EE.UU. está sin oxígeno en la carrera de la IA y acude a la guerra de aranceles

EE.UU. está sin oxígeno en la carrera de la IA. La frase no es una metáfora exagerada, sino la síntesis de una situación real que se vive en Washington, donde el vértigo por no perder el liderazgo global tecnológico ha empujado a la Casa Blanca a desempolvar viejas herramientas proteccionistas. Sin avances significativos frente a competidores como China, en áreas clave como la inteligencia artificial, semiconductores y robótica, la administración estadounidense —al igual que en el pasado— ha optado por levantar un muro comercial, esta vez camuflado como estrategia para frenar la supremacía asiática. Pero esta guerra de aranceles, presentada como un acto de defensa nacional, tiene un trasfondo más desesperado que estratégico: Estados Unidos se está quedando atrás, y lo sabe.

El diagnóstico lo firma Armando Renato Balderrama Santander, director del Centro de Estudios Asiáticos de la Universidad Autónoma de Nuevo León, licenciado en Relaciones Internacionales por el Instituto Tecnológico de Monterrey y doctor en Ciencias Sociales por la misma institución. En su reciente colaboración para la Agencia de Prensa Xinhua, en la sección “Voces del Sur”, publicó una pieza editorial titulada: “La guerra de aranceles de Trump, ¿una estrategia fallida que se repite?”, en la que analiza los errores estructurales del proteccionismo comercial impulsado por Estados Unidos desde la primera administración de Donald Trump y la nueva oleada de aranceles que asoma bajo su posible regreso.

EE.UU. está sin oxígeno en la carrera de la IA

La primera ronda de esta política arancelaria, entre 2017 y 2021, ya había generado estragos. Si bien fue vendida como una defensa heroica del trabajador estadounidense frente al «enemigo chino», los efectos colaterales no tardaron en pasar factura. Productos agrícolas sin compradores, fábricas deslocalizadas que no volvieron, consumidores enfrentando precios más altos y cadenas de suministro globales distorsionadas. A pesar de estos antecedentes negativos, Washington insiste en el mismo libreto, apostando a que más presión puede traducirse en más control. Pero el verdadero enemigo de Estados Unidos no es China; es su propia lentitud para adaptarse a un nuevo orden tecnológico donde ya no marca el paso. EE.UU. está sin oxígeno en la carrera de la IA, y en lugar de ponerse a correr, ha preferido tirar codazos.

Sin avances significativos frente a competidores como China, en áreas clave como la inteligencia artificial, semiconductores y robótica, la administración estadounidense —al igual que en el pasado— ha optado por levantar un muro comercial, esta vez camuflado como estrategia para frenar la supremacía asiática. Ilustración MidJourney

La insistencia de Trump —y ahora de gran parte del establishment político estadounidense— en el uso de aranceles como medida disuasiva y herramienta negociadora es sintomática. No se trata solo de castigar productos extranjeros o proteger la industria local: es una admisión implícita de que el país no logra competir en igualdad de condiciones. En el campo de la inteligencia artificial, por ejemplo, mientras China avanza con un ecosistema robusto respaldado por políticas públicas agresivas, inversiones millonarias y colaboración entre universidades y empresas, en EE.UU. las discusiones giran en torno a restricciones, sanciones y cercos regulatorios. La pregunta no es si están compitiendo, sino si están compitiendo bien. EE.UU. está sin oxígeno en la carrera de la IA, y sigue buscando culpables fuera de sus fronteras.

Sofismas desde Washington

Los argumentos oficiales de Washington se presentan con un lenguaje diplomático: reequilibrar el comercio, proteger la seguridad nacional, garantizar cadenas de suministro “libres y abiertas”. Pero los datos son tercos. Cada nueva ronda de aranceles impuesta a China ha sido respondida con medidas espejo, afectando desde autos hasta microchips. En el proceso, las empresas estadounidenses han perdido mercados y la inflación ha sido alimentada por los costos adicionales que las compañías trasladan a los consumidores. Incluso sectores clave, como el tecnológico, que deberían estar a la vanguardia de la innovación, se ven entorpecidos por la incertidumbre que generan estas políticas volátiles. En lugar de diseñar una estrategia que fomente la competitividad interna, la Casa Blanca se enreda en una guerra de desgaste.

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Para Balderrama Santander, esta repetición del proteccionismo tiene consecuencias que van más allá de la economía. La reputación internacional de Estados Unidos, históricamente sustentada en el libre comercio y la diplomacia multilateral, se erosiona cada vez que impone medidas unilaterales sin coordinación con sus aliados. En vez de reforzar su liderazgo, lo debilita. Y en ese vacío, potencias emergentes como China aprovechan para ofrecer alternativas, construir alianzas e imponer estándares tecnológicos propios. Mientras tanto, EE.UU. está sin oxígeno en la carrera de la IA, viendo cómo sus rivales no solo avanzan, sino que redibujan las reglas del juego.

Lucha por el dominio tecnológico del siglo XXI

El trasfondo de esta disputa, como lo señala el investigador mexicano, es la lucha por el dominio tecnológico del siglo XXI. Los aranceles no son más que una cortina de humo. Lo que está en juego es la supremacía en áreas como inteligencia artificial, manufactura automatizada, 5G y biotecnología. Frente a ese panorama, los aranceles parecen una herramienta del pasado para un desafío del futuro. Lo que se requiere no es bloquear a los otros, sino reinventarse a sí mismo. Pero el problema es que Estados Unidos parece haber perdido el impulso reformador que lo caracterizó en el siglo XX. EE.UU. está sin oxígeno en la carrera de la IA porque ya no sabe cómo respirar en este nuevo ecosistema global.

En lugar de levantar muros, lo lógico sería construir puentes. Balderrama sugiere que las tensiones comerciales deben canalizarse mediante negociaciones multilaterales, con organismos como la OMC jugando un rol central. Pero en su afán por mantener la hegemonía, Estados Unidos ha optado por el unilateralismo, olvidando que en un mundo interconectado ningún país puede imponer su voluntad sin consecuencias. La guerra comercial no solo daña a sus rivales: también mina la base industrial y el poder adquisitivo del ciudadano estadounidense. Es una paradoja que el país más influyente del siglo XX haya terminado atrapado en una lógica de cerco y miedo. EE.UU. está sin oxígeno en la carrera de la IA, asfixiado por su propia estrategia.

Esta guerra de aranceles, presentada como un acto de defensa nacional, tiene un trasfondo más desesperado que estratégico: Estados Unidos se está quedando atrás, y lo sabe. Ilustración MidJourney.

Pekín exporta de modelo al Sur Global

Mientras tanto, China juega con otra narrativa. Con una hoja de ruta clara, inversiones estatales de largo plazo y un mercado interno gigantesco, ha consolidado su liderazgo en sectores como la inteligencia artificial aplicada a la medicina, la vigilancia urbana y la logística automatizada. Además, ha comenzado a exportar estos modelos a países en desarrollo, ampliando su zona de influencia y debilitando el monopolio tecnológico occidental. Frente a este avance, el proteccionismo estadounidense parece no solo ineficiente, sino contraproducente. Cada nuevo arancel es una declaración de impotencia, no de poder. EE.UU. está sin oxígeno en la carrera de la IA porque eligió correr hacia atrás mientras los demás avanzan hacia adelante.

Volver a apostar por los aranceles no solo repite un error: lo agrava. La economía global está más interconectada que nunca, y cada decisión unilateral genera un efecto dominó. Las cadenas de suministro no son nacionales, son transnacionales; los avances tecnológicos no responden a fronteras, sino a redes de cooperación y competencia simultáneas. Apostar por medidas coercitivas solo entorpece ese flujo. Y lo más grave: socava la confianza de los aliados de Estados Unidos, que cada vez ven más difícil alinearse con un socio impredecible. EE.UU. está sin oxígeno en la carrera de la IA, y su falta de visión amenaza con marginarlo de los grandes debates tecnológicos del futuro.

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En el fondo, esta política de aranceles es una forma de pánico. Es el reflejo de una potencia que se sabe amenazada, pero que no encuentra la manera de adaptarse. En vez de invertir en educación, infraestructura digital, alianzas estratégicas y regulación inteligente, prefiere las soluciones de fuerza. Pero ya no estamos en 1950, y el contexto ha cambiado. El liderazgo del futuro no se sostiene con tarifas, sino con innovación, talento y cooperación. Si Estados Unidos no lo entiende pronto, se quedará sin aire y sin aliados. Porque, como bien lo advierte el académico mexicano, el verdadero motor del siglo XXI será la capacidad de construir, no de bloquear. Y EE.UU. está sin oxígeno en la carrera de la IA porque todavía no ha aprendido a construir en este nuevo mundo interdependiente.

 

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