El aprendizaje es un proceso en constante evolución que depende, en gran medida, de nuestra capacidad de reconocer la posibilidad de estar equivocados. En un mundo donde la información circula a velocidades vertiginosas y las creencias se aferran con fuerza a la identidad personal, admitir la propia falibilidad puede parecer un desafío mayor que nunca. Sin embargo, investigaciones recientes en el campo de la psicología sugieren que esta disposición a dudar de nuestras propias convicciones es un factor crucial para el desarrollo intelectual y el crecimiento personal. La negativa a considerar que nuestras ideas pueden ser incorrectas no solo obstaculiza la adquisición de nuevos conocimientos, sino que también perpetúa prejuicios, dificulta el diálogo y nos priva de una visión más completa y matizada de la realidad.
Este tema ha sido abordado por Eranda Jayawickreme, profesor de psicología en la Universidad Wake Forest y codirector del proyecto Pathways to Character, una iniciativa financiada por la Fundación John Templeton. Su trabajo se ha centrado en la relación entre la adversidad y el crecimiento del carácter, explorando cómo el reconocimiento de nuestras limitaciones cognitivas puede ser clave en el proceso de aprendizaje. Recientemente, Jayawickreme publicó en The Conversation un artículo titulado: “Ser humilde acerca de lo que sabes es solo una parte de lo que te convierte en un buen pensador”, en el que argumenta que el pensamiento crítico requiere algo más que humildad intelectual. Su investigación plantea que no basta con reconocer la posibilidad de estar equivocados; también es fundamental desarrollar un conjunto de rasgos intelectuales que incluyen curiosidad, apertura mental y firmeza intelectual.
Mirar la posibilidad de estar equivocados
La psicología ha demostrado que el pensamiento humano no siempre sigue una lógica racional. A menudo, nuestras creencias se ven reforzadas por sesgos cognitivos que nos llevan a ignorar o minimizar información que contradiga lo que ya pensamos. Este fenómeno, conocido como «sesgo de confirmación», es un obstáculo importante para el aprendizaje. Jayawickreme señala que, sin la disposición a cuestionar nuestras propias ideas, la educación y el desarrollo del carácter intelectual se ven seriamente limitados. En este sentido, aceptar la posibilidad de estar equivocados no significa renunciar a nuestras creencias sin un análisis profundo, sino más bien mantener una actitud de apertura hacia la evidencia que podría modificarlas o enriquecerlas.

El impacto de esta actitud se extiende más allá del ámbito académico. En la vida cotidiana, el reconocimiento de nuestras limitaciones intelectuales puede fortalecer nuestras relaciones interpersonales y mejorar nuestra capacidad de resolución de conflictos. En discusiones políticas, por ejemplo, quienes están abiertos a la posibilidad de estar equivocados tienden a ser más receptivos a puntos de vista alternativos, lo que facilita el entendimiento mutuo y reduce la polarización. De manera similar, en el ámbito profesional, los líderes que practican la humildad intelectual suelen fomentar ambientes de trabajo más colaborativos e innovadores, donde las ideas son valoradas por su mérito y no por la jerarquía de quien las propone.
Fracasar para aprender
A pesar de los beneficios de adoptar una mentalidad abierta, muchas personas encuentran difícil admitir sus errores o cambiar de opinión. Esto se debe, en parte, al miedo al fracaso ya la percepción de que la incertidumbre es una debilidad. Sin embargo, la de Jayawickreme y otros expertos en el campo de la psicología sugieren que el fracaso, cuando se enfrenta con la actitud correcta, puede ser una poderosa herramienta de aprendizaje. Las experiencias adversas tienen el potencial de fortalecer el carácter, fomentar la resiliencia y profundizar nuestra comprensión del mundo. En este sentido, aceptar la posibilidad de estar equivocados no solo nos hace más sabios, sino también más adaptables y capaces de enfrentar los desafíos de la vida con una perspectiva enriquecida.
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El filósofo Nate King sostiene que ser un buen pensador implica la posesión de múltiples rasgos, incluyendo la humildad intelectual, pero también la firmeza intelectual, el amor por el conocimiento, la curiosidad y la apertura mental. De acuerdo con esta perspectiva, el pensamiento crítico no debe ser visto únicamente como un ejercicio de duda, sino como un compromiso activo con la búsqueda del conocimiento. Esta idea es fundamental en el trabajo de Jayawickreme, quien argumenta que la humildad intelectual por sí sola no es suficiente para fomentar un pensamiento sólido. En su opinión, la educación debería centrarse en desarrollar un conjunto equilibrado de habilidades cognitivas que permita a las personas navegar de manera efectiva por la complejidad del mundo moderno.
Trauma y reconstrucción social
Uno de los aspectos más interesantes de la investigación de Jayawickreme es su aplicación a poblaciones que han enfrentado circunstancias extremas. Sus estudios en Ruanda y Sri Lanka han demostrado que las comunidades que han experimentado conflictos y crisis severas pueden, en algunos casos, desarrollar una mayor capacidad de adaptación y un pensamiento más flexible. Esto sugiere que la posibilidad de estar equivocados no solo es relevante en el ámbito académico, sino que también desempeña un papel crucial en la reconstrucción social y la superación del trauma.
Desde una perspectiva práctica, fomentar la humildad intelectual y la disposición a cuestionar nuestras propias creencias requiere una serie de estrategias. En el ámbito educativo, los docentes pueden diseñar actividades que incentivan a los estudiantes a explorar diferentes perspectivas y considerar argumentos opuestos con seriedad. En el entorno laboral, las empresas pueden implementar culturas organizacionales que valoran la curiosidad y la flexibilidad mental, permitiendo a los empleados expresar dudas y cambiar de postura sin temor a represalias. A nivel individual, desarrollar hábitos como la lectura crítica, la reflexión sobre el propio pensamiento y el diálogo con personas que sostienen opiniones distintas puede contribuir significativamente al fortalecimiento del carácter intelectual.

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En última instancia, el mensaje de Jayawickreme y otros expertos es claro: aprender a pensar bien es un proceso complejo que va más allá de la simple acumulación de conocimientos. Se trata de adoptar una actitud de apertura y compromiso con la verdad, reconociendo que nuestras creencias son susceptibles de ser corregidas y enriquecidas a lo largo del tiempo. Aceptar la posibilidad de estar equivocados no es una señal de debilidad, sino una manifestación de verdadera inteligencia y madurez. En un mundo donde la desinformación y la polarización están en aumento, cultivar esta capacidad es más necesario que nunca.