Los “nativos digitales” no fueron salvos por la RR.SS. y caen fácil en la desinformación

Los nativos digitales, aquellos jóvenes que crecieron con internet y las redes sociales (RR.SS.), han demostrado ser vulnerables a la desinformación. A pesar de ser considerados expertos en tecnología, muchos de ellos caen fácilmente en las trampas de información falsa que circula en línea. Esta paradoja ha generado preocupaciones sobre la capacidad de esta generación para discernir la verdad en un mar de mentiras.

Javier Sampedro Pleite, un reconocido científico y periodista español, aborda esta problemática en su artículo “Una reflexión sobre la desinformación”, publicado en El País. Sampedro, doctor en genética y biología molecular, ha trabajado como investigador en prestigiosas instituciones como el Centro de Biología Molecular Severo Ochoa de Madrid y el Laboratorio de Biología Molecular del Medical Research Council de Cambridge. Desde 1995, ha sido un prolífico escritor de divulgación científica, colaborando con El País y dirigiendo varios blogs de contenido científico en su sitio web.

Desinformación como campeona digital

En su artículo, Sampedro reflexiona sobre cómo las mismas redes sociales que prometían emancipar al Homo sapiens del siglo XXI han generado los peores virus a los que se enfrenta una sociedad abierta. La desinformación, argumenta, es una de las cuestiones más importantes que afectan a los procesos electorales en medio mundo. Sin información fiable, no hay democracia, porque la gente no sabe lo que vota. Esta obviedad del siglo pasado ha sido erosionada por los gigantes de Silicon Valley, quienes han socavado el antiguo orden de cosas con una asombrosa eficacia.

El problema, según Sampedro, radica en la ingenuidad de varias generaciones de nativos digitales que han creído que los medios tradicionales eran su enemigo y que las redes sociales los liberarían de esa reclusión informativa. Este pensamiento ha resultado ser una catástrofe de la que ni siquiera hemos comenzado a recuperarnos. Las redes sociales, lejos de ser un medio de emancipación, se han convertido en un terreno fértil para la propagación de ideas falsas y desinformación.

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En su artículo, Sampedro reflexiona sobre cómo las mismas redes sociales que prometían emancipar al Homo sapiens del siglo XXI han generado los peores virus a los que se enfrenta una sociedad abierta. Ilustración MidJourney

Una promesa rota

La llegada de internet y las redes sociales prometía un acceso más democrático a la información. Sin embargo, la realidad ha demostrado que estas plataformas son una espada de doble filo. Mientras facilitan la comunicación y el acceso a datos, también permiten la difusión rápida y masiva de información falsa. Los algoritmos de las redes sociales, diseñados para maximizar el tiempo de los usuarios en la plataforma, a menudo priorizan el contenido sensacionalista y polarizador, lo que agrava la desinformación.

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Los políticos europeos y norteamericanos han comenzado a reconocer la gravedad del problema, aunque con una lentitud desesperante. La investigación sobre las noticias falsas y la desinformación está en auge, pero esto no se debe a los gigantes tecnológicos, sino a pesar de ellos. Un estudio reciente reveló que, durante las elecciones presidenciales de Estados Unidos, el 1% de los usuarios de Twitter difundieron el 80% de las noticias falsas. Este pequeño grupo fue responsable de una proporción significativa de la desinformación que circuló durante el periodo electoral.

Elecciones y algo más

La desinformación no se limita solo a las elecciones. También tiene un impacto devastador en otros aspectos cruciales de la sociedad, como la vacunación y el cambio climático. Las campañas antivacunas y la negación del cambio climático son ejemplos claros de cómo la desinformación puede poner en riesgo la salud pública y el futuro del planeta. A pesar de la clara identificación de las fuentes de intoxicación, la protección de la “libertad de expresión” y el anonimato en las redes sigue siendo una postura defendida por muchos.

Los datos demuestran que la mayoría de los propagadores de desinformación son identificables. Durante las elecciones, se supo que la mayoría de los responsables eran mujeres mayores y que el 64% de ellos eran republicanos, mientras que el 16% eran demócratas. Esta información revela patrones que podrían ser utilizados para mitigar la difusión de noticias falsas si hubiera voluntad política para actuar.

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Un estudio reciente reveló que, durante las elecciones presidenciales de Estados Unidos, el 1% de los usuarios de Twitter difundieron el 80% de las noticias falsas. Este pequeño grupo fue responsable de una proporción significativa de la desinformación que circuló durante el periodo electoral. Ilustración MidJourney.

Un problema de fácil solución

Las soluciones a este problema, según Sampedro, podrían ser sorprendentemente simples. Limitar el número de veces que un contenido puede ser retuiteado podría reducir significativamente la capacidad de los propagadores de desinformación para amplificar su mensaje. Sin embargo, hasta ahora, los gigantes de Silicon Valley no han implementado estas medidas. La presión para que lo hagan debe venir de los representantes políticos, quienes tienen la responsabilidad de proteger la integridad de la información.

La desinformación es una amenaza real y presente que afecta no solo a los nativos digitales, sino a toda la sociedad. La confianza ciega en las redes sociales como fuente principal de información ha demostrado ser peligrosa. Es necesario fomentar una cultura de escepticismo saludable y enseñar habilidades de alfabetización mediática desde una edad temprana para combatir la propagación de información falsa. Solo así podremos comenzar a reparar el daño causado y construir una sociedad mejor informada y resiliente ante la desinformación.

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Nadie está a salvo

Los nativos digitales no han sido salvados por las redes sociales; al contrario, han caído presa de la desinformación que estas facilitan. La solución no recae únicamente en la tecnología, sino en una combinación de educación, regulación y responsabilidad individual. Mientras tanto, la desinformación sigue siendo uno de los mayores desafíos de nuestro tiempo, uno que todos debemos enfrentar con urgencia y determinación.

Para abordar este desafío de manera efectiva, es crucial que tanto las instituciones educativas como las políticas públicas se adapten rápidamente. Incorporar programas de alfabetización digital y crítica en los currículos escolares puede equipar a las futuras generaciones con las herramientas necesarias para discernir la verdad en un entorno saturado de información. Además, las plataformas de redes sociales deben ser responsabilizadas mediante regulaciones más estrictas que aseguren la transparencia y la veracidad del contenido que se comparte. Solo a través de un esfuerzo conjunto y coordinado se podrá mitigar el impacto pernicioso de la desinformación y proteger la integridad de nuestra sociedad democrática.

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