Desde la fundación de los Estados Unidos, la democracia en este país ha sido a menudo descrita como un «experimento». Esta metáfora, utilizada tanto por los fundadores de la nación como por pensadores contemporáneos, sugiere una empresa incierta, sujeta a prueba y evaluación. Thomas Coen, profesor asociado de investigación de Historia en la Universidad de Tennessee, en su disertación para The Conversation, explica por qué figuras históricas como Franklin, Washington y Lincoln consideraban la democracia estadounidense un «experimento» y no estaban seguros de si sobreviviría.
Esta incertidumbre se arraiga en la historia de la democracia estadounidense, vista desde sus primeros días como una empresa audaz y sin precedentes. Los fundadores de la nación, imbuidos del espíritu de la Ilustración, vieron su trabajo como un intento experimental de aplicar principios derivados de la ciencia y el estudio de la historia a la gestión de las relaciones políticas. John Jay, uno de los fundadores, destacó en 1777 la oportunidad única que tenían los estadounidenses de elegir sus formas de gobierno bajo la guía de la razón y la experiencia.

Un experimento susceptible a la subversión
Sin embargo, junto a esta visión optimista, había una perspectiva más pesimista. Los fundadores eran conscientes de que las repúblicas y las democracias eran históricamente raras y extremadamente susceptibles a la subversión tanto interna como externa. Benjamin Franklin, al ser consultado sobre la naturaleza de la nueva Constitución federal, respondió famosamente: «Una república, si puedes conservarla», subrayando la fragilidad de este sistema de gobierno.
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A lo largo de la historia estadounidense, el término «experimento» ha sido utilizado por presidentes y figuras políticas. George Washington, en su primer discurso inaugural, describió el gobierno republicano como un «experimento» en manos del pueblo estadounidense. Con el tiempo, la noción de que la democracia era un experimento en curso comenzó a cambiar hacia una perspectiva de que su viabilidad había sido probada por el tiempo. Andrew Jackson, en 1837, declaró que la Constitución ya no era un experimento dudoso. Sin embargo, este optimismo coexistió con preocupaciones persistentes sobre la salud y las perspectivas de la democracia.
La democracia es insomne
La historia de la democracia estadounidense está marcada por desafíos significativos. La Guerra Civil fue un momento crítico, donde Abraham Lincoln vio la crisis como una prueba para la supervivencia del experimento democrático. El intento de los estados del Sur de disolver la Unión fue visto como un desafío existencial a la democracia.
A lo largo del tiempo, se ha mantenido una tensión entre el optimismo y el pesimismo en torno al experimento democrático. Por un lado, la naturaleza flexible y adaptable de la democracia ha sido una fuente de fortaleza y resiliencia. Por otro lado, esta misma maleabilidad ha sido vista como una fuente de vulnerabilidad. Las preocupaciones sobre la fragilidad de la democracia se han intensificado en tiempos recientes, con obras como «Cómo mueren las democracias» de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, y «El crepúsculo de la democracia» de Anne Applebaum, reflejando un renovado pesimismo.
Evolución y adaptación constante
Estos temores contemporáneos no son infundados. La historia de Estados Unidos está llena de ejemplos de desafíos a sus instituciones democráticas. La democracia, en su naturaleza, es un sistema en constante evolución y adaptación. Se enfrenta a amenazas tanto internas como externas, y su éxito depende de la capacidad de resistir y adaptarse a estas presiones.

La historia de la democracia estadounidense sugiere que el experimento nunca terminará. Mientras existan desafíos a la promesa de igualdad y libertad para todos, la democracia seguirá siendo una empresa en curso. La vigilancia constante es necesaria para preservar las libertades y los principios democráticos. El adagio atribuido a Thomas Jefferson, aunque apócrifo, de que el precio de la libertad es la vigilancia eterna, encapsula esta realidad.
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Orgánica, con logros y retrocesos
El éxito o fracaso del experimento democrático estadounidense, entonces, no puede medirse en términos absolutos. Es un proceso continuo, marcado por logros y retrocesos. La historia muestra que la democracia puede ser tanto una fuente de fortaleza como de vulnerabilidad. Su maleabilidad ha permitido que se adapte y mejore a lo largo del tiempo, expandiendo la inclusión y respondiendo a nuevos desafíos.
La democracia estadounidense es un experimento en el sentido más verdadero de la palabra. No es un experimento concluido, sino uno en constante evolución. Su historia está marcada tanto por el optimismo como por el pesimismo, por logros y por desafíos. La democracia, como cualquier experimento, requiere una vigilancia constante y una disposición a adaptarse y evolucionar. La pregunta de si ha sido un éxito o un fracaso depende de cómo se mida y, más importante aún, de cómo se responda a los desafíos actuales y futuros.