En el competitivo escenario de los Premios de la Academia, donde cada cinta nominada lleva consigo una carga de expectativas, sueños y estrategias comerciales, surge una película que desafía todas las convenciones establecidas. No Other Land, un documental palestino que ha logrado hacerse un lugar entre los finalistas a mejor documental en los Oscar de 2025, se encuentra en una situación paradójica: a pesar de su reconocimiento internacional y el aplauso de la crítica, es poco probable que alcance el éxito comercial en Estados Unidos. La razón no tiene que ver con la calidad cinematográfica ni con la recepción del público, sino con un obstáculo mucho más complejo y menos visible: la ausencia de un distribuidor dispuesto a llevarla a las salas norteamericanas. Sin un canal oficial de distribución, el documental enfrenta una dura batalla que, irónicamente, podría impedirle capitalizar el prestigio que otorga una nominación al Oscar.
La alerta sobre este fenómeno fue encendida por Drew Paul, profesor asociado de árabe en el Departamento de Lenguas y Culturas del Mundo de la Universidad de Tennessee, Knoxville, quien obtuvo su doctorado en la Universidad de Texas en Austin en 2013. Paul, colaborador del portal académico The Conversation, recientemente publicó un artículo titulado “Una película palestina es una de las favoritas para los Oscar: ¿por qué es tan difícil verla?” Allí, analiza con detalle los desafíos que enfrenta No Other Land para encontrar un distribuidor en Estados Unidos, a pesar de estar bien posicionada para obtener el máximo galardón de la industria cinematográfica. Según Paul, este caso refleja una problemática cada vez más visible en el cine independiente: la dificultad de proyectar películas que aborden temas políticamente sensibles o que provienen de regiones en conflicto, como Palestina.
Sin distribuidor no hay “No Other Land”
No Other Land no es solo una película; es un testimonio de resistencia, dirigido por un colectivo de activistas y periodistas palestinos e israelíes: Basel Adra, un residente de Cisjordania que ha vivido en carne propia la amenaza de demolición de su aldea, junto a Yuval Abraham, Hamdan Ballal y Rachel Szor. La cinta documenta los esfuerzos desesperados de las comunidades palestinas por evitar que el ejército israelí destruya sus hogares en Cisjordania para convertir la zona en un campo de entrenamiento militar. La crudeza de su narrativa, combinada con una mirada íntima a las vidas afectadas por este conflicto histórico, ha resonado en distintos festivales alrededor del mundo. Sin embargo, el eco de su éxito internacional no ha sido suficiente para abrirle las puertas en el mercado estadounidense, donde sigue sin contar con un distribuidor formal.

El papel de los distribuidores en la industria cinematográfica es fundamental, aunque muchas veces pasan desapercibido para el público general. Son ellos quienes negocian los derechos de proyección, gestionan la presencia de una película en cines y plataformas digitales, y, en última instancia, determina si una obra llega o no a ser vista por una audiencia amplia. En este sentido, la situación de No Other Land resulta aún más desconcertante cuando se compara con otras producciones documentales de perfil similar. Por ejemplo, Banda sonora de un golpe de Estado, también nominada al Oscar, fue rápidamente adquirida por Kino Lorber, una reconocida distribuidora independiente en Estados Unidos, tras su exitoso debut en el Festival de Cine de Sundance. Este proceso refleja cómo debería funcionar idealmente el sistema. Pero en el caso de No Other Land, la realidad ha sido muy distinta.
¿Una pared invisible?
A pesar de su éxito en Europa, donde se ha asegurado la distribución en diversas plataformas de streaming, la película ha chocado con una pared invisible en Estados Unidos. La causa no parece ser únicamente el contenido de la película, sino el contexto político que rodea el conflicto israelí-palestino. La tensión internacional se ha intensificado desde los ataques de Hamás el 7 de octubre de 2023 y la posterior ofensiva militar de Israel en Gaza, convirtiendo el tema en un asunto extremadamente polarizador dentro del ámbito político estadounidense. Incluso en Alemania, la película ha enfrentado reacciones negativas debido a las posturas críticas de sus creadores hacia la ocupación israelí de Palestina. La controversia, en lugar de atraer la atención de los distribuidores como podría esperarse en un mercado ávido de historias relevantes, ha generado un efecto disuasorio.
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Los distribuidores estadounidenses parecen evitar involucrarse en proyectos que puedan considerarse demasiado polémicos, un fenómeno que se ha vuelto cada vez más común. Otros documentales que abordan temas sensibles, como la sindicalización de trabajadores en Amazon o el caso del congresista Adam Kinzinger, también han enfrentado obstáculos similares. Sin embargo, el caso de No Other Land es particularmente llamativo por su reconocimiento internacional y la relevancia del tema que aborda. La ironía es evidente: mientras los acontecimientos en Gaza continúan ocupando titulares en todo el mundo, una película que ofrece una visión íntima de la realidad palestina permanece prácticamente invisible en el mayor mercado cinematográfico global.
No hay dinero para los pobres
El contraste es aún más evidente al recordar el precedente de 5 Cámaras Rotas, otro documental palestino que en 2013 fue finalista en los Premios de la Academia. En aquella ocasión, la película logró asegurar distribución en Estados Unidos gracias al respaldo de Greenhouse, un programa europeo de desarrollo de documentales con vínculos en la industria cinematográfica internacional. A diferencia de aquella cinta, No Other Land ha sido producida de manera más modesta, por un colectivo independiente sin el respaldo de una red internacional consolidada. Aunque cuenta con un coproductor noruego y recibió financiación parcial de organizaciones europeas y estadounidenses, su estructura de base ha limitado su capacidad de acceder a los canales de distribución más influyentes.
Las dificultades de No Other Land no son un fenómeno aislado en el cine palestino. La industria cinematográfica internacional, con su sistema de festivales y premios, sigue dependiendo en gran medida del reconocimiento del país de origen de las obras presentadas. Dado que Palestina no es un Estado soberano reconocido universalmente, las películas palestinas se enfrentan a obstáculos burocráticos y políticos adicionales. Un ejemplo emblemático fue la controversia de 2002, cuando la Academia rechazó la participación de Intervención divina de Elia Suleiman en la categoría de mejor película en lengua extranjera, argumentando que Palestina no era un país reconocido por las Naciones Unidas. Aunque las reglas cambiaron posteriormente, las dificultades de reconocimiento siguen siendo un problema latente.

¿Asunto de puntos de vista?
Más recientemente, en 2021, el elenco de Let It Be Morning, dirigida por un israelí pero protagonizada por actores palestinos, boicoteó el Festival de Cine de Cannes en protesta por la categorización de la película como israelí en lugar de palestina. Este tipo de incidentes revela cómo el conflicto israelí-palestino se extiende incluso a los espacios culturales, transformando los festivales de cine en escenarios para la protesta y la reivindicación política. En 2017, durante el Festival de Cannes, la polémica se avivó cuando la entonces ministra de Cultura de Israel lució un vestido con el horizonte de Jerusalén, un gesto simbólico que encendió el debate internacional sobre la soberanía de la ciudad.
El contexto político actual ha intensificado aún más esta dinámica. En los Premios Oscar de 2024, varias celebridades, incluidas Billie Eilish, Mark Ruffalo y Mahershala Ali, llevaron pinos rojos en apoyo al alto fuego en Gaza. Además, manifestantes a favor de Palestina llegaron a retrasar el inicio de la ceremonia en protesta por la situación en la Franja de Gaza. A pesar de que estos gestos sugieren una creciente conciencia global sobre la situación palestina, no han sido suficientes para eliminar las barreras que enfrentan las películas de esta región en el circuito de distribución estadounidense.
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Obligados a ganar el Oscar
El destino de No Other Land plantea una pregunta inquietante: ¿bastará con ganar el Oscar para romper este cerco de invisibilidad? La historia reciente sugiere que ni siquiera el mayor reconocimiento cinematográfico garantiza la distribución en el mercado estadounidense si el contenido de la película desafía sensibilidades políticas profundamente arraigadas. La paradoja es evidente: mientras la película se presenta como una ventana a una de las realidades más urgentes y debatidas en el ámbito internacional, sigue siendo inaccesible para una audiencia que podría beneficiarse de esa perspectiva.
En última instancia, el desafío de No Other Land va más allá de una simple cuestión de distribución; es un reflejo de cómo la política puede moldear el acceso a la cultura y al conocimiento. Si el documental logra superar los obstáculos y obtener el reconocimiento que merece, no solo será una victoria para sus creadores, sino también para quienes creen en el poder del cine como herramienta de diálogo y transformación. Pero, por ahora, el ascenso de No Other Land a la cima del Oscar parece ser una carrera cuesta arriba, donde el verdadero premio no será solo la estatuilla dorada, sino la posibilidad de ser vista y escuchada por el mundo.