En el tablero político venezolano, el juego de la subestimación opositora ha sido, paradójicamente, uno de los pilares más sólidos que sostienen el liderazgo de Nicolás Maduro. Desde hace más de dos décadas, la oposición venezolana ha caído en el ciclo repetitivo de minimizar la capacidad del chavismo para mantenerse en el poder, confiando en la idea de un régimen en su fase terminal. Sin embargo, la realidad ha demostrado una y otra vez que este cálculo erróneo no solo ha debilitado a la oposición, sino que ha reforzado la posición del oficialismo, permitiéndole maniobrar con astucia y consolidar su control político en medio de una crisis persistente.
Este análisis se inspira en las ideas de Humberto González Briceño, abogado y columnista venezolano, miembro del movimiento Repúblicos, con una destacada trayectoria como articulista en medios como El Nacional, Diario de La Nación y Semanario La Razón. En su artículo reciente, titulado: “El chavismo le vuelve a ganar a la oposición”, publicado en El Nacional, González Briceño sostiene que uno de los elementos clave para cualquier estrategia política eficaz es la evaluación objetiva del adversario y una comprensión clara del terreno de juego. Subraya cómo la sobreestimación o la subestimación del oponente son errores graves que, en el caso de la oposición venezolana, se han convertido en un fracaso sistemático a la hora de disputar el poder al chavismo.
La cosecha de la subestimación opositora
Desde los primeros años del chavismo, la narrativa opositora se ha sostenido sobre la premisa de que el régimen estaba al borde del colapso. Con cada crisis económica, cada escándalo de corrupción o cada episodio de protestas masivas, la oposición ha interpretado que el fin estaba cerca. Sin embargo, la constante ha sido la misma: el chavismo sigue allí, intacto en su poder, resistiendo embates internos y externos. La subestimación opositora, más que un error estratégico, parece haberse convertido en una costumbre política que impide reconocer la fortaleza real del aparato de poder construido por el oficialismo. Esta actitud no solo ha minado las posibilidades de diseñar una estrategia eficaz, sino que también ha servido al chavismo para consolidarse y reforzar su narrativa de resistencia frente a lo que presenta como una amenaza externa.

La capacidad del chavismo para aprovechar los errores de sus adversarios se evidencia en su habilidad para imponer las reglas del juego político. La oposición, una y otra vez, ha terminado aceptando participar en procesos electorales bajo condiciones desventajosas, legitimando comicios que, desde el punto de vista internacional, son ampliamente cuestionados por la falta de transparencia y equidad. Pero es precisamente esa subestimación opositora la que, al no reconocer la verdadera fuerza del adversario, los lleva a participar en contiendas que, de antemano, están diseñadas para ser perdidas. La idea de que el chavismo se encuentra debilitado lleva a los opositores a pensar que en cada elección se abre una oportunidad de victoria, sin comprender que el control institucional del oficialismo está diseñado para perpetuarse.
Habilidades demostradas
El liderazgo de Nicolás Maduro ha sido subestimado desde el primer día. A menudo caricaturizado como una figura sin el carisma de Hugo Chávez, la oposición y buena parte de la comunidad internacional asumieron que su permanencia en el poder sería corta. Pero esta visión ha ignorado su capacidad para adaptarse, su habilidad para maniobrar en las sombras del poder y su estrategia para mantener a la oposición dividida. La subestimación opositora ha servido, en este contexto, como una herramienta que ha permitido a Maduro consolidar alianzas internas y externas, reforzar la lealtad de las Fuerzas Armadas y mantener el control sobre las instituciones clave del Estado venezolano.
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Una de las estrategias más efectivas del chavismo ha sido fomentar divisiones dentro de la propia oposición. Según González Briceño, el régimen ha sabido explotar dicotomías que, en apariencia, son naturales, pero que han sido hábilmente manipuladas. Un ejemplo claro es la división entre venezolanos que permanecen en el país y aquellos que han emigrado. Esta fractura, estimulada por la propaganda oficialista, ha logrado fragmentar la unidad opositora, sembrando resentimientos y creando debates innecesarios sobre quién sufre más o quién tiene más derecho a opinar sobre el futuro del país. En este terreno, la subestimación opositora se manifiesta en la incapacidad de comprender cómo estas divisiones internas son, en realidad, un triunfo estratégico para el chavismo.
El dilema de las elecciones regionales
Otro aspecto clave del fracaso opositor radica en el falso dilema entre participar o no en las elecciones. Durante 26 años de fraudes electorales sistemáticos, la oposición sigue atrapada en un ciclo de esperanza y frustración, participando en procesos que, según todas las señales, están diseñados para ser controlados por el oficialismo. Cada ciclo electoral, lejos de representar una oportunidad de cambio, termina reforzando el poder chavista al dar apariencia de legitimidad a un sistema profundamente cuestionado. La subestimación opositora, una vez más, impide reconocer que el chavismo no juega con las reglas democráticas tradicionales, y que participar en sus elecciones bajo estas condiciones solo perpetúa el statu quo.
María Corina Machado, una de las figuras más visibles de la oposición actual, representa quizás el ejemplo más reciente de este ciclo de errores. Su llamado a no votar, luego de haber participado en el proceso electoral del 28 de julio, no corrige el error de haber prestado al juego del régimen. Aunque algunos sectores lo han querido presentar como una victoria simbólica, en la práctica no hizo más que confirmar la capacidad del chavismo de arrastrar a sus adversarios a un terreno donde ellos mismos han definido las reglas. En política, como en la guerra, las victorias simbólicas no derriban gobiernos; solo los triunfos materiales, los que se traducen en poder efectivo, cuentan.

Más de una década a durado la caída
La oposición venezolana parece atrapada en una narrativa que se repite sin cesar: anunciar la inminente caída del régimen, participar en un proceso electoral viciado, denunciar el fraude y luego replegarse con el discurso de la resistencia simbólica. Este ciclo interminable, alimentado por la subestimación opositora, ha sido uno de los factores determinantes que permiten a Maduro mantenerse en el poder. Cada error, cada división interna, cada participación electoral fallida es una pieza más en el tablero del chavismo, que sigue moviendo las fichas con una frialdad que sus adversarios no parecen comprender.
Más allá de los errores estratégicos, el problema de fondo radica en la incapacidad de la oposición para construir una estrategia verdaderamente disruptiva. Las luchas internas, las diferencias ideológicas y la falta de un liderazgo unificado han debilitado cualquier intento serio de confrontar al chavismo de manera efectiva. Mientras la subestimación opositora sigue siendo el eje central de su discurso, la oposición venezolana seguirá atrapada en el mismo ciclo de derrotas. La falta de una evaluación realista del poder del oficialismo impide que se diseñe una estrategia que pueda desafiar, de manera efectiva, la estructura de poder construida por el chavismo a lo largo de 26 años.
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Reconocer quien manda no es claudicar
El reconocimiento de la realidad del poder chavista no implica una rendición, sino el primer paso hacia una estrategia verdaderamente efectiva. Como señala Humberto González Briceño, admite que el chavismo es el gobierno realmente existente en Venezuela no significa claudicar, sino entender el terreno en el que se libra la batalla. Es a partir de este reconocimiento que se puede construir una estrategia que no dependa de falsas esperanzas o cálculos erróneos, sino de una evaluación fría y objetiva de la compresión de fuerzas. Solo entonces la oposición venezolana podrá romper el ciclo de la subestimación opositora y plantear una lucha que, por primera vez en mucho tiempo, tenga posibilidades reales de éxito.
Mientras tanto, Nicolás Maduro sigue capitalizando las fracturas internas de sus adversarios, manteniendo su liderazgo a pesar de las múltiples crisis que atraviesa el país. La subestimación opositora, lejos de ser una simple debilidad, se ha convertido en uno de los aliados más efectivos del chavismo. Si la oposición venezolana no logra romper este ciclo de errores, el eterno juego de la subestimación seguirá apuntando el poder de Maduro, prolongando una hegemonía que, contra todos los pronósticos, sigue firme en el corazón del poder político venezolano.