Europa ve morir a la globalización. Con la retirada progresiva de Estados Unidos de los acuerdos comerciales tradicionales y el endurecimiento de sus barreras económicas, el viejo continente observa cómo el sueño de un mercado mundial interconectado se desmorona. La globalización, que durante décadas fue el motor del crecimiento económico y la prosperidad de muchas naciones, ahora parece estar en una fase de retroceso, golpeada por el proteccionismo, las tensiones geopolíticas y el resurgimiento de economías regionalizadas. Mientras tanto, las empresas estadounidenses, que durante años lideraron la expansión global, comienzan a deshacer sus redes internacionales ya centrarse en mercados internos o en alianzas más cerradas.
Este fenómeno ha sido analizado por Suzanne Berger, profesora del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), investigadora de política y globalización, y codirectora de la iniciativa Manufacturing@MIT. Berger, autora de obras fundamentales sobre la globalización como Notre Première Mondialisation y How We Compete, publicó recientemente un artículo titulado: “La globalización retrocede, los conflictos se multiplican” en el portal Bruegel.org. En él, sostiene que la pandemia de COVID-19, el incremento de los riesgos de guerra y la creciente reacción contra la pérdida de industrias nacionales han socavado el modelo globalizado que dominó las últimas décadas. Sus conclusiones provienen de un discurso que pronunció en el evento Políticas globales en la era Trump-Xi , donde expuso cómo las transformaciones actuales recuerdan a la abrupta caída de la globalización en 1914, cuando el comercio internacional colapsó tras la declaración de guerra de Gran Bretaña a Alemania.
Europa ve morir a la globalización
Europa ve morir a la globalización y, con ella, desaparecerán los pilares que sustentan su estabilidad económica. La era en la que los bienes fluían sin restricciones y los mercados emergentes eran el eje de la producción global se tambalea ante una nueva realidad de proteccionismo y reconfiguración de alianzas. Aunque aún no está claro si se trata de una desglobalización total, una semiglobalización o una reglobalización regionalizada, los cambios son innegables. Las empresas ya no operan como si existiera un mercado mundial único; en su lugar, se ven obligadas a adaptarse a un escenario fragmentado, donde la eficiencia en costos ya no es la prioridad absoluta, sino la seguridad económica y estratégica.

Estados Unidos ha sido uno de los principales motores de esta transformación. La política industrial de Joe Biden, heredera de las medidas proteccionistas de Donald Trump, ha reforzado el concepto de “valla alta, patio pequeño” en la economía estadounidense. A través de leyes como la Ley de Reducción de la Inflación, se han establecido subsidios para la producción interna y se han restringido ciertas inversiones extranjeras, incluso de aliados tradicionales como Japón. En paralelo, las empresas estadounidenses han comenzado a abandonar los mercados globales en favor de estrategias de nearshoring y friendshoring, que les permiten reducir riesgos al relocalizar la producción en países más cercanos o políticamente alineados.
La competitividad está erosionada
Europa ve morir a la globalización en el marco de un dilema creciente. La Unión Europea, que depende de un comercio global dinámico y de cadenas de suministro estables, ahora enfrenta dificultades para mantener su competitividad en un mundo cada vez más fragmentado. Mientras Estados Unidos impone medidas que protegen su industria, Europa debe decidir si seguir su propio camino o adaptarse a las nuevas reglas impuestas por Washington. La incertidumbre generada por la guerra en Ucrania y la posibilidad de un conflicto con China solo agravan la situación, obligando a las economías europeas a reconsiderar su dependencia de las cadenas de producción extendidas.
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El impacto de esta transformación también se siente en el sector tecnológico y fabricante. Durante décadas, la globalización permitió la expansión de gigantes como Apple, Tesla y Boeing en mercados como China y el sudeste asiático. Sin embargo, las nuevas tensiones han llevado a estas empresas a replantearse sus estrategias. En un intento por reducir la dependencia de China, muchas compañías han trasladado parte de su producción a Vietnam, India y México, lo que encarece los costos y altera las dinámicas del comercio global. Europa ve morir a la globalización a medida que estas estrategias desvían inversiones y generan nuevas barreras económicas entre regiones.
El tejido social está afectado
Los efectos de este cambio no solo afectan a las grandes corporaciones, sino también a los trabajadores y la estructura productiva de muchos países. En Estados Unidos, la globalización fue responsable de la pérdida de seis millones de empleos manufactureros, lo que generó un resentimiento profundo en muchas comunidades. Esta realidad alimentó fenómenos políticos como el Brexit y el ascenso del populismo en diversas partes del mundo. Ahora, con la reversión de la globalización, las promesas de recuperación industrial podrían verse truncadas por la falta de innovación y la rigidez de los sistemas productivos. Empresas que antes dependían de cadenas de suministro globales ahora enfrentan la tarea de reconstruir ecosistemas de manufactura en territorios donde la inversión y la capacitación han sido limitadas durante años.
Europa ve morir a la globalización en un contexto donde la incertidumbre se ha convertido en la norma. La lección de la pandemia de COVID-19 reveló que la dependencia excesiva de la producción justo a tiempo y de cadenas extendidas puede ser un riesgo, lo que ha llevado a los gobiernos a buscar mayor autosuficiencia en sectores estratégicos. Sin embargo, el retroceso de la globalización también plantea interrogantes sobre la viabilidad de un mundo donde cada nación o bloque económico opera en relativa autonomía.

¿Hubo una falta de visión?
El impacto en la industria de defensa es otro factor clave en este proceso. La creciente posibilidad de conflictos, ya sea en Ucrania, Taiwán o Medio Oriente, ha llevado a los gobiernos a priorizar la producción nacional de equipamiento militar. En Estados Unidos, la producción de defensa ha mostrado signos de deterioro debido a décadas de deslocalización. Muchas pequeñas y medianas empresas que antes participaban en la fabricación de componentes han desaparecido o carecen de la capacidad para adaptarse a las nuevas exigencias del mercado. Esto obliga al gobierno estadounidense a reforzar la inversión en sectores estratégicos, elevando aún más las barreras comerciales y reduciendo las oportunidades para una cooperación global efectiva.
Europa ve morir a la globalización y enfrenta la tarea de redefinir su papel en un mundo donde las reglas del comercio han cambiado. Con Estados Unidos alejándose de los acuerdos tradicionales y priorizando su propio desarrollo interno, la Unión Europea se encuentra en una encrucijada. La pregunta clave es si podrá adaptarse a esta nueva realidad sin perder su competitividad o si, por el contrario, sufrirá las consecuencias de un sistema global cada vez más fragmentado.
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Los pasos del Gigante Asiático
En este escenario, el papel de China también es determinante. Mientras Estados Unidos y Europa reconfiguran sus estrategias, el gigante asiático busca consolidar su influencia mediante acuerdos regionales y el fortalecimiento de su industria local. A pesar de las restricciones impuestas por Washington, las empresas chinas continúan desarrollando nuevas rutas comerciales y estableciendo alianzas con países emergentes. Este nuevo orden mundial podría dar paso a una globalización distinta, basada en bloques económicos rivales en lugar de un mercado unificado.
En definitiva, la globalización tal como la conocemos está desapareciendo. Europa ve morir a la globalización y, con ella, las estructuras que definieron la economía mundial en las últimas décadas. Mientras Estados Unidos abandona el barco, el resto del mundo se ve obligado a adaptarse a una era de mayor proteccionismo, incertidumbre y competencia estratégica. El futuro del comercio internacional aún está por definirse, pero lo que es seguro es que la era de la globalización desenfrenada ha llegado a su fin.