Javier Milei muerde la mano de quien lo hizo ganar la presidencia argentina

Javier Milei muerde la mano que lo hizo presidente. Lo hace sin remordimientos, en público y con estruendo, como quien no solo rompe un pacto sino que además celebra el escándalo. El presidente argentino, que llegó al poder gracias al decisivo respaldo electoral del macrismo, ha iniciado una guerra frontal contra su antiguo aliado Mauricio Macri. Ya no hay reuniones de milanesas en Olivos, ni abrazos simbólicos en nombre de una derecha unida. Lo que hay es fuego cruzado, deserciones internas, traiciones disfrazadas de pragmatismo y una batalla sin cuartel por el control de la capital argentina, epicentro simbólico y político del poder conservador en el país.

Este reportaje se basa en el análisis publicado por Federico Rivas Molina, corresponsal de EL PAÍS en Argentina desde 2016, titulado: “Milei declara la guerra definitiva a Macri y fractura a la derecha argentina”, alojado recientemente en el portal del medio español. Rivas Molina, licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad de Buenos Aires y máster en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona, ha seguido de cerca la mutación de Javier Milei de provocador televisivo a jefe de Estado, así como la metamorfosis de su relación con Macri: de convivencia tensa a enfrentamiento abierto.

Javier Milei muerde la mano… de su amo

Las primeras señales del desencuentro estuvieron presentes incluso en los momentos de supuesta cordialidad. Macri, que ofreció los votos de su partido PRO a Milei para derrotar al peronismo en el balotaje, esperaba algo a cambio. Una alianza formal, participación en el gabinete, espacios de poder que equilibraran la balanza de una coalición nueva. Milei, en cambio, solo repartía palmadas, elogios de ocasión y abrazos vacíos. Javier Milei muerde la mano con la que selló esos acuerdos verbales, y lo hace ahora sin diplomacia ni disimulo. En enero de este año se vieron por última vez en Olivos. Desde entonces, la ruptura ha sido progresiva pero inevitable, hasta llegar a la confrontación total.

El presidente argentino, que llegó al poder gracias al decisivo respaldo electoral del macrismo, ha iniciado una guerra frontal contra su antiguo aliado Mauricio Macri. Ya no hay reuniones de milanesas en Olivos, ni abrazos simbólicos en nombre de una derecha unida. Ilustración MidJourney

El escenario de esta nueva guerra se despliega en la ciudad de Buenos Aires. Desde hace 18 años, ese bastión ha sido dominado por el macrismo. Allí nació políticamente Mauricio Macri y desde allí saltó a la Casa Rosada en 2015. El próximo 18 de mayo se celebrarán elecciones locales en la capital, y por decisión del actual jefe de Gobierno porteño, Jorge Macri, primo del expresidente, la jornada electoral se adelantará a la nacional, prevista para octubre. Javier Milei lo leyó como una oportunidad para disputar la hegemonía del PRO en su propio territorio. Es una operación de riesgo, pero con un enorme valor simbólico: si logra derrotar al macrismo en la ciudad, podrá proclamarse dueño absoluto de la derecha argentina.

Entre tránsfugas y traiciones

Javier Milei muerde la mano mientras lanza a su vocero presidencial, Manuel Adorni, como candidato a legislador porteño. Adorni, hasta ahora una de las pocas voces autorizadas a hablar en nombre del presidente, deja su cargo en el Ejecutivo para asumir una batalla que excede lo local. Es la señal más clara de que Milei va por todo, incluso si eso significa sacrificar peones importantes en el tablero nacional. Macri, por su parte, no se queda quieto: postula a Silvia Lospenatto, diputada nacional con mandato hasta 2027, para competir por ese mismo espacio. Una figura con fuerte perfil progresista, capaz de ser contrapeso del conservadurismo libertario. El mensaje está claro: el campo de batalla se ha trasladado al corazón del poder simbólico de la derecha.

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Mientras tanto, la fractura interna se amplifica. Macri se siente traicionado. Así lo dijo en la Bolsa de Comercio de Córdoba: “Hasta ahora el trabajar juntos con el Gobierno nunca existió. Solo fue rescatarlos para que no se vayan al abismo”. Sus palabras fueron cuidadosas, sin nombrar directamente a Milei, pero cargadas de intención. Apunta a Karina Milei, hermana del presidente y figura central del entorno libertario. La acusa de querer fagocitar al PRO sin comprender que al dividir la derecha se fortalece el kirchnerismo. Pero las quejas de Macri no han frenado la hemorragia. Cada vez más figuras del PRO migran en silencio hacia La Libertad Avanza. El transfuguismo se volvió moneda corriente, y en la provincia de Buenos Aires, incluso se ha abierto una mesa de negociación electoral entre libertarios y referentes del macrismo.

El peronismo dentro de río revuelto
Javier Milei muerde la mano y no muestra intención de retroceder.
Por el contrario, convierte la confrontación en parte de su narrativa épica: la de un outsider que no se debe a nadie, que no negocia con la vieja política, que no hace pactos con los “cómplices del sistema”. Ese discurso cala hondo en un electorado desencantado con la clase política tradicional, pero también genera tensiones crecientes dentro de su propia estructura. El caso de Ramiro Marra, libertario de la primera hora y excompañero de campaña del presidente, es ilustrativo. Marra fue expulsado del partido por Karina Milei, y ahora es un “átomo suelto” que podría restar votos clave en la capital.

La atomización de la derecha no tiene precedentes. La ruptura entre Milei y Macri ha dejado un vacío de liderazgo, un caos de candidaturas, y un terreno fértil para que el peronismo capitalice el desorden. En un giro inesperado, el peronismo lidera por primera vez en 20 años los sondeos en la ciudad de Buenos Aires. Leandro Santoro, un dirigente que transitó del radicalismo al peronismo, encabeza las encuestas con un 25% de intención de voto. Santoro mantiene una prudente distancia de Cristina Kirchner, pero ha sabido instalar una imagen de renovación en medio del caos opositor. Mientras la derecha se fragmenta, el peronismo pesca en aguas revueltas.

Lo que hay es fuego cruzado, deserciones internas, traiciones disfrazadas de pragmatismo y una batalla sin cuartel por el control de la capital argentina, epicentro simbólico y político del poder conservador en el país. Ilustración MidJourney.

Javier Milei muerde la mano y se prepara para cerrar el ciclo con la estocada final: liquidar simbólicamente al PRO como fuerza de centroderecha. No es solo una cuestión electoral. Es una guerra por el relato, por la representación ideológica, por el monopolio del discurso “antisistema”. Si los libertarios ganan en la ciudad de Buenos Aires, Milei podrá decir que el legado de Macri ha sido absorbido, superado y desechado. Ya no necesita a quien lo ayudó a subir. Puede gobernar con sus propias reglas, con su propio ejército, con su propio dios: el mercado.

El gran desafío del bocazas

Pero esa estrategia no está exenta de riesgos. La pérdida de aliados políticos puede traducirse en un aislamiento peligroso en el Congreso. La agenda legislativa de Milei depende aún del sostén que le ofrecía el macrismo. Y aunque el presidente presume de despreciar las formas institucionales, necesita votos para aprobar reformas, leyes y decretos. La guerra contra Macri podría dejarlo sin respaldo parlamentario en un momento crítico para su gestión.

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Javier Milei muerde la mano que lo sostuvo, y al hacerlo, redibuja el mapa de poder en Argentina. Ha roto los puentes con el único sector que le garantizaba gobernabilidad, y lo ha hecho en nombre de una cruzada personal. Si logra su objetivo, será el caudillo absoluto de una nueva derecha. Si fracasa, quedará como un presidente sin partido, sin alianzas, sin futuro. La batalla está en marcha. Las consecuencias apenas empiezan a vislumbrarse.

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