Muchos evangélicos ven a Trump sin la máscara religiosa y su rostro de desprecio los ha sacudido. El aspirante por los republicanos ha sido un icono en el escenario político estadounidense, especialmente para el ala conservadora. A lo largo de su carrera política, ha gozado del sólido apoyo de la comunidad evangélica, uno de los grupos más influyentes del Partido Republicano. Sin embargo, recientes declaraciones han puesto en tela de juicio esta relación que parecía inquebrantable.
En abril, sorprendió a muchos al afirmar que el aborto debería regularse a nivel estatal, minimizando el papel del gobierno federal en el asunto. Esta postura liberal se desvía considerablemente de la tradicional visión conservadora sobre el tema. Sin embargo, lo que verdaderamente sacudió a los evangélicos fue su comentario en un ayuntamiento en junio. Al hablar del aborto en términos que parecían más propios de un negocio que de un asunto ético, dejó a muchos preguntándose sobre su verdadera postura y la sinceridad de su compromiso con los valores tradicionales.
Trump sin la máscara religiosa
Estas controversias no pasaron desapercibidas para Susan B. Anthony Pro-Life America, un grupo antiaborto de renombre. El grupo describió los comentarios de Trump como una «posición moralmente indefendible para un candidato presidencial autoproclamado provida». La crítica abierta de una organización tan influyente indica un evidente distanciamiento entre Trump y el núcleo más conservador de sus seguidores.
Para entender la magnitud de este cambio, es esencial tener en cuenta la demografía del Partido Republicano. Según el Pew Research Center, el 77% de los evangélicos blancos votaron por Trump en 2016. Este grupo ha sido una piedra angular en su base electoral, y cualquier fisura en este apoyo podría tener serias consecuencias en futuras contiendas electorales. De allí que un Trump sin la máscara religiosa es un peligro para si mismo.
No pesan tanto como creen
Sin embargo, hay un giro interesante en la trama. Algunos analistas creen que Trump podría permitirse perder cierto apoyo de la comunidad religiosa. James Patterson, historiador y experto en política estadounidense, argumenta que «el verdadero motor de Trump en las primarias de 2016 no fue estrictamente el voto evangélico. Una gran parte de su base estuvo formada por republicanos que raramente, o nunca, asisten a servicios religiosos.»
El Dr. Sarah Williamson, politóloga especializada en demografía electoral, coincide con Patterson en cuanto a que un Trump sin la máscara religiosa no corre peligros serios. «Hay una nueva facción dentro del Partido Republicano«, explica Williamson. «Estos votantes se sienten atraídos por la retórica populista de Trump y no necesariamente por su postura sobre cuestiones religiosas. De hecho, para muchos de ellos, la religión juega un papel secundario en su vida diaria».
Los números que importan
Los datos parecen respaldar esta idea. Una encuesta reciente del National Election Study mostró que el 58% de los republicanos que asisten a servicios religiosos menos de una vez al mes respaldaron firmemente a Trump, comparado con el 47% que asiste semanalmente.
Este cambio demográfico podría ser una revelación para el Partido Republicano y sus estrategias futuras. Sin embargo, para Trump, representa un doble filo. Por un lado, puede permitirse tomar posturas más liberales en ciertos temas sin temer una desbandada masiva de su base. Pero, al hacerlo, corre el riesgo de alienar a uno de los grupos más leales y activos dentro del partido. Los evangélicos han visto a Trump sin la máscara religiosa y poco les ha gustado.
A medida que avanza el panorama político, será interesante ver cómo Trump y su equipo navegan por estas aguas turbulentas. La pregunta sigue en el aire: ¿Podrá Trump mantener el equilibrio entre sus tradicionales seguidores evangélicos y esta creciente facción de republicanos no religiosos? Sólo el tiempo dirá si este delicado acto de equilibrio resulta ser una estrategia ganadora o el principio del fin de su relación con el núcleo conservador del Partido Republicano.