Los republicanos desean destruir al Estado. Esta afirmación resuena como una acusación y como una advertencia en el actual escenario político de Estados Unidos, donde las elecciones y las confrontaciones ideológicas parecen haber redefinido las reglas del juego. La noción de una división entre demócratas y republicanos que se basa únicamente en diferencias políticas tradicionales, como impuestos o políticas de salud, ha quedado atrás. Hoy en día, el verdadero campo de batalla es la confianza en las instituciones que, según los republicanos, han sido capturadas y transformadas en fortines de poder izquierdista, interconectados como un “archipiélago” que se extiende desde el gobierno hasta las universidades, los medios de comunicación, las grandes empresas y, en algunos casos, el ejército. Esta visión, lejos de ser un debate de políticas puntuales, es una guerra cultural e ideológica que amenaza con redefinir el papel de las instituciones en la vida estadounidense.
Este análisis surge a partir de las reflexiones de Ezra Klein, autor y analista político que se unió a la sección de Opinión del The New York Times en 2021, tras una destacada trayectoria en medios como Vox y The Washington Post. En su reciente artículo titulado: “Hay algo muy diferente entre Harris y Trump”, Klein plantea un panorama en el que los republicanos, encabezados por figuras como Donald Trump, se han embarcado en una cruzada contrarrevolucionaria. Esta coalición, lejos de buscar una transformación conservadora de las instituciones, pretende en muchos casos desmantelar lo que consideran un régimen de poder progresista profundamente arraigado en todos los sectores de la vida pública estadounidense. El Estado, como institución, ha dejado de ser el árbitro neutral y se ha convertido, en los ojos de estos republicanos, en un enemigo al que hay que vencer para restaurar el espíritu «verdadero» de la nación.
Republicanos desean destruir al Estado
Los republicanos desean destruir al Estado, no como un eslogan vacío, sino como una postura enraizada en el escepticismo que ha ido tomando fuerza dentro de la derecha política. Este grupo ya no confía en los organismos gubernamentales como en el pasado; ahora los ven como bastiones dominados por una “élite progresista” que promueve agendas opuestas a sus valores. Klein argumenta que esta percepción ha evolucionado hasta el punto de que las divisiones tradicionales entre izquierda y derecha han quedado superadas por un conflicto más profundo y de mayor alcance: el de la preservación o la destrucción de las instituciones. No es un movimiento que busque reformas en áreas específicas, sino un esfuerzo concertado por redistribuir el poder o, en palabras de Klein, por llevar a cabo una «segunda revolución estadounidense».

El fenómeno se refleja en figuras como Vivek Ramaswamy, quien ha criticado a las grandes corporaciones bajo el concepto de “Woke Inc.”, sugiriendo que las empresas han sido infiltradas por ideologías progresistas que manipulan los valores del libre mercado para propósitos políticos. De manera similar, JD Vance, senador republicano por Ohio, ha calificado al entramado de instituciones estadounidenses como una amenaza para la democracia. Este grupo de líderes republicanos y sus seguidores comparten una profunda sospecha hacia las instituciones que, históricamente, defendieron como pilares del orden y la estabilidad. Los republicanos desean destruir al Estado, o al menos la versión actual de él, porque lo perciben como un mecanismo hostil a sus principios y su visión de país.
Un paisaje desdibujado
La desconfianza de los republicanos hacia las instituciones es una evolución significativa en la historia política de Estados Unidos. En la década de 1970, demócratas y republicanos confiaban de manera similar en los medios de comunicación y en las instituciones del gobierno. Hoy, sin embargo, el abismo entre ambos partidos ha alcanzado niveles sin precedentes, según estudios recientes de Pew Research. La diferencia en la percepción sobre instituciones como los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades, la Agencia de Protección Ambiental y el Departamento de Educación es notable. Estas agencias, que antes eran vistas como imparciales o al menos de fiar, ahora son interpretadas por muchos republicanos como componentes de una estructura progresista que atenta contra sus libertades y valores.
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Los republicanos desean destruir al Estado en la medida en que sienten que éste ya no los representa. Para ellos, el gobierno ha sido capturado por un tipo de élite educada y progresista que favorece a los demócratas y que dominan instituciones como las universidades, los medios y las grandes corporaciones. Ezra Klein explica que esta percepción ha llevado a los republicanos a rechazar cada vez más a los sistemas y actores tradicionales. La figura de Trump representa esta ruptura con la visión conservadora tradicional, al mostrar una disposición abierta a desafiar y cuestionar el orden establecido, ya sea en temas como el cambio climático, el COVID-19 o la vacunación. Es un rechazo hacia lo que llaman el “Estado profundo” y lo que ven como un poder izquierdista, una fuerza que ven infiltrada en todos los rincones del Estado y la sociedad.
Ellos no somos nostros
Para muchos dentro de la coalición republicana actual, la verdadera amenaza no es un gobierno grande o pequeño, sino un gobierno que opera bajo una ideología que ellos consideran ajena. Los republicanos desean destruir al Estado porque lo consideran un vehículo de opresión progresista, uno que privilegia los valores de la izquierda y que aliena a aquellos que no comulgan con esta visión. En este contexto, la elección no es entre demócratas y republicanos, sino entre dos maneras de ver el rol de las instituciones en la sociedad estadounidense: una que busca preservar su papel como guardianes de la democracia, y otra que busca retomar el control y reconducirlas hacia un nuevo propósito.
Klein señala que esta fractura ideológica también se ve reflejada en las posturas sobre temas económicos. Curiosamente, los demócratas más ricos se han vuelto incluso más progresistas que algunos de sus contrapartes de menor poder adquisitivo, mientras que los republicanos de clases medias y bajas muestran una creciente desaprobación hacia las grandes corporaciones. Esta disonancia ha llevado a un cambio en la retórica, con figuras prominentes del Partido Republicano que ahora se posicionan en contra del gran capital y a favor de una clase trabajadora que, según ellos, está siendo marginada por las élites progresistas.

Trump es un contrarrevolucionario
Los republicanos desean destruir al Estado porque sienten que su esencia ha sido subvertida. En el pasado, el control de las instituciones no era visto como una amenaza para la democracia; hoy, sin embargo, el partido de Trump lo percibe como una especie de “contrarrevolución” contra un Estado que ha sido capturado por la ideología izquierdista. Esta es la lucha que define la política actual, más allá de los debates sobre impuestos, regulaciones o programas sociales. Es una lucha que cuestiona la legitimidad misma de las instituciones y su capacidad de servir a todos los estadounidenses por igual.
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En este contexto, los republicanos no buscan simplemente ganar elecciones; buscan redefinir el país. Los republicanos desean destruir al Estado en su forma actual para rehacerlo a su imagen y semejanza, y muchos están dispuestos a llevar esta misión hasta sus últimas consecuencias. Como bien resume Klein, esta no es una política de conservación, sino una política de confrontación. La narrativa que plantea el Partido Republicano hoy es de rechazo y reemplazo, en busca de una reestructuración que pueda cambiar el equilibrio de poder y regresar, en sus términos, al “verdadero” espíritu americano. Esta tensión seguirá siendo el núcleo de la política estadounidense, donde el conflicto ya no es entre derecha e izquierda, sino entre quienes defienden las instituciones y quienes desean rehacerlas desde sus cimientos.