Si EE.UU. hace “loving” con Putin por qué Alemania debe olvidar al Nord Stream

La reaparición del gasoducto Nord Stream en el discurso público alemán, al calor del nuevo acercamiento entre Donald Trump y Vladímir Putin, levanta una pregunta que inquieta tanto a diplomáticos como a ciudadanos europeos: si Estados Unidos puede explorar acuerdos energéticos con Rusia, ¿por qué Alemania debe abstenerse de considerar reactivar un conducto que, hasta antes de su sabotaje, era la vía de acceso más directa y barata al gas ruso? Nord Stream, cuya destrucción submarina en septiembre de 2022 parecía clausurar una etapa de dependencia energética con Moscú, revive ahora como un fantasma que amenaza con dividir a la élite política alemana y poner en tela de juicio la coherencia geoestratégica del bloque occidental.

El reportaje que encendió esta nueva discusión fue escrito por Marc Bassets, corresponsal de EL PAÍS en Berlín. Bassets, con una dilatada carrera como periodista internacional en medios como La Vanguardia y autor del libro Otoño americano (Elba, 2017), publicó recientemente el artículo titulado: “El acercamiento de Trump y Putin resucita el interés de Alemania por el gasoducto Nord Stream”. En él, Bassets retrata un escenario en el que actores de peso del partido conservador CDU no ocultan su interés por reabrir el diálogo sobre la infraestructura energética germano-rusa, argumentando que si Washington decide flexibilizar su postura hacia el Kremlin, Berlín no debería mantenerse al margen.

Nord Stream: Sueños con gas licuado

Lo que parecía ser un capítulo cerrado se convierte nuevamente en campo de batalla simbólico. Nord Stream no solo transportaba gas: era un símbolo de la interdependencia energética entre Europa y Rusia, un conducto de pragmatismo económico disfrazado de realismo político. Con su explosión, Europa no solo perdió una infraestructura física; intentó también sepultar una política exterior basada en la complacencia hacia Putin. Pero la geopolítica no conoce finales definitivos. Cuando Trump, aún sin tener poder ejecutivo, reanuda el contacto diplomático con Moscú y lanza promesas de “enormes acuerdos económicos”, una parte de Alemania escucha atentamente. Porque en los despachos empresariales y en los pasillos del Bundestag, la crisis industrial que vive el país es palpable, y muchos señalan la ruptura con el gas ruso como una de sus causas principales.

Nord Stream, cuya destrucción submarina en septiembre de 2022 parecía clausurar una etapa de dependencia energética con Moscú, revive ahora como un fantasma que amenaza con dividir a la élite política alemana y poner en tela de juicio la coherencia geoestratégica del bloque occidental. Ilustración MidJourney

Bassets recoge voces disonantes, entre ellas la de Thomas Bareiss, diputado de la CDU, quien sugiere que cuando se restablezca la paz en Ucrania, el gas podría volver a fluir, “quizá, esta vez, en un gasoducto bajo control estadounidense”. No es un comentario inocente. Bareiss sabe que en geopolítica la percepción es poder. Insinuar que EE.UU. podría tomar control del Nord Stream implica, por un lado, que Alemania no debe renunciar del todo al proyecto; y por otro, que el nuevo eje Moscú-Washington podría rediseñar el mapa energético global sin contar con Europa como protagonista. Ese riesgo —quedar fuera de la jugada— es justamente lo que preocupa a muchos en Berlín.

Quién hizo molestar a Rusia

La historia del Nord Stream está plagada de advertencias ignoradas. Desde su concepción, analistas y activistas alertaron sobre la peligrosa dependencia que implicaba respecto a un régimen autoritario. Pero fue un excanciller, Gerhard Schröder, quien mejor encarnó esa lógica de normalización a toda costa: al dejar su cargo, se convirtió en presidente del consejo de administración del gasoducto, en una fusión simbólica entre la política alemana y los intereses energéticos rusos. Su paso por Gazprom fue el epítome de la Moskau Connection, una red informal de políticos, empresarios y exfuncionarios que apostaron durante años por una interdependencia que, lejos de garantizar la paz, terminó financiando la maquinaria bélica de Putin.

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Hoy, esa misma red parece reactivarse. Nord Stream, en su estado actual de ruina parcial, representa más que un tubo roto: es el dilema moral de una nación que debe decidir entre una salida económica fácil y un compromiso estratégico con la seguridad europea. Mientras tanto, desde los BRICS+, el bloque emergente donde Rusia tiene un lugar central, se observa con atención la fractura del frente occidental. Si Alemania se contradice, si vuelve a estrechar lazos con Moscú, el mensaje será claro: las sanciones son temporales, la economía manda, y la memoria es corta.

“Los americanos están equivocados”

Pero en Alemania no todos están dispuestos a reescribir la historia. Franziska Brantner, copresidenta de Los Verdes, fue tajante al afirmar que hablar hoy del Nord Stream no es una hipótesis lejana, sino una realidad en marcha. “Es algo totalmente caduco y no encaja con lo que están haciendo los americanos”, denuncia con preocupación. Brantner pone el dedo en la llaga: no hay aún acuerdo de paz, pero ya se discuten los negocios. Y en esas conversaciones, algunos quieren que el gasoducto, o lo que queda de él, se convierta en una pieza más del rompecabezas geoestratégico de la posguerra.

Uno de los actores clave en esta trama es Stephen P. Lynch, empresario estadounidense interesado en adquirir lo que resta de la infraestructura. Su argumento, recogido por The Wall Street Journal, es que esta sería “una oportunidad única para lograr el control americano y europeo de una fuente de suministro energético para el resto de la era de los combustibles fósiles”. La frase revela una intención: no resucitar el viejo Nord Stream tal como era, sino transformarlo en un instrumento de poder occidental. Una forma de asegurarse que, si el gas ruso vuelve a circular, lo haga bajo condiciones dictadas desde Washington.

Lo que parecía ser un capítulo cerrado se convierte nuevamente en campo de batalla simbólico. Nord Stream no solo transportaba gas: era un símbolo de la interdependencia energética entre Europa y Rusia, un conducto de pragmatismo económico disfrazado de realismo político. Ilustración MidJourney.

Soberanía energética del continente

La paradoja es evidente. Alemania se ve presionada a renunciar a Nord Stream en nombre de la seguridad, mientras observa cómo EE.UU. podría apropiarse de su gestión en alianza con Rusia. El acercamiento entre Trump y Putin no solo amenaza con redefinir el orden mundial, sino con dejar a Europa en el papel de observador resignado. Esa posibilidad no solo hiere el orgullo alemán; también plantea interrogantes sobre la soberanía energética del continente.

La presión crece. Matthias Warnig, exgerente de Nord Stream 2 y figura clave en la Moskau Connection, ha sido señalado por Financial Times como artífice de maniobras entre bambalinas para reactivar las relaciones económicas ruso-estadounidenses. Aunque lo niega, el solo hecho de que su nombre circule refuerza la sensación de que las viejas redes no han desaparecido, solo se han replegado, esperando el momento oportuno para volver. Y ese momento parece acercarse si los vientos políticos cambian en EE.UU. y la administración Trump regresa al poder.

La puerta entreabierta

En este tablero inestable, el papel de Alemania es ambiguo. Mientras el Ministerio de Economía asegura que no hay planes para reabrir el gasoducto, la CDU debate internamente si debería excluir su reactivación en el pacto de coalición. La simple existencia de esta discusión muestra que Nord Stream, pese a su aparente defunción, sigue latiendo como una posibilidad latente. Para unos, es una bomba política que debe desactivarse; para otros, una puerta trasera que conviene no cerrar del todo.

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Alemania se enfrenta así a un dilema que va más allá de la energía: ¿apostar por una posición de principios, en consonancia con la defensa europea y la contención del autoritarismo ruso, o reinsertarse en una dinámica de negocios que podría traer alivio económico pero también dependencia renovada? Si Estados Unidos se permite el “loving” con Putin, ¿quién detendrá la tentación alemana de volver a los viejos tiempos del Nord Stream? La respuesta, aún difusa, determinará buena parte del equilibrio político y energético del continente en los próximos años.

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