Hoy es el duelo Harris-Trump: Los debates no han llevado a nadie a la Casa Blanca

El tan esperado enfrentamiento entre la vicepresidenta Kamala Harris y el expresidente Donald Trump está programado para esta noche, y aunque el espectáculo promete capturar la atención de millones de espectadores, los estudios y la historia reciente muestran que los debates, pese a su dramatismo y cobertura mediática, no tienen un impacto decisivo en la elección de los votantes. Aunque la idea de que estos intercambios televisados puedan cambiar el curso de una elección es seductora, la realidad es que la mayoría de las personas que los ven ya tienen una decisión tomada, y la polarización política actual hace que cambiar de bando sea casi imposible. Es un show para las cámaras, más que un verdadero campo de batalla electoral.

Steve Israel, un veterano de la política estadounidense que representó a Nueva York en la Cámara de Representantes durante ocho mandatos y quien presidió el Comité de Campaña Demócrata del Congreso de 2011 a 2015, ha sido uno de los críticos más elocuentes de la importancia real de los debates presidenciales. En su reciente artículo titulado “¿Importará el debate presidencial? Probablemente no”, publicado en The Hill, Israel analiza la naturaleza teatral de estos eventos y cómo, a pesar del entusiasmo que generan en los medios, rara vez afectan los resultados electorales. Israel argumenta que, si bien los debates tienen un gran valor simbólico y son un elemento fijo en el ciclo de las campañas, no deciden la elección de un presidente.

Nada hace los debates

A lo largo de la historia de los debates televisados, se han perpetuado una serie de mitos que han inflado la gravedad de estos enfrentamientos. Desde la estrecha victoria de John F. Kennedy en 1960 sobre Richard Nixon, atribuida a su apariencia telegénica en comparación con el aspecto demacrado de Nixon, hasta el duelo entre Trump y Biden en 2020, se ha dado una importancia desmesurada a estos intercambios. Sin embargo, como señala Israel, la evidencia detrás de estos supuestos impactos es escasa y, a menudo, inestable. La mayoría de los votantes no se sientan a ver los debates con un cuaderno en la mano para tomar decisiones; en cambio, sus opiniones ya están firmemente arraigadas y difícilmente cambiarán tras ver un enfrentamiento televisado.

Aunque la idea de que estos intercambios televisados puedan cambiar el curso de una elección es seductora, la realidad es que la mayoría de las personas que los ven ya tienen una decisión tomada. Ilustración MidJourney

El ejemplo del debate entre Trump y Biden en 2020 es ilustrativo: aunque marcó un momento importante en la campaña, la caída de Biden en las encuestas posteriores no se debió tanto a lo que se dijo en el escenario, sino a la cobertura mediática que siguió y a la percepción pública generada por los líderes políticos. Esta dinámica se repite una y otra vez, reforzando la idea de que, aunque los debates proporcionan momentos icónicos y memorables, como el famoso “Ahí vas otra vez” de Ronald Reagan a Jimmy Carter en 1980, no son factores determinantes en la mente del electorado.

Showbiz de alta pureza

Uno de los aspectos más fascinantes del análisis de Israel es cómo los debates han evolucionado de ser plataformas para la discusión sustantiva de políticas a convertirse en espectáculos mediáticos centrados en la performance y el carisma. Los votantes no buscan respuestas profundas y detalladas sobre temas complejos; más bien, se sienten atraídos por las respuestas rápidas, las réplicas ingeniosas y los momentos que puedan viralizarse en redes sociales. Es en esos momentos de teatro político donde los candidatos pueden obtener una pequeña ventaja, pero esa ventaja rara vez se traduce en votos adicionales.

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En el caso de Harris y Trump, el debate de esta noche será visto por algunos como una batalla decisiva. No obstante, como ya lo advirtió Israel, la mayoría de los espectadores son ya firmes partidarios de uno u otro bando, y los indecisos, quienes realmente tienen el poder de inclinar la balanza, rara vez se involucran con la misma intensidad. Estos votantes moderados, dispersos en estados clave como Pensilvania, Michigan y Georgia, no estarán pegados a sus pantallas, sino que absorberán los fragmentos de información que surjan en los días siguientes, a través de titulares, clips de noticias y anuncios políticos.

Fantasía de principio a fin

La noción de que un desempeño sobresaliente en el escenario del debate pueda alterar significativamente el curso de una campaña es cada vez más cuestionada. Los ejemplos históricos de John Kerry superando a George W. Bush en los debates de 2004 y Hillary Clinton derrotando a Trump en 2016, solo para perder en las urnas, son pruebas contundentes de que no existe una correlación directa entre ganar un debate y ganar una elección. En el ambiente político actual, más cargado de tribalismo y lealtades inquebrantables, esta desconexión es aún más evidente.

Además, el enfoque exagerado en los debates refleja una tendencia más amplia y preocupante en la política moderna: la inclinación hacia lo performativo sobre lo sustancial. La política se ha convertido en un gran reality show, con los candidatos actuando más como figuras mediáticas que como líderes dispuestos a discutir los matices de sus propuestas. Para los adictos a las noticias y los fanáticos del espectáculo, esto es un gancho para los entusiastas de la política; pero, como advierte Israel, es un síntoma del declive de una política basada en la deliberación y el compromiso con las ideas.

Uno de los aspectos más fascinantes del análisis es cómo los debates han evolucionado de ser plataformas para la discusión sustantiva de políticas a convertirse en espectáculos mediáticos centrados en la performance y el carisma. Ilustración MidJourney.

El oro de la espontaneidad

Es cierto que los debates pueden producir momentos memorables y generar titulares, pero el impacto real de estos momentos es, en el mejor de los casos, efímero. El reto para candidatos como Harris y Trump no es solo brillar en el escenario del debate, sino capitalizar esos momentos en sus campañas posteriores, utilizando las imágenes y las frases más impactantes en anuncios y redes sociales para movilizar a sus bases. Pero incluso esta estrategia tiene sus limitaciones, ya que el espectador promedio está más influenciado por sus propios prejuicios y por la polarización mediática que por un momento brillante en el escenario.

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En última instancia, los debates son una pieza más del rompecabezas electoral, un recordatorio de que la política es tanto forma como fondo, y que en la batalla por la Casa Blanca, lo que se dice en esos escenarios es menos importante que cómo se utiliza en los días siguientes. Para Harris y Trump, el verdadero desafío no será lo que suceda esta noche, sino cómo ambos aprovechen los momentos clave para impulsar sus narrativas y, finalmente, persuadir a los pocos votantes que aún no han tomado una decisión. Sin embargo, como nos recuerda la historia, los debates seguirán siendo un espectáculo fascinante, pero poco decisivo.

 

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