Intrigas, venenos, vetos políticos y humos ambiguos: ingredientes permanentes en la historia del cónclave, un ritual que desde hace siglos mantiene expectante al mundo ante una pequeña chimenea sobre la Capilla Sixtina. La historia del cónclave es una narrativa cargada de misterios, pactos ocultos, presiones externas e influencias internas que atraviesan los muros del Vaticano y se manifiestan, como metáfora de todo ello, en una simple columna de humo. En este proceso, aparentemente espiritual y ritualizado, se han cruzado las ambiciones terrenales más feroces y las luchas de poder más descarnadas, revelando el rostro humano, a menudo frágil, de la Iglesia Católica.
Anna Peirats, doctora en Filología por la Universidad de Valencia y actualmente profesora en la Universidad Católica de Valencia, ha explorado con rigor estas dinámicas en su artículo: “Cónclaves papales: entre el humo blanco, las intrigas y el cisma”, alojado en el portal The Conversation. Peirats, reconocida por sus múltiples becas y premios en estudios medievales y filológicos, desnuda una tradición que, detrás de su solemnidad litúrgica, esconde un relato paralelo de encierros extremos, muertes sospechosas, vetos políticos y divisiones profundas.
Historia del cónclave
La historia del cónclave tiene sus raíces en una crisis: el prolongado encierro de los cardenales en Viterbo, en 1268, que duró casi tres años. La elección del papa Gregorio X, bajo condiciones tan duras que costaron la vida a tres cardenales, llevó a institucionalizar el encierro obligatorio con la constitución Ubi periculum en 1274. Desde entonces, la elección papal quedó asociada a un proceso en que la presión psicológica y física se tornaron herramientas aceptadas para acelerar decisiones estancadas.

Anna Peirats subraya que la historia del cónclave también registra elecciones accidentadas por circunstancias inesperadas, como en 1287, cuando seis cardenales murieron por una epidemia de malaria que interrumpió la votación hasta el año siguiente. Una elección singularmente trágica ocurrió en 1294, cuando los cardenales eligieron al ermitaño Pietro del Morrone, quien se convertiría en Celestino V. Su pontificado breve y caótico concluyó con su renuncia voluntaria, seguida por su encarcelamiento y posterior muerte aislado, mostrando una vez más cómo estos procesos reflejan las tensiones humanas más complejas.
Fractura de la cristiandad
Otro capítulo turbulento en la historia del cónclave es el Cisma de Occidente (1378-1417). La presión popular obligó a elegir rápidamente a Urbano VI en Roma, pero la posterior elección paralela de Clemente VII en Aviñón fracturó la cristiandad. La crisis se agravó aún más con la aparición de un tercer papa en Pisa. Tres cónclaves simultáneos, tres papas enfrentados y tres versiones distintas de la misma Iglesia revelan cómo, en la historia del cónclave, la legitimidad puede convertirse en un concepto frágil sometido al capricho político y la interpretación interesada de los actores involucrados.
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Si bien la unidad fue restaurada con Martín V en el Concilio de Constanza (1414-1418), estos eventos ya habían demostrado que el humo simbólico podía representar también profundas divisiones. La historia del cónclave durante el Renacimiento intensificó aún más el dramatismo de estos encuentros. En 1492, Rodrigo Borgia alcanzó el papado con métodos alejados del espíritu evangélico, haciendo del cónclave un mercado abierto donde el voto tenía precio y la dignidad eclesial era moneda de cambio. Convertido en Alejandro VI, su pontificado quedó marcado por escándalos de corrupción y violencia cortesana narrados con crudeza por Johannes Burchard, su maestro de ceremonias.
Historias de envenenamiento
Las sospechas en torno al veneno abundaron en la historia del cónclave durante este período. La muerte repentina de Alejandro VI en 1503, tras una cena compartida con cardenales y su hijo César, ha alimentado la teoría del veneno equivocado, originalmente destinado a eliminar rivales políticos. César sobrevivió, pero su influencia quedó profundamente dañada. A Alejandro VI le sucedió Pío III, cuyo brevísimo pontificado –26 días– apenas sirvió como pausa antes de reanudar el juego político papal con renovada fuerza.
La influencia externa también fue constante en la historia del cónclave. El emperador Francisco José I intervino directamente en 1903 mediante el ius exclusivae, un derecho de veto que bloqueó la elección del cardenal Mariano Rampolla, aunque formalmente fue rechazado por los cardenales. El resultado práctico fue decisivo: Giuseppe Sarto fue elegido y proclamado papa como Pío X, en un episodio que marcó el fin definitivo de esta controvertida prerrogativa imperial.
La importancia de la fumata
La historia del cónclave alcanzó una de sus simbologías más reconocibles a partir de 1914, cuando por primera vez se oficializó la diferenciación clara entre la fumata blanca –que anuncia elección– y la fumata negra –indicadora de resultados inconclusos– en el cónclave que eligió a Benedicto XV. Desde entonces, esa simbología ha acompañado cada elección papal, manteniendo al mundo en vilo, expectante ante el color del humo que anuncia al nuevo sucesor de San Pedro.

La espera colectiva ante la plaza de San Pedro, aguardando el «Habemus Papam«, condensa siglos de intriga, negociación silenciosa y tensiones históricas. Como explica Anna Peirats, la historia del cónclave refleja con claridad la dualidad inherente a la Iglesia: una institución divina y humana, donde lo espiritual convive necesariamente con lo político, y la santidad de un momento decisivo cohabita con los conflictos más terrenales.
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En definitiva, cada cónclave ofrece un espejo donde la Iglesia se observa a sí misma en su dimensión más secreta y a menudo más incómoda. Las intrigas palaciegas, las muertes sospechosas, las renuncias forzadas y los vetos externos han dejado una huella indeleble en cada elección. Por más que se intente reducir el evento a una simple columna de humo, la historia del cónclave continúa narrando, silenciosa pero elocuentemente, las luchas, las fragilidades y las fortalezas que han dado forma a la más duradera institución de Occidente. Dentro de esa asamblea silenciosa, todavía hoy, el mundo entero aguarda una señal para descifrar el destino próximo de la Iglesia católica.