En la tierra donde habitan los “conspiranoicos” Donald Trump es el rey

En el vasto paisaje de la política estadounidense, donde las verdades se entrelazan con teorías de la conspiración, hay un terreno fértil para los «conspiranoicos», aquellos individuos que, lejos de adherirse a las pruebas y hechos establecidos, prefieren las narrativas que desafían la realidad aceptada. En este reino de escepticismo y desconfianza, Donald Trump no es solo un ciudadano más, sino que es rey supremo, un monarca cuyas proclamaciones de elecciones robadas y sistemas corruptos encuentran eco en los corazones y mentes de millones.

Este reportaje, escrito por el autor que presta su voz a estas líneas, se inspira en el trabajo académico de Jérôme Viala-Gaudefroy, profesor asistente en CY Cergy de la Universidad de París, titulado: “¿Por qué millones de estadounidenses creen que a Donald Trump le ‘robaron’ las elecciones presidenciales de 2020?”. Su investigación arroja luz sobre un fenómeno no tan nuevo pero cada vez más predominante: la susceptibilidad de una significativa porción de la población estadounidense a creer, sin pruebas contundentes, en teorías de la conspiración. Este fenómeno no es ajeno a la figura de Trump, cuya influencia ha cultivado y exacerbado estas tendencias, tejiendo una narrativa que muchos encuentran irresistible.

El amplificador de Donald Trump

Donald Trump ha sabido capitalizar este ambiente, utilizando su plataforma para amplificar dudas y teorías sin fundamento sobre la legitimidad de las elecciones de 2020. A pesar de la ausencia de evidencia de un fraude electoral que pudiera haber alterado el resultado, y tras perder todas las demandas relevantes, casi tres de cada diez estadounidenses y dos tercios de los votantes republicanos siguen creyendo que las elecciones le fueron injustamente arrebatadas. Este fenómeno no es meramente un reflejo de la fe ciega en un líder, sino el resultado de una tradición estadounidense profundamente arraigada de conspiracionismo, como se destaca en el ensayo de 1964 de Richard Hofstadter, “The Paranoid Style in American Politics”.

Donald Trump
La narrativa de las elecciones robadas de 2020 es un claro ejemplo de cómo las teorías de la conspiración pueden transformarse en creencias masivas, cuestionando hechos establecidos sin más fundamento que la convicción en actores maliciosos operando desde las sombras. Ilustración MidJourney

La narrativa de las elecciones robadas de 2020 es un claro ejemplo de cómo las teorías de la conspiración pueden transformarse en creencias masivas, cuestionando hechos establecidos sin más fundamento que la convicción en actores maliciosos operando desde las sombras. Esta predisposición no es única de la población estadounidense, pero es particularmente prevalente en ella, en parte debido a la voluntad de parte de su clase política y mediática de explotar estas tendencias para sus propios fines.

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un estilo de pensamiento paranoico que ha caracterizado a segmentos de la política estadounidense durante décadas. Desde la era McCarthy, pasando por los discursos de Ronald Reagan y George W. Bush, hasta la actualidad, la narrativa de un enemigo oculto y malévolo ha sido una herramienta poderosa para movilizar bases políticas y justificar acciones y políticas controversiales. Con la conclusión de la Guerra Fría, esta narrativa se adaptó a la «guerra cultural» dentro de Estados Unidos, enfrentando a fundamentalistas religiosos contra progresistas en debates sobre moralidad y valores sociales.

La crisis de la COVID-19 y la politización de la pandemia solo han exacerbado la desconfianza en las instituciones y el gobierno, dando lugar al surgimiento de teorías sobre un «Estado profundo» que opera en contra de los intereses del pueblo. En este contexto, Donald Trump ha emergido como una figura casi mesiánica para sus seguidores, a pesar de las contradicciones evidentes entre su comportamiento y los valores tradicionales cristianos que supuestamente representa. Su habilidad para conectar con el nacionalismo cristiano blanco, utilizando un lenguaje que resuena profundamente con este grupo, ha solidificado su posición como un «salvador» improbable.

Entre las bases religiosas

La paradoja de Trump radica en su capacidad para atraer el fervor de los evangélicos, a pesar de su aparente falta de convicciones religiosas profundas. Comparaciones con figuras bíblicas como Ciro el Grande ilustran cómo sus seguidores racionalizan su apoyo, viéndolo como un instrumento divino para lograr fines más grandes, independientemente de sus faltas personales. Este fenómeno refleja una interpretación premilenialista del Libro del Apocalipsis, adoptada por una mayoría de evangélicos, que ve los eventos actuales como señales del «fin de los tiempos».

El ataque al Capitolio de los Estados Unidos el 6 de enero de 2021 fue un punto de inflexión, demostrando hasta qué punto algunos estaban dispuestos a llevar su lealtad a Donald Trump, desafiando las instituciones democráticas del país en un acto de insurrección. A pesar de las evidencias de su responsabilidad moral en el ataque, figuras clave del Partido Republicano eligieron no condenarlo de manera definitiva, reflejando una vez más la disposición del partido a anteponer la lealtad a Trump sobre la democracia.

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A medida que Estados Unidos se acerca a otra elección presidencial, la sombra de 2020 se cierne larga y ominosa, planteando preguntas profundas sobre el futuro de su democracia y la resiliencia de sus instituciones frente a las narrativas de conspiración que han encontrado en Trump a su campeón más efectivo. Ilustración MidJourney.

Steve Bannon: el estratega

La perpetuación de la mentira electoral se ha convertido en una cuestión de lealtad dentro del Partido Republicano, con una gran mayoría de sus nuevos miembros en el Congreso cuestionando los resultados de 2020. Esta mentira, sin embargo, no es meramente una manifestación de sentimientos antielitistas; está alimentada por poderosas organizaciones conservadoras financiadas por algunos de los individuos más ricos del país. La estrategia de desinformación, resumida en la táctica de «inundar la zona de mierda» de Steve Bannon, busca abrumar al público con tanta desinformación que se hace difícil discernir la verdad.

La polarización política y la creación de burbujas informativas han reforzado estas tendencias, con muchos republicanos confiando exclusivamente en medios de comunicación de extrema derecha que respaldan estas narrativas falsas. La cuestión que queda por responder es si la historia se repetirá en las elecciones de 2024, con Donald Trump y sus seguidores una vez más listos para cuestionar los resultados si no les son favorables. La disposición a usar la violencia para «salvar el país» refleja un peligroso abandono de los principios democráticos en favor de la lealtad a una figura y las teorías conspirativas que promueve.

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Una nube negra en ciernes

En la tierra de los «conspiranoicos», Donald Trump no solo ha encontrado un hogar, sino que ha sido coronado como su rey indiscutible. Su reinado se basa no en la autoridad de la verdad o la justicia, sino en la capacidad de convencer a millones de la existencia de un enemigo oculto y omnipresente. A medida que Estados Unidos se acerca a otra elección presidencial, la sombra de 2020 se cierne larga y ominosa, planteando preguntas profundas sobre el futuro de su democracia y la resiliencia de sus instituciones frente a las narrativas de conspiración que han encontrado en Trump a su campeón más efectivo.

Más allá de las marañas de conspiración, Trump emerge como un formidable candidato a liderar la bandera republicana, una posición que lo podría catapultar de vuelta a la Casa Blanca. Esto sucede a pesar de que su moral, severamente cuestionada en los tribunales del país, dista mucho de lo que se esperaría del líder de una nación que se considera a sí misma un modelo de integridad y transparencia en la esfera pública.

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