a buscar alternativas extremas. “Somos un municipio grande de 2.800 habitantes y ya no tenemos médico. La gente tiene que ir a otros sitios a tratarse. Todavía tenemos dos escuelas, pero no hay profesores. El agujero en nuestro presupuesto es enorme; muchos servicios los prestan voluntarios. La gente está descontenta y lo expresa así”, afirma. Para algunos, este descontento ha sido capitalizado por AfD, un partido que en su retórica antiinmigración y de rechazo al «sistema» ha encontrado resonancia en una población que se siente relegada y sin voz.

Las tensiones ya avisaron

La propaganda electoral aún adorna las calles de Rositz. Un cartel de un pequeño partido comunista advierte: “¡Quien vota a AfD vota fascismo!”. Las tensiones palpables en la comunidad se ven alimentadas por este tipo de mensajes que subrayan la polarización política que ha marcado a la población. La palabra «fascista» ha dejado de ser un término abstracto para convertirse en un punto de referencia en la vida cotidiana. Las conversaciones, muchas de ellas marcadas por la prudencia o el miedo a la confrontación, reflejan un sentimiento de división profunda que ha sacudido las bases de la comunidad.

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En este contexto, las actitudes hacia la inmigración y la integración juegan un papel crucial. Aunque Rositz apenas cuenta con una pequeña comunidad de migrantes, principalmente ucranianos y algunos solicitantes de asilo africanos, el temor a la pérdida de la identidad cultural y la preocupación por los cambios sociales son sentimientos latentes. La AfD ha sabido explotar estas inquietudes con eslóganes directos, como el que aún cuelga en varias partes del pueblo: “Verano, sol, remigración”, una alusión a la repatriación forzada de personas de origen extranjero, incluso aquellas con ciudadanía alemana.

Sentimiento anti sistema

El impacto de estos mensajes resuena en las palabras de Daniel Bär, un comerciante local que describe su perspectiva sobre el estado de la comunidad. Aquí no hablamos de eso”, dice señalando a su compañera de trabajo cuando se le pregunta sobre su preferencia electoral. Aunque admite que AfD no es la solución a los problemas, reconoce que muchos partidarios se sienten atraídos por la idea de un partido que no pertenece al “sistema”. En Rositz, las líneas que separan lo ideológico de lo personal se desdibujan, y la palabra «fascista» parece dividir tanto como definir.

Las percepciones sobre AfD y sus votantes no son monolíticas. “Nos sentimos abandonados. Parece que no se acuerdan de que hay vida más allá de las ciudades”, comenta una vecina que prefiere mantenerse en el anonimato. Aunque ella no votó por AfD, entiende el sentimiento de frustración que ha llevado a tantos a elegir esta opción. Para muchos, la votación es una forma de protesta, un grito de atención hacia un gobierno que, en sus ojos, ha fallado en atender las necesidades básicas de las zonas rurales. Incluso el propio alcalde Stange, quien votó por la CDU, ve en el ascenso del partido ultraderechista un reflejo de la desesperación y el abandono.

El pueblo que una vez se enorgullecía de su legado industrial ahora se enfrenta a una pregunta inquietante: ¿qué significa realmente ser “fascista” en un lugar donde todos se sienten abandonados?. Ilustración MidJourney.

Resignación y desafío

La tensión en Rositz es palpable, y la atmósfera es una mezcla de resignación y desafío. Las elecciones han sacado a la luz una realidad incómoda: la mitad de la población percibe a la otra como “fascista”, y esta percepción ha dado lugar a una suerte de autoexamen colectivo. Mientras algunos tratan de justificar el voto como un acto de rebeldía contra un sistema percibido como ineficaz, otros no pueden evitar ver en el ascenso de AfD una señal alarmante del resurgir de ideologías que creían enterradas en el pasado.

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La historia de Rositz no es solo un reflejo de los desafíos de un pequeño pueblo alemán; es un microcosmos de las tensiones más amplias que atraviesan Europa. Las divisiones internas, las crisis de identidad y el miedo a un futuro incierto se entrelazan en una relación que, aunque particular, resuena con ecos universales. El pueblo que una vez se enorgullecía de su legado industrial ahora se enfrenta a una pregunta inquietante: ¿qué significa realmente ser “fascista” en un lugar donde todos se sienten abandonados?

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