La relación entre Haití y Estados Unidos es compleja y se extiende por siglos, entrelazada con episodios de cooperación, conflictos y desencuentros. A pesar de las profundas conexiones históricas que unen a estas dos naciones, en momentos cruciales de crisis, la respuesta de Washington hacia Puerto Príncipe ha sido percibida como insuficiente o tardía. Esta observación cobra especial relevancia en el contexto actual de Haití, donde el caos y la desesperación se apoderan de un país que enfrenta una de sus peores crisis políticas y humanitarias. La pregunta que surge es inevitable: ¿Por qué Estados Unidos, una nación que ha jugado un papel tan significativo en la historia de Haití, parece ahora mantenerse al margen cuando su socio más necesita de su apoyo?
El teniente general Russel L. Honoré (retirado), conocido por liderar la Fuerza de Tarea Katrina tras la devastación en Nueva Orleans, ha emergido recientemente como una voz crítica en este diálogo. Colaborando con The Hill, Honoré compartió su visión en una pieza de opinión titulada: «La intervención extranjera no salvará a Haití. En cambio, esto es lo que Estados Unidos puede hacer», donde detalla la gravedad de la situación en Haití y propone un camino hacia la estabilidad sin la necesidad de una intervención directa. A través de su análisis, Honoré pinta un panorama sombrío: las pandillas controlan la capital, los bienes básicos son escasos y se venden a precios exorbitantes, y, tres años después del asesinato del presidente Jovenel Moïse, el país sigue sin un gobierno efectivo.
Haití y sus lazos con EE.UU.
Este caos no es un problema lejano; sucede en el umbral de Estados Unidos, marcando un punto de inflexión en la democracia más antigua del hemisferio occidental. A pesar de esto, la crisis haitiana parece quedar fuera del radar de la mayoría de los estadounidenses y de sus medios de comunicación. Mientras marines estadounidenses han sido desplegados para proteger la embajada de EE.UU. en Puerto Príncipe, el enfoque de Washington parece estar en otros lugares. Honoré argumenta que es momento de que Estados Unidos se pronuncie y se posicione como un aliado firme del pueblo haitiano. Según él, no se requieren grandes gestos para hacer una diferencia positiva; sin embargo, la inacción podría tener consecuencias devastadoras.

La propuesta de Honoré incluye una serie de pasos concretos: desde un mensaje directo del presidente Biden al pueblo haitiano, pasando por la necesidad de que el Congreso apruebe legislación que permita asistir a las autoridades haitianas, hasta detener el flujo de armas ilegales a Haití, principalmente desde Florida. Además, sugiere la designación de un enviado permanente a Haití que simbolice la presencia y el compromiso estadounidenses en apoyo a la autodeterminación de Haití. Estas acciones, argumenta, pueden implementarse sin grandes costos financieros o humanos para Estados Unidos y sin implicar una intervención directa en los asuntos internos de Haití.
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La primera democracia americana
La historia compartida entre Haití y Estados Unidos ofrece un telón de fondo rico para esta discusión. La revuelta armada de Haití contra el dominio colonial francés no solo fue un hito en la lucha por la libertad y la autodeterminación, sino que también alteró el curso de la historia estadounidense. La necesidad de efectivo de la Francia napoleónica llevó a la venta del territorio de Luisiana, duplicando el tamaño de Estados Unidos. Asimismo, la inmigración haitiana a Nueva Orleans jugó un papel crucial en la historia temprana de Luisiana, ayudando a satisfacer los requisitos de población para su admisión como estado. Estos episodios históricos subrayan no solo la interconexión de los destinos de ambas naciones, sino también la deuda de gratitud y camaradería que Estados Unidos debería sentir hacia Haití.
Sin embargo, la historia también está marcada por momentos de intervención y control que han complicado la relación. Desde la ocupación militar estadounidense en el siglo XX hasta las intervenciones en tiempos de crisis, las acciones de Estados Unidos han tenido un impacto profundo, no siempre positivo, en la soberanía y el desarrollo de Haití. Este legado de intervencionismo ha dejado cicatrices y ha generado desconfianza, complicando los esfuerzos actuales para establecer una colaboración efectiva. Además, la intervención de otras potencias, como Francia con su historia colonial y la ONU con su misión después del terremoto de 2010 que trágicamente introdujo el cólera, han dejado a Haití cauteloso ante la ayuda externa que viene con condiciones o implica una supervisión directa.
Respeto a la soberanía de Haití
En este contexto, la propuesta de Honoré se destaca por su énfasis en el respeto a la soberanía de Haití y la promoción de su autodeterminación. Su visión reconoce que el apoyo efectivo de Estados Unidos a Haití no debe imponerse desde el exterior sino facilitar el fortalecimiento interno del país. Esto significa ayudar a Haití a construir sus propias capacidades para enfrentar desafíos como la violencia de las pandillas, la inestabilidad política y la escasez de recursos básicos. La asistencia propuesta se centra en proporcionar herramientas y apoyo para que Haití pueda trazar su propio camino hacia la recuperación y el desarrollo sostenible.

La relación entre Haití y Estados Unidos es, por lo tanto, una que se extiende más allá de la diplomacia y la política exterior; es una relación forjada a través de la historia compartida, los desafíos comunes y las oportunidades para el futuro. En este momento crítico, el llamado de Honoré a la acción refleja una comprensión profunda de estas dinámicas y ofrece una hoja de ruta para un compromiso constructivo. La efectividad de esta propuesta, sin embargo, dependerá de la voluntad política de Estados Unidos para comprometerse con Haití de una manera que respete su soberanía y promueva su estabilidad y prosperidad a largo plazo.
“Un aliado nos necesita”
El escrito de Honoré en The Hill, además de ser un llamado a la acción, es un recordatorio de la responsabilidad que tiene Estados Unidos con Haití, no solo como vecino sino como socio con una historia entrelazada. La actual crisis en Haití representa no solo una prueba para la capacidad del país caribeño de superar sus desafíos internos, sino también para la disposición de Estados Unidos de apoyar a un vecino y aliado en su momento de necesidad. Este es un momento para que Estados Unidos reconsidere su enfoque hacia Haití, moviéndose más allá de la indiferencia o la intervención hacia una colaboración respetuosa y constructiva.
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Al final, la situación en Haití no es solo un reflejo de los desafíos internos del país, sino también un espejo de las políticas exteriores y las prioridades globales. La forma en que Estados Unidos responde a esta crisis será indicativa de su compromiso con los valores de la democracia, la autodeterminación y la cooperación internacional. En este sentido, la crisis de Haití ofrece una oportunidad no solo para abordar las necesidades inmediatas de un país en dificultades, sino también para reafirmar los principios que deberían guiar la acción estadounidense en el escenario mundial.
La relación entre Haití y Estados Unidos, con sus raíces históricas profundas y complejidades actuales, está en un momento crucial. Las propuestas de Honoré ofrecen un camino hacia adelante que respeta la soberanía de Haití y reconoce la interdependencia de nuestras naciones. La pregunta que queda es si Estados Unidos está dispuesto a asumir este desafío, no solo como un gesto de buena voluntad sino como un reconocimiento de su papel en la creación de un futuro más estable y próspero para ambos países. La respuesta a esta pregunta definirá no solo el futuro de la relación entre Haití y Estados Unidos, sino también el carácter de la política exterior estadounidense en una era de desafíos globales compartidos.

